La lejanía de varias zonas del país a veces impide tomar consciencia plena sobre los atropellos y abusos que ahí ocurren. El ejemplo perfecto es Madre de Dios, un departamento considerado como una de las 25 zonas con mayor biodiversidad del planeta, que hoy en día viene siendo arrasado por la codicia y desenfreno de la minería ilegal. Y hasta ahora no se encuentra solución que pueda remediar la maldición de la cual ha sido víctima.

Vayamos al origen de este problema. La nueva fiebre por el oro de Madre de Dios comenzó a ganar fuerza alrededor del año 2010, después de que finalizó la construcción de la Carretera Interoceánica. Esta nueva ruta le facilitó la chamba a quien quería extraer y transportar oro desde los ríos de selva amazónica hasta los puertos de Tacna y Arequipa, lugares donde se puede sacar mayor ventaja de los precios que ofrece el mercado internacional. Y si bien esto podría sonar positivo para el desarrollo de la región, la típica falta de previsión estatal terminó por permitir que un conjunto de inescrupulosos comience a expandir operaciones ilegales de extracción de oro, sin ningún interés en cumplir leyes ni en prevenir el daño que pueden ocasionarle al medio ambiente o a la salud de las comunidades. Desde entonces, la actividad minera ilegal en Madre de Dios ha dejado consecuencias que en muchos casos son irreparables y poco cuantificables.

La trata de personas. Por una parte, los mineros ilegales han aprovechado la pobreza y la falta de oportunidades de regiones aledañas para tejer una red de trata de personas que alimenta el funcionamiento de las operaciones de campamentos mineros. Desde distritos como Ocongate y Ccatca, ubicados en la frontera entre Cusco y Madre de Dios, se recluta con engaños y falsas promesas a niños y jóvenes que terminan lavando máquinas, o brindando servicios de compañía a clientes en bares que funcionan clandestinamente como prostíbulos, donde la explotación laboral y sexual juvenil brota a flor de piel. “Explotan a los más jóvenes”, menciona Aquilino Huanca, uno de los dirigentes de la ronda campesina de Ocongate, quien retrata también la situación de varios sueños que se ven truncados en los campamentos mineros de Madre de Dios. “Muchos jóvenes se accidentan o mueren ahogados, (…) ahí los vuelven viciosos del alcohol, se malogran, se enferman o desaparecen”. Lo peor de todo es que para ellos la justicia no es un bien de fácil acceso por la distancia a las fiscalías o porque les falta personal (si es que ya no ha sido comprada sesgada a favor de los mineros ilegales).

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“A las mujeres les dicen que solo lavarán la ropa, luego las hacen acompañar a los clientes en los bares, (…) y luego las ingresan al circuito de la prostitución”.

Terrorismo ambiental. El legado ambiental de esta minería asciende a más de 50 mil hectáreas de tierra que han sido asesinadas por las altas dosis de mercurio a las que fueron expuestas para filtrar las pepitas de oro que terminan en lujosas tiendas de Europa o Norteamérica. Por si fuera poco, el mercurio se propaga a través de lo que queda de los ríos y afecta a la mayoría de familias, al punto en el cual 80% de personas en Puerto Maldonado, capital de Madre de Dios, tienen niveles de mercurio en su cuerpo que son tres veces más altos que el límite permisible. Así, de a poquitos, la minería ilegal está arrebatándole a nuestra Amazonía su más grande esencia, la cual radica justamente en el desarrollo de sus comunidades y en la belleza de sus tan diversos ecosistemas.

Violencia y la política del oro sucio. Finalmente a todo esto se le suma (i) la violencia desenfrenada que surge en la competencia por quién se lleva finalmente el oro, que coloca a Madre de Dios como una de las regiones con más homicidios en el país (su tasa casi triplica el promedio nacional); y (ii) el apoyo nada escondido del gobernador regional Luis Otsuka al desarrollo de estas actividades ilegales, lo que resta efectividad a cualquier intento por confrontar el problema que significa la minería ilegal. Él permitió la construcción de carreteras en medio de las zonas de amortiguamiento de Reservas Naturales y Parques Nacionales, para que sus amigos mineros puedan transportar el oro que ilegalmente extraen de dichos territorios. Y nadie hace nada.

¿Qué se ha hecho hasta ahora para solucionar estos problemas? La asistencia a las víctimas de trata de personas en el Perú es escasa o nula (por más que tenga su Ley y todo). Las interdicciones realizadas por el Ministerio del Ambiente pierden efecto si es que los mineros ilegales reemplazan su maquinaria como si cambiaran de ropa, y la violencia nunca cesará si es que son las propias autoridades las que permiten que la minería ilegal opere con total normalidad. Lo cierto es que Madre de Dios vive una maldición de recursos naturales particular y que necesita ser combatida, urgentemente, antes de que se sumerja completamente en el oscuro universo de la minería ilegal.

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