El referéndum del Reino Unido mostró a una nación profundamente dividida por clases sociales, donde las regiones con menores niveles educativos e ingresos registraron un mayor voto a favor de abandonar la Unión Europea. Esta tendencia hacia la polarización se puede apreciar también en otros países occidentales con el resurgimiento y apoyo popular de líderes de extrema derecha, como Donald Trump en EE.UU. y Marine Le Pen en Francia. ¿Qué explica que tras seis décadas de creciente globalización, los países líderes de este movimiento estén cada vez más cerca de retornar al aislacionismo y al nacionalismo extremo? Voz Actual te trae una explicación. 

La globalización, el proceso de integración de las economías nacionales, ha sido el motor del crecimiento en las últimas décadas a nivel global. La mayor apertura comercial ha permitido que los países se especialicen en los productos y servicios en los que tienen ventajas comparativas y son más eficientes. Como consecuencia, se han generado más trabajos, empresas más competitivas y precios más bajos. Sin embargo, los aumentos en el bienestar no han sido distribuidos uniformemente entre toda la población.

 El siguiente gráfico de Branko Milanovic, ex economista jefe del departamento de investigación del Banco Mundial, muestra el cambio acumulado en los ingresos reales a nivel global entre 1988 y 2008, separando a la población según su distribución de ingresos. Si dividiéramos al mundo en cien personas, la más rica estaría en la esquina derecha, la segunda más rica una posición a su izquierda y así sucesivamente hasta llegar a la más pobre en el extremo izquierdo.

Lo interesante de este gráfico es destacar a quiénes ha beneficiado más la globalización, y quiénes han sido los perdedores. En primer lugar, las personas entre los percentiles 40 y 60, las clases medias de economías emergentes como China, India e Indonesia, así como el 1% de la derecha, que corresponde al décimo más pudiente de los países desarrollados, han registrado el mayor salto en sus ingresos. En cambio, entre los percentiles 80 y 90 se ubican la clase media y trabajadora de las economías occidentales, quienes han experimentado un estancamiento en sus salarios.

Entonces, es fácil entender la insatisfacción y frustración de este sector de la población, quienes sienten, con mucha razón, que han sido dejados de lado por el progreso económico. El traslado de la producción a países en desarrollo con abundante mano de obra, como China, ha impulsado a las clases emergentes de esos países y acelerado el declive del sector manufactura en países occidentales. Además, estudios sugieren que el enorme influjo de inmigrantes, aunque a nivel agregado no parece tener un impacto negativo, perjudica a los sectores menos favorecidos de la población. Finalmente, en un intento por mantenerse competitivas, las empresas occidentales han desarrollado nuevas tecnologías capaces de desplazar mano de obra por capital.

Como consecuencia, un sector real de la población siente en el desempleo y estancamiento salarial los perjuicios de la globalización, mientras ve cómo el aumento en el bienestar es acumulado por los extranjeros y las élites económicas. Más aún, percibe que las medidas que han tomado los líderes políticos solo han servido para exacerbar la disparidad en la distribución de beneficios. Para ellos, el sistema está amañado a favor de los grupos con más influencia y a los políticos no les importan los ciudadanos promedio.

Líderes populistas como Donald Trump en EE.UU., Marine Le Pen en Francia y Nigel Farage en el Reino Unido han sabido aprovechar el descontento de la clase trabajadora canalizando sus instintos más bajos hacia dos enemigos: los extranjeros y las élites. De esta manera, Trump no duda en denunciar a los inmigrantes de México como criminales y a los musulmanes como terroristas; a los acuerdos comerciales con China como una “violación” a Estados Unidos; al establishment político – representado por Barack Obama y Hillary Clinton – como incompetente y deshonesto.

La aceptación y respaldo de manifestaciones de xenofobia y nacionalismo furibundo son señales de preocupaciones subyacentes y legítimas que necesitan ser atendidas, no ignoradas. Sin embargo, las soluciones aislacionistas que proponen los movimientos de extrema derecha en EE.UU. y Europa no solucionarían los problemas que aquejan a los sectores más vulnerables. Resulta irónico que en el referéndum del Reino Unido, las regiones más dependientes del comercio con la Unión Europea votaron por abandonarla.

 Por el contrario, lo que se necesita para solucionar los problemas es un proceso de globalización aún más profundo, pero que reconozca las disparidades que causa y proponga medidas concretas para compensar a los sectores más perjudicados por ella. Reformas tributarias y fiscales que permitan extender los beneficios de la globalización son necesarias para garantizar la integración de la población y la estabilidad política. La cooperación internacional es necesaria para solucionar problemas como la crisis migratoria, reconociendo que la responsabilidad no puede recaer solo en Europa y solucionando el asunto de raíz al enfocarse en acabar con la guerra en Siria.

Espero que el Brexit, más que un catalizador de partidos políticos xenofóbicos y aislacionistas, sea recibido como un duro llamado de alerta para las élites y líderes políticos para que presten atención y respondan de manera efectiva a las preocupaciones reales que yacen detrás de movimientos populistas. De lo contrario, nos espera un mundo más aislado, donde los perdedores seremos todos.

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