Un día como hoy capturaron al dirigente senderista Abimael Guzmán.
Pero hoy día, él no es quien precisamente me preocupa.

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Un hombre grita por ayuda, amordazado, acorralado por nudos y sogas. Llora desesperadamente, sacudiéndose, como pidiendo perdón. Pobre muchacho. Llora y en sus ojos ves arrepentimiento, pero sobre todo, miedo. En la habitación de al lado están reunidas varias parejas, un hacha está apoyada contra la pared blanca. Uno de los padres de familia enciende la televisión y las imágenes de las que huían en sus pesadillas empiezan a reproducirse frente sus ojos. De un momento a otro, cada mamá, cada papá ahí presente se convierte en testigo del abuso más desgarrador que jamás habían presenciado: el de hacia sus propios hijos. El maldito ese sigue sollozando. Uno a uno, los familiares entran a cumplir con la pena. Las paredes dejaron de ser blancas. Ya no llora, pero primordialmente, nunca más tocará a un niño. Empatía por la venganza (Chan- Wook, 2005)

La primera vez que vi esa película me frustré mucho. Me considero una buena persona, sin embargo, me perdí. No me dolía que lo maten. Curiosamente no era la única: aquel proceso de desensibilización permitía que empaticemos con las víctimas a tal punto que a través de su dolor, una conducta en teoría inconcebible pareciese lógica e inclusive, oportuna.

Presuntos subversivos, trasladados desde Ayacucho tras el ataque al penal de Huamanga, 1982, arriban a la isla penal de El Frontón en Lima. Foto: Óscar Medrano Revista Caretas

Durante los 20 años que el terrorismo abrasó al Perú, la guerra popular (?) significó 69 mil 280 vidas, entre muertos y desaparecidos. Esta cifra es mayor al número de pérdidas humanas de todas las guerras civiles y externas que sufrió la república en sus 182 años de existencia, sumadas. (CVR, 2003) Toques de queda, violaciones, postes con perros colgando y explosiones. Sendero Luminoso y el Ejército Peruano se apoderaron de nuestra libertad. Miles de inocentes perdidos en fosas. Mujeres que veían asesinar a sus esposos y que siguen buscando los restos de sus hijos. Los más pequeños, si no eran forzados a unirse a Sendero, probablemente a los 8 o 10 años debían convertirse en cabeza de familia.

Podría seguir dando números, podría compartir testimonios. Hay cientos. Pero de alguna manera ahí, como yo, nos perdemos.

El 8 de noviembre de 1989 la Policía Nacional realiza un operativo en la Facultad de Medicina San Fernando de la Universidad de San Marcos. Los efectivos detienen a estudiantes sospechosos de terrorismo. Foto: Diario Oficial El Peruano

1989, la PNP realiza un operativo en la UNSM. Los efectivos detienen a estudiantes sospechosos de terrorismo. Foto: Diario Oficial El Peruano

Guillermo Nugent (ex Director del LUM) hace unos meses comentaba  que cuando una frase se repite demasiadas veces, su significado se desvanece. Algo parecido sucede con “recordar la historia para que no se repita” (2017). Nos desconectamos de cualquier relación con el presente y culpamos. Culpamos y odiamos y sufrimos. El “para que no se repita” va perdiendo relevancia, sabe a excusa.

Decía Buda que aferrarse al odio es como tomar veneno y esperar que la otra persona muera. Y es precisamente por eso que no podemos permitir que nuestra concepción de historia se limite a un concentrado de dolor, frustración y aborrecimiento. Y no, no hablo de una reconciliación irreflexiva con ánimos de pretender que pagaron lo que tenían que pagar y que las vidas perdidas –además del sinnúmero de muertes y desaparecidos- se convirtieron en una deuda saldada al cumplirse la pena. Pero ciertamente, si buscamos –y exigimos- evolución, también debemos ejercerla.

Ayer Maritza Garrido Lecca, la bailarina de ballet que ocultaba a Sendero Luminoso en su casa, salió en libertad. Le seguirá los pasos Martha Huatay, promotora de varios atentados y matanzas. Ya salieron más de treinta y lo más probable es que lo sigan haciendo3. Y aunque nos cueste aceptarlo, es nuestro deber como peruanos intentar reinsertarlos en la sociedad o por lo menos, no obstaculizarla. Veinticinco años es poco, pero aunque parezca irónico, su libertad es la ley; ellos son los delincuentes, no nosotros.

Sin dudas nuestra labor es la más difícil: demostrar una superioridad moral ante nuestros agresores. (Roncagliolo, 2017)

Velorio de Luis Sulca Mendoza, alumno del colegio Gral. Córdova de Vilcashuamán, Ayacucho. Acusado de traición y asesinado por SL, 1986. Foto: Jorge Ochoa Diario La República

Pero si pretendemos amarrarlos a una silla y con lágrimas aun cayendo, entrar a esa habitación a darles “lo que se merecen”, si lo que queremos es que no vivan cerca de nosotros, ni de él, ni de aquel. Si no permitimos que salgan de sus casas, si no dejamos que entierren a sus muertos, si concedemos que nuestro dolor los persiga y los asfixie a tal punto que otro cuarto de siglo les sepan a nada, terminaremos por reforzarlos. ¿Qué acaso eso no es lo que buscan?5

Un día como hoy capturaron al dirigente senderista Abimael Guzmán. Pero hoy día, él no es quien precisamente me preocupa. Veinticinco años más tarde, así no lo queramos, es a nosotros a los que nos toca decidir si seremos promotores del terror, o no.

 Referencias bibliográficas:

  1. Chan Wook, P. (2005). Empatía por la mujer venganza
  2. Lerner, S. (2003). Comisión de la Verdad y Reconciliación.
  3. Nugent, G. (16 de Julio de 2017). Tarata, una cuestión de límites. Obtenido de El Comercio: https://goo.gl/1PPsGH
  4. Perú 21. (04 de Octubre de 2015). https://goo.gl/4GLyzK
  5. Roncagliolo, S. (09 de Septiembre de 2017). Destruir, exterminar, aniquilar, por Santiago Roncagliolo. Obtenido de El Comercio: https://goo.gl/a758BB
  6. Recolección de fotografías: http://idehpucp.pucp.edu.pe/yuyanapaq/