Recuerdo que me senté a tu lado empezando apenas el ciclo. Fue, de veras, solo un intento por no quedarme en mi cómoda soledad de siempre. Créeme, no habían intenciones bajo la mesa. Ni siquiera buscaba tu amistad. Como te dije, únicamente intentaba algo inusual y no irme a los asientos alejados y aislados de atrás donde podía escuchar la clase, ver el tiempo pasar y finalmente agarrar mis cosas e irme. No. Quise probar algo distinto.

Una vez en tu compañía, me llamó la atención, desde un primer momento, que llevabas entre manos un libro de Wayne Dyer. ¿Te gustará la psicóloga a profundidad?, me pregunté. Sin embargo, la pregunta se quedó solo en mi cabeza; ya que ese día no intercambiamos palabra alguna. La clase fluyó con normalidad. El uno junto al otro, con las miradas al frente. Yo revelé mis puntos de vista en repetidas participaciones. Tengo esa mala costumbre, de llenar el aula con mis intervenciones, de hacerme notar. Los alumnos de la Pacífico somos así.

Ese día, yo no oí tu voz. Fuiste como un fantasma; pero estabas a mi lado. En el fondo, me pareciste una boba, con remilgos, medrosa y asocial. Pero simpática. Poseías la energía que hace girar el mundo de uno alrededor tuyo, pese a que se resista a todo lo contrario.

¿Escribiría sobre ti si no fuese porque tuvimos esa aproximación tan extraña? ¿O por lo que vino después?

Decidí al final de ese día, sentarme en un lugar más propicio, la próxima clase,  para atender mejor la sesión. Ya que no encontraba una razón clara por la cual volver a sentarme en un asiento al lado tuyo. De ahí en adelante me he estado sentando delante de la pizarra en la fila del medio. En el primer asiento. Ahora que me percato, desde que tome ese asiento, abandoné mis intenciones de socializar; ya que siempre ponía mi mochila y mi saco en el asiento de al lado. Y sin querer volvía a mi soledad.

Recuerdo que al final de esa segunda clase me percaté que tú… ¡tú estabas detrás mío! Grande fue mi estupefacción al verte en la fila del medio, en la que yo me encontraba ahora; y en la segunda columna, justo una detrás de la mía. Nunca supe si estabas ahí antes de que yo llegará a donde me encontraba ya o te habías sentado donde te vi después de que yo ya había tomado el asiento de la primera columna. ¿Casualidad? Lamento haber estado tan abstraído con el tema. De no haberlo estado, sabría si llegaste tras mío antes o después que yo; y ello me hubiera permitido esclarecer tu comportamiento.

Aquellos sitios vendrían a ser nuestros sitios por las semanas siguientes. Y el silencio y la esquivez entre ambos, pese a estar tan cerca, la regla.

Pasaron las semanas de parciales y fui escuchando tus participaciones. Comenzabas a dejar de ser un fantasma. Es más, excedías mis expectativas. Eras brillante.

No ha sido hasta ayer que me percaté que seriamente me afecta bastante tu presencia. Solo hay dos maneras de lograr eso. La primera es que me gustes; la segunda, que me desagrades. Porque aquello que más nos resulta desagradable, también, es lo que más nos llama la atención. Y bueno, eso supongo que me pasa contigo. Porque en el fondo creo que me odias, que no te caigo bien. Y si es así, yo te correspondo. Ahora que lo escribo, te comportas parecido a mí. Eres esquiva, fría, lógica. Nunca te veo hablar con nadie, excepto con los que están en tu grupo y la docente. A mí me pasa igual.

En cuanto a nosotros. Creo que es evidente. Nunca nos hemos saludado, ni nos vemos a los ojos; y nos evitamos. Varias veces cuando participabas, te miraba con admiración y tú no me aceptabas ni ese gesto. Quizá nos menospreciamos realmente. ¿Cómo pude pensar, líneas atrás, que me gustas? ¿Acaso albergaba alguna posibilidad contigo?

Quizá todo hubiese sido distinto si te hubiera dicho: «Hola». Pero hasta en eso me haces acordar a mí. A mi trastornada forma de comportarme. Mi imposibilidad por hacer las cosas como deben ser desde el primer momento. Posiblemente complico todo. Complico todo deduciendo lo que piensas a raíz de lo que no dices con palabras y pensando que no es necesario que me digas algo.

Posiblemente me haya equivocado totalmente. Hoy llego una notificación tuya. Ella quiere ser tu amiga. Aceptar. Rechazar. No sé qué venga después. Quizá cambien el tono de estas palabras. O tal vez no. Pero las escribo porque quiero conservarlas para siempre.