La esperanza en un mejor Perú se mantuvo de una u otra forma los últimos 15 años.  El pesimismo, alimentado de noticias negativas, juicios mediáticos y lamentables huelgas, no puede regresar y guiar nuestras decisiones. Tenemos graves situaciones a solucionar con urgencia; no obstante, si nos quedamos atrapados en los problemas del presente y perdemos el panorama a futuro, caeremos en una trampa peligrosa. ¿Cómo lo evitamos?

El Perú sigue siendo un ejemplo de superación. Hoy, los jóvenes encontramos un país con dificultades, pero también con grandes oportunidades. A diferencia de una generación mayor, aquella que experimentó la grave crisis económica y el conflicto armado interno, muchas de nuestras decisiones y esperanzas ya no están centradas en el día a día, sino que se mantiene una visión a largo plazo, en la cual importa mucho lo que pase en el país. De hecho, muchos jóvenes quieren aportar en la construcción de un mejor Perú, y el pesimismo no puede desanimarnos.

¿Perdemos fácilmente el optimismo y los ánimos?

¿Por qué, en vez de seguir renegando de nuestra (mala) suerte y nuestros representantes, no discutimos proyectos y visiones del país? El cambio empieza en nosotros. Entonces, ¿cuál es este Perú con el que soñamos? La mejor manera de representarlo es con una historia:

Son las 7 de la mañana y me levanto para ir a trabajar. Debido a que es un día frío, prefiero no utilizar la bicicleta, y más bien utilizo el transporte público, el cual sé que pasará por el paradero más cercano a mi casa a las 8:10 am y me dejará en el trabajo a las 8:35 am. Salgo de mi casa con anticipación para comprar el periódico y leer las noticias. Recuerdo, cuando más joven, noticias violentas ocupaban muchas portadas; sin embargo, hoy leo sobre los últimos debates en torno al sistema de salud y educación pública. Caigo en la cuenta que este debate es bueno, en cuanto es serio y permite alcanzar mejores propuestas. No tenemos que estar de acuerdo, pero el respeto es importante.

No importa si trabajas en el sector público o privado; finalmente, el ambiente laboral en ambos casos son comparables y no existe corrupción. La informalidad ya no es un problema en el país, ya que con un trabajo paciente y un programa agresivo, se logró comunicar y plantear bien los beneficios de la formalización. Asimismo, los resultados en educación y programas sociales son positivos. Observo que – ese sueño de joven –  un país con igualdad de oportunidades, está cerca de lograrse. La población se identifica con el país y está contenta de vivir aquí. Yo también lo estoy.

Ciertamente esta historia se asemeja a una utopía, un proyecto ideal, pero difícil de alcanzar. ¿Para qué sirve entonces? Eduardo Galeano, escritor uruguayo, tiene una buena respuesta:

Me acerco dos pasos, la utopía se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar.

Entonces sigamos caminando y soñando en grande, a pesar de las dificultades. Si cambiamos la pregunta y, en vez de la clásica, ¿en qué momento se jodió el Perú?, la pregunta se vuelve: ¿en qué momento se salvó el Perú? ¿Cúal podría ser la respuesta? Formemos parte de ella.