“La amistad es algo especialmente valioso, diríamos que algo único, en la vida de los seres humanos” – Aristóteles

 

Friends hugging in rural landscape

En ocasiones es inevitable cuestionarse sobre el sentido y la calidad de las relaciones con nuestro círculo más cercano; sobre todo, con quienes compartimos gran parte del día. A partir de ello, tiende a surgir la interrogante: ¿quiénes son mis amigos de verdad? ¿Es el tiempo que los conoces, las veces que te ayudaron o la frecuencia con la que se ven los que determinan si, en efecto, existe una relación de amistad entre dos personas?, ¿o si le demuestro mi amistad, pero no es recíproco podría llamarlo “amigo”? Por otro lado, en nuestro empeño por esperar actos extraordinarios de los demás, dejamos de lado las preguntas que realmente nos competen y de las que, en mi opinión, deberíamos partir para saber, hasta cierto punto, si estamos siendo ese amigo ideal que, a la vez, anhelamos tener: ¿estuve ahí cuando me necesitaron?, ¿fui incondicional y confiable?, ¿le deseo el bien y me alegro en sus victorias?

Aristóteles, uno de los filósofos más influyentes de la humanidad, le dedicó varias líneas a la amistad y generó reflexión en su obra “Ética a Nicómaco”. En ella, el autor, en un intento por darle un significado a la amistad, nos dice que esta es un hábito, una disposición permanente del carácter y como toda disposición ética, se refiere a la elección, en este caso a la elección adecuada de los amigos. Y que además es una virtud, pues es lo más necesario para la vida. Desde su punto de vista, la amistad exige un querer mutuo, recíproco, conocido y reconocido por ambas partes. Si el querer no es recíproco, o si una o las dos partes desconocen la reciprocidad de su querer, no cabe hablar de amistad en sentido estricto. Con ello, entendamos que, aunque las promesas y las palabras suenan muy bien –y nos reconfortan– si no hay hechos concretos de por medio que las respalden entonces nos encontramos frente a una incoherencia. Algunas de las preguntas que me planteo con frecuencia y me ayudan a evaluar la calidad de mis relaciones con quienes creo considerar mis “amigos” son: ¿qué tanto me considera esa persona en su vida? ¿me hace partícipe y comparte conmigo no solo alegrías sino también sus fracasos? ¿se muestra transparente y es directa al momento de confrontar la verdad y las situaciones de tensión? Y si quieres ponerte a prueba, hazte una autoevaluación intentando responder esas preguntas respecto a tu actitud con ese “amigo”.

Rear View of Group of Friends Hugging
Ahora bien, ¿qué ocurre con esas personas que solo se acercan a ti para pedirte ayuda y viceversa?, ¿los puedes considerar tus amigos? Frente a dicha interrogante, Aristóteles reconoce tres tipos de amistad: la amistad basada en la utilidad, en el placer y en el bien, es decir, en la virtud de la persona a la cual se quiere. En los dos primeros tipos no se quiere al amigo por sí mismo o por lo que es como persona, sino porque dicha persona nos resulta útil o placentera. En un contexto práctico, esa persona te puede parecer la más desagradable o antipática que hayas conocido, pero ya que puedes sacar provecho de ella y te puede servir para determinados fines personales, no dudarás en contactarla y pedirle ese favor. Sin embargo, en el momento que deje de serte útil, dicha “amistad” se disolverá, pues dejan de “quererse”. Cabe mencionar que el autor también considera “amistad” a esta relación tan frívola entre dos personas debido a que la sociedad la llama así y es que, en la medida en que se da en ellos algo bueno y existe alguna semejanza se consideran amigos; es un bien para quienes aman el placer.

Con respecto al tercer tipo nos encontramos frente a la auténtica y verdadera amistad  –basada en el bien o la virtud según el autor– porque busca el bien del otro y quiere al amigo por él mismo, por lo que es; es decir, por la esencia de su carácter y no solo porque sea bueno para mí o porque me dé placer. A diferencia de los otros dos tipos de amistad, esta dura en el tiempo, siempre y cuando sea recíproca y racional entre ambas partes. Evidentemente, como toda relación humana, debe existir una disposición mutua para ejercitarla, con el objetivo de que perdure en el tiempo, incluso enfrentándose a una eventual distancia física entre ambas personas, porque el espacio no impide la amistad sin más, sino su ejercicio.

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Bajo lo expuesto por el autor y a modo de reflexión final, pregúntate ¿de qué tipo de amistades preferirías rodearte? ¿de las basadas en utilidad y placer o en la virtud? Esta respuesta es el reflejo de tus expectativas, pero ahora haciendo referencia a lo que tú trasmites a los demás: ¿te juntas con ciertas personas solo por conveniencia o porque puedes sacar provecho de ellas? ¿o más bien porque valoras su esencia como persona, comparten intereses y, paralelamente, buscas su bien? Solo tú sabes las respuestas.