La escritura nunca se restringe. «Es práctica de toda clase de individuo sea cual sea su profesión», en palabras de Javier Marías; y agregaba además: «[…] y que por lo tanto debe ser fácil y sin ningún misterio». Consiste en sentarse, o detenerse; ordenarse, y comenzar. Así de próximo.

Son diversas las razones motivantes de este acto solitario y diferentes los objetivos planteados en su ejecución. Pero en todos los casos, la fruición de escogerse en palabras e ir más allá de las propias limitaciones físicas es la mejor recompensa.

«¿Y para qué?», «Si no da dinero», «Eso es para literatos»: son ideas que socavan el anhelo frágil: «yo quiero escribir». No debería ser así. Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista enuncia: «El escritor siente íntimamente que escribir es lo mejor que le ha pasado y puede pasarle, pues escribir significa para él la mejor manera posible de vivir». ¿Qué más provechoso que un ejercer donde la autoexpresión se convierte en un placer solemne? Se trata de un oficio muy personal y delicado; porque todo arte es una revelación propia. Y revelarse es exponerse.

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Escribir implica compromiso con uno mismo: autosuperación y avidez por perfeccionarse. Un vicio muy productivo, pues embarca a quien lo aspira a preguntarse: «¿y cómo puedo hacerlo mejor?». Escribir tiene sus ventajas: ordena pensamientos; canaliza arrebatos y avalanchas emocionales —las cuales a veces son fuente de creatividad—; vuelve productiva la lluvia de ideas; mejora la comprensión de lo leído y percibido; explica epifanías; nos entiende; nos ocupa en la soledad, y abre puertas a mundos imaginarios o subterráneos.

Escribir no es dinero, fama y vanidad, no es premios. Hay medios más eficaces, rápidos y fugaces para eso como la televisión. Escribir es un modo de vida introspectivo constante. Exige escucharse a solas, entregarse desde un comienzo, desarrollar una disciplina y confiar en un talento propio. Eso se galardona, el esmero. El reconocimiento a una vida inclinada al pensamiento, al forcejeo con la palabra, a la rebelión y a las experiencias.

¿Por qué escribir? es la pregunta a proponerse quien sienta el llamado. No hay una sola respuesta expeditiva ni concluyente. Mucho entra en juego. Lo esencial es no dejar de lado un hábito que revela lo más importante: nuestro mundo interior.