En estas épocas, difíciles para algunos países vecinos, se habla mucho de las grandes oportunidades que ofrece el mercado laboral peruano a todos aquellos que desean empezar desde cero y crecer gracias al favorable clima económico, comparativamente mejor que el de otros países de la región. Estos últimos días, las circunstancias se han encargado de desmentir esta afirmación, mostrando el lado más cruel y oscuro de la informalidad y sus consecuencias. Las cifras que mes a mes año a año se publican pero que todos ignoran no mienten: según el INEI, más del 70% de los empleos que aportan al crecimiento son informales. Sin embargo, no es hasta que ocurre una desgracia que estas cifras vuelven a estar en boca de todos.

El pasado jueves, tras un incendio que devoró todo un edificio compuesto por galerías en Las Malvinas, quedaron al descubierto las infrahumanas condiciones de trabajo a las que son sometidos miles de peruanos día a día. Desde pagos muy por debajo del salario mínimo hasta encierros son la otra cara de la moneda de un país que se esfuerza por salir adelante aplicando la supervivencia del más “poderoso”. Los dueños de estos negocios son criminales “comerciantes emergentes” que, aprovechándose de factores como la pobreza de sus empleados, buscan llenar sus arcas sin importarles si quiera poner en riesgo la vida de estas personas. Son ellos quienes se valen de la informalidad para “sacarle la vuelta al Estado” y sobre quienes, hoy, distintas entidades públicas buscan hacer caer todo el peso de la ley.

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Representación gráfica de la explotación laboral

Por otro lado, un tema que también ha saltado a la luz, a raíz de esta tragedia, es la incapacidad de las instituciones encargadas de la regulación laboral de hacer cumplir las leyes. Preguntas como ¿por qué una empresa clausurada es capaz de seguir operando y esclavizando trabajadores? o ¿cómo es que la Municipalidad de Lima no estaba al tanto de la situación? no tienen respuesta debido a que no existe el debido control y seguimiento de los procesos que se tienen a cargo. Es claro que existe un problema mayúsculo en el rastreo de empresas informales y en la institucionalidad; no obstante, a esto se suma que el ciudadano de a pie tampoco es reflejo de lo que exige. Existen diversos casos de informalidad laboral que presenciamos día a día, pero que callamos simplemente por querer evitar problemas o por no alterar el “status quo”.

Incongruencia, ¿dónde?

Tres tristes razones por las que es “normal” vivir entre informalidad

Algunos de los principales factores que tienen correlación con la informalidad son la precariedad económica y un menor grado de educación. Según la OCDE, en el Perú, más del 11% de trabajadores informales se encuentran en esa situación debido a que no cuentan la suficiente calificación laboral para conseguir empleos en el mercado formal. Asimismo, las actividades agropecuaria y pesquera, consideradas como las más precarias, son las que poseen el porcentaje más alto de empresas informales (91%). Sin embargo, el trabajo informal puede ocurrir en cualquier nivel socioeconómico. Otra razón que motiva a los empresarios de diferentes sectores a pertenecer al mercado informal es la evasión de impuestos y responsabilidades, con lo que sus trabajadores también estarían en este mercado y exentos de cualquier beneficio laboral (=ahorro =más dinero a las arcas del patrón).

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Seguimos pensando que hay que ser más “vivos” que los demás

Nos falta mucho por mejorar respecto a este problema. Buscamos ser un país miembro de la OCDE, pero seguimos sin tener la capacidad de ver por los más vulnerables, aquellos a quienes la necesidad somete y obliga a ceder ante la explotación. En vez de eso, siempre buscamos la forma de “ser el más sapo”, muchas veces sin importar los efectos colaterales que ello pueda tener en los demás. Esta vez fueron jóvenes quienes pagaron con su vida, pero ¿cuántos peruanos se encuentran a un incendio de perder la vida debido a sus condiciones laborales? Esta catástrofe nos atormentará por unas semanas más, hasta que las fiestas patrias nos hagan recordar de lo orgullosos que nos sentimos de ser peruanos. Pero las cifras de informalidad seguirán ahí, ¿nos sentimos orgullosos de ellas también?