Trabajar es vivir. Esas ocho horas diarias mexicanas no son una interrupción; sino, una continuación.

<<Empieza el lunes y ya quiero que sea viernes nuevamente>>.

<<Si pudiera evitar el trabajo, lo haría. Definitivamente>>.

Juicios del promedio.

El trabajo no solo ocupa nuestra vida. También, o le suma o le resta su sentido. Uno vive, el tiempo pasa, la energía ávida señala que debe apuntar un norte. Y trabajar es obedecer por mucho tiempo una misma dirección. No todo debe abocarse únicamente al dinero. El trabajo debe avisar más. Mucho más. Porque de lo contrario solo habría satisfacción en el pago. Además porque se nos va la vida en ello. Solo una vida, solo un tiempo, y todo en círculos. Las aritméticas vapulean. El corazón pide más. Si se puede tener alegría los 30 de cada mes, se pueden tener ventura cada día.

Existir es crear un mundo propio dentro de un universo enorme, grandísimo, infinito. Es confrontar el caos, lo ya preexistente. Los oficinistas son genios en ello. Viven en cuatro paredes durante décadas y en cada crepúsculo de fin del día salen extasiados. Algo increíble ha pasado dentro suyo. Las cifras, las estadísticas, las decisiones. Hay quienes los critican. Pero, ¿qué es vivir sino crearse una propia cárcel y hacerla lo más grande posible? Vivir es procrear: una empresa, un cuarto con muros pintados, mujeres dentro o amigos afuera, una canción que resalte o un cuadro hermoso.

Trabajar es pegarse al mundo y a su gente. Con todo su drama. Con sus errores y sus desaciertos. Es compartir el destino del vendedor de café que abre su negocio a las 7 y lo cierra a las 5. Quizá lo deje abierto 30 minutos más porque las ventas lo solicitan. Luego, el tumulto en Jirón de la Unión y en el Jirón Ucayali; los mares de gente en Canaval y Moreyra; las colas en el Metropolitano, el Corredor y la Línea 1; los embotellamientos en Javier Prado y la Vía Expresa.

No falta quien grite: ¡Libertad, por favor! ¿Cuál libertad? Con libertad solo pensaríamos que hace falta algo que haga que todo funcione.

El dinero y el trabajo son el insumo para todo aquello que nos mueve. No obstante, la falta de la mística en el empleo, lo convierte en una transacción más. Mi vida a cambio de ver cumplidos mis sueños. El intercambio es así de sencillo. ¿Quieres viajar? Trabaja ¿Quieres una casa para ti solo? Trabaja. No es tan simple. Esperar para obtener la recompensa es una muerte lenta. ¿Por qué no darle otro matiz?

¿Por qué no dotar de felicidad esa entrega esmerada? Si soy esclavo, ¿por qué no puedo ser un esclavo feliz? ¿Qué otra opción tengo? Estoy encadenado al futuro. A lo que me conmueve. Y a lo que me hace falta para lograrlo. Mi mayor grito no es cuando tengo el poder en las manos; sino cuando no lo tengo. La amargura no me garantiza nada. No tiene otra consecuencia que la bilis y en hundimiento. Si es así, ¿por qué a tanta gente le resulta difícil ser feliz con lo que hace? Que de lo alegre se derivan todas las impresiones.

Cada día se crean personas. O bien algo se perpetua o bien se transmuta. El control esta en la actitud que pongamos. Los tiempos regresivos emocionan, y el tiempo que pasa solo significa la oportunidad que tenemos para gozar de lo trabajado. Los lapsos o periodos le dan a la experiencia el símbolo de la madurez. Y todo lugar de empleo tiene cientos de rostros. Miles de historias e ideas confrontadas. Yo quiero ser capaz de contármelo todo. Y pese a que todos los caminos tengan ecos repetidos. Quiero oír únicamente la voz que me dice: <<Todo está bien. La esclavitud es la libertad>>.