Preguntas inevitables – especialmente cuando se está en un país más desarrollado que el nuestro – son: ¿qué tienen estos países que a nosotros nos falta? y ¿por qué nos cuesta dar el “salto” hacia el desarrollo?

Los últimos dos meses en Perú están siendo bastante movidos y complicados, nos muestran que todavía tenemos un largo camino por delante. Sin embargo, a pesar de las adversidades, una luz de esperanza aparece al observar a diversas personas unidas, buscando cómo ayudar a los demás y salir adelante como país. Después que pase la tormenta, debemos considerar cuál es el camino a más largo plazo para alcanzar el desarrollo: ¿qué nos dice la experiencia internacional y cómo podemos vincularla con los últimos acontecimientos?

Existen diversas teorías que buscan explicar las diferencias en el desarrollo entre los países. Desde explicaciones basadas en la geografía o la dotación de recursos naturales (lo cual, dependiendo de su manejo, puede ser positivo o negativo), pasando a la hipótesis institucionalista (Acemoglu y Robinson), que ha cobrado un gran interés últimamente y que analiza históricamente el papel decisivo de las instituciones, tanto las económicas como – especialmente – las políticas. Quiero detenerme en esta última teoría porque, a pesar que se reconoce su importancia, no siempre la entendemos bien:

Creemos que las instituciones son responsabilidad de unos pocos, cuando en realidad las formamos todos”.

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Todos somos una pieza importante del país (Fuente: Depositphotos)

Si se sigue así, es difícil construir instituciones: caemos en un círculo vicioso, en el cual nos lavamos las manos, buscamos culpables, y dejamos la tarea a un “otro”. Somos reactivos y poco propositivos. Cambiemos de chip. Las instituciones las formamos todos. Todos. Esto significa que nuestras decisiones diarias repercuten sobre el éxito o fracaso de las mismas. Más aún, diría que existe una condición básica que debe incorporarse en nuestro comportamiento para garantizar el buen funcionamiento de las instituciones: reconocer como igual a todos nuestros compatriotas, sin importar su lugar de procedencia o nivel socioeconómico. ¿Cumplimos esto?

Para que las instituciones funcionen, tenemos que renunciar a privilegios para equiparar la cancha. Pensemos en lo que pasó con el agua en Lima a raíz de los desastres naturales, se reconoció que era un “privilegio” que algunos tenían y se buscó usarla responsablemente para no perjudicar a otros. Con las instituciones pasa algo similar: si usamos nuestros privilegios para aprovecharnos del sistema, estamos condenándonos. Recordemos cuántas veces queremos saltar la cola indebidamente, aprovechar nuestros contactos para beneficiarnos egoístamente, o abusar de una posición de poder que puede dar el nombre o el dinero. Con esas acciones no favorecemos la consolidación de nuestras instituciones, y tal vez, esta sea una de las mayores diferencias con los países más desarrollados: la cancha está nivelada para todos y esto se respeta.

En medio de las dificultades por los fenómenos naturales, un buen número de peruanos ha mostrado empatía con los demás y ha buscado maneras de ayudar. Esto es una buena señal y debemos procurar mantener esa unidad. Es verdad que existe la viveza del peruano, el buscar aprovecharse del sistema y pasar por encima de los demás; pero también es verdad – y tenemos que empezar a pensar de este modo – que el peruano es emprendedor, luchador y es capaz de ser solidario. No dejemos que la primera “creencia” sea la que nos guíe. Somos tan iguales y capaces como cualquier otra persona en cualquier parte del mundo. Demos el siguiente paso y construyamos un mejor país todos los días. Todos compartimos la responsabilidad.