Trump fue elegido presidente de los Estados Unidos de América. La leche Pura Vida no es leche. Perú está a un partido de clasificar al mundial (?). Parece que hay pocos supuestos que permanecen aguerridamente atornillados a nuestra concepción de lo real y lo fantástico. Por suerte, aún tenemos un bloque sólido y continuo de historia escrita que se remonta a unos cuatro mil años atrás, con una autoridad más bien fidedigna e incontrovertible. Mas algunos autores asociados a la Universidad de Leipzig de Ciencias Aplicadas piensan reconfigurar nuestro entendimiento de los años entre la Caída del Imperio Romano de Occidente y el Gran Cisma con Oriente con su hipótesis: la hipótesis del tiempo fantasma.

Angelika Müller, Hans-Ulrich Niemitz, Manfred Zeller, Christoph Marx, Uwe Topper y prominentemente Heribert Illig proponen lo siguiente: aproximadamente 297 años han sido intencionalmente añadidos entre los años 600 y 900 AD, de manera que acualmente vivimos en el año 1720.

La teoría ha sido extensamente cuestionada, pero—en nombre de los polémicos autores teutones—intenten mantener por un momento la mente abierta.

Muy abierta.

A lo que, muy abierta.

Según escriben ellos desde 1990, algo no cuadra con la historia como la conocemos. Si nos alejamos un momento de los textos como los Evangelios de Lindisfarne y otros referentes históricos escritos, podremos apreciar una discontinuidad en el discurrir de procesos arquitectónicos. Un ejemplo claro, según Niemitz, es la Capilla de Aachen (c. 800 AD), la cual llega 200 años muy temprano para su época. Las técnicas de construcción no se remiten a predecesores claros, con su prima estilística más temprana reconocible en Speyer del siglo XI. En la misma línea arquitectónica, la fuerte presencia de un periodo románico en Europa Occidental da indicios de que la Antigüedad no terminó hace tanto tiempo como estimado.

A esto se le suma la singular observación de que, de los 300 años que separan los siglos VII y X, “casi no hay evidencia arqueológica físicamente datada en la zona”. Otros investigadores, argumenta Niemitz, se apoyan ciega y desmesuradamente en fuentes escritas y en dendrocronología—el estudio y la medición de la correlación existente entre el crecimiento de anillos en árboles y el paso del tiempo.

Respecto a esta última metodología, podría existir una fuerte posibilidad de error. Un ejemplo radica en el esfuerzo de Schmidt (publicado en 1984)  para reconstruir un buen pedazo de historia y prehistoria: calculó erróneamente el intervalo entre 2000 AC y 500 AD al sincronizar madera de roble del norte y del centro de Europa. Una de estas sincronizaciones alcanzaba los 71 años de diferencia, pero este error se mantuvo—a pesar de que otros métodos (como la datación por carbono-14) databan los restos vegetales como significantemente anteriores—porque de otra forma no habría correspondencia con la historia escrita. Entonces, no sólo podría la dendrocronología engendrar equivocaciones dilatadas, sino que los autores sacrifican su rigor para adecuarse a lo que se halle escrito en papel.

Esto nos lleva a la segunda metodología: las fuentes escritas. Se hace demasiado caso a lo que está escrito y no el suficiente a lo que no lo está. Topper escibe en 1994 que el autor persa Feroudí culmina su Libro de los ReyesShahname (ca. 1010 AD) con el último rey persa Yazdgerd III, fallecido en 651, dejando trescientos cincuenta y nueve años de conquista del islam de lado.

Igualmente, la historia judía muestra un aparente hiato equiparablemente pronunciado. Entre s. VIII y XI AD, según The Dark Ages. Jews in Christian Europe de Cecil Roth, hay de poca a ninguna evidencia física de la presencia de judíos, a pesar de haber sido registrados mediante censos en todo el Imperio Romano unos siglos antes. Es sólo después del año 1000, según Roth, que aparecen como cancha los yacimientos (recinto de Regensburg de 1028 AD, Colonia en 1075 AD, Worms 1080 AD y Speyer 1084 AD).

Y he aquí lo más grave. El calendario juliano introducía una discrepancia de un día por cada siglo al año tropical “real” (traslación al rededor del sol). Para cuando el papa Gregorio III proclamó el actual calendario gregoriano, Illig señala, una discrepancia de 13 días sería esperada entre la fecha consuetudinario y el natural, mas los astrónomos y matemáticos que trabajaban para el pontífice añadieron un ajuste de sólo diez días: el jueves 4 de octubre de 1582 del calendario juliano fue seguido luego de la promulgación del calendario gregoriano por el viernes 15 de octubreHoy día  se cumplen 435 años del aparente “olvido” de estos tres días (tres días ≈ 300 años).

Así me veo cuando me invitan a las fiestas.

Así me veo cuando me invitan a fiestas.

Sin embargo, documentos de la época existen. O sea, se han redactado actas, cartas, tratados y leyes con fecha escrita de ese periodo. ¿Quién podría tener no sólo el poder, sino la urgente necesidad de falsificar, según el equipo de investigadores, tres siglos de historia? Dos explicaciones surgen:

  1. Otto III, emperador del Sacro Imperio Romano-Germánico decidió nombrar el año de su coronación como el año 1000 AD, por su especial relación con el milenialismo cristiano—la idea de que Cristo reinaría mil años antes del juicio Final. Ayudado por Gerbert de Aurillac (luego Papa Silvestre II), comenzaría a emitir documentos con fecha 1000 AD aunque ambos vivieran, según argumenta Illig, en siglo siete. Carlomagno habría sido llevado de la leyenda popular a la historia por Otto en busca de un modelo ideal, y 300 años fueron construidos arlededor de él por cronistas que rellenaron el vacío.
  2. El emperador bizantino Constantino VII (905-959), según el bizantinista Peter Schreider, comenzó en el año 835 AD a reescribir todos los textos en griego a un nuevo formato de escritura más moderno, lo que acabó en una copia para cada original y en la masiva destrucción de originales. Illig aquí encuentra una ventana para fabricar los hechos históricos a conveniencia para el emperador de Constantinopla.

Los motivos detrás de este segundo monarca, argumenta Niemitz, son desconocidos, pero irrelevantes dada la que él cree es una avalancha ineludible de evidencia física e historiográfica.

Este humilde autor, aterrizando un poco el artículo, no suscribe esta hipótesis. No es de sorprender que a los autores los mandaron a remitirse a un artículo anterior de esta página. Desplazar a los ojos de cualquiera el consenso de siglos no es tarea fácil. No obstante, si las teorías conspirativas les entretienen, he aquí un magnum opus; si tienes el mundo a tus pies, no sólo puedes hacer historia: la puedes fabricar a tu antojo.