En ningún país del mundo generar divisiones es bueno; más aún en un país sumido en una crisis generalizada debido a una pandemia que ha arrasado al globo. En condiciones como esta, deberíamos esperar que nuestros políticos busquen lograr consensos y que encuentren puntos comunes en beneficio del país. Lamentablemente esto no ocurre así. Tal vez podría suceder en el Perú: un país ideal en donde el Estado, la sociedad civil, el sector privado y las instituciones castrenses se unieron para lograr salir adelante y vencer a la COVID-19. Pero no. Hace mucho tiempo que dejamos de vivir en la República del Perú. Hemos cruzado hacia el meme: somos Perulandia. Estamos en la trigésima temporada de una serie de televisión en donde el guionista ya no sabe qué más poner de relleno. Cuando vemos la televisión, revisamos Twitter o escuchamos la radio, solo podemos pensar: “¿Ahora qué?”.

Antecedentes:

Esta situación no es nueva. Venimos arrastrándola desde hace 5 años. Todo comenzó cuando un gringo simpático de apellido impronunciable venció a Keiko Fujimori por 41,057 votos. Era la segunda vez que se le “quemaba el pan en el horno” a la candidata de Fuerza Popular (en el 2011 fue derrotada por Ollanta Humala), quien no pudo lidiar con la frustración de la derrota (un libro de autoayuda no le hubiese caído mal). Sintió que le habían robado la elección. Desde allí empezó un sabotaje al gobierno y una pataleta histórica que nos dejó como legado cuatro presidentes en cinco años (Pedro Pablo Kuczynski, Martín Vizcarra, Manuel Merino y Francisco Sagasti), una “presidenta de la república encargada” (inserte emoji de payaso aquí) y dos congresos. En medio de la novela llegó la pandemia y la consecuente crisis socioeconómica, llevándose los últimos remanentes de nuestra endeble salud mental.

Hoy por hoy:

A pesar de que siempre nos han dicho que todos los actos tienen consecuencias y que debemos asumir la responsabilidad de nuestras acciones, parece que nunca nos contaron que esto no aplica para el fujimorismo. A pesar de que la actual crisis política que vive el país es producto de una “revancha” de Keiko Fujimori, le dimos la oportunidad de pasar (por tercera vez) a una segunda vuelta. ¡Ni Lourdes Flores se había atrevido a tanto! ¿Y a quién se enfrentó? Pues, a nada más y nada menos que a otro candidato potencialmente peligroso: Pedro Castillo, un maestro rural que hacía pocos meses se había inscrito en un partido político de extrema izquierda. Nuevamente teníamos “al cáncer vs el sida”; frase que describe muy bien la situación de la segunda vuelta del 2021, aunque su autor, Mario Vargas Llosa, esta vez se encuentre del lado de la posverdad.

Pedro Castillo y Keiko Fujimori el día de la firma de la Proclama Ciudadana. Fuente: El Comercio.

A pesar de la pandemia, las elecciones se realizaron con normalidad. Los organismos observadores y la comunidad internacional manifestaron su conformidad con el proceso. Sin embargo, antes de proclamados los resultados oficiales, comenzaron a oírse los gritos de “¡fraude!” e incluso llamados a un golpe de estado. De repente, vimos frente a nosotros al fantasma del 2016 (en versión reloaded) y tuvimos una sensación de déjà vu; de que la historia en el Perú es cíclica. Nuevamente, nos encontramos frente a una Keiko Fujimori incapaz de aceptar su derrota. Sin embargo, a diferencia del año 2016, Fujimori y sus aliados como Rafael López Aliaga han logrado convencer a un grupo importante de peruanos (especialmente limeños) de que existen “pruebas” de un inexistente fraude (¡enséñenme a vender una idea tan eficazmente!). Desde entonces, vivimos entre las solicitudes de nulidad, apelaciones y problemas en el Jurado Nacional de Elecciones (JNE), que solo buscaron dilatar el proceso.

El Jurado Nacional de Elecciones debe proclamar a Pedro Castillo como presidente electo en los próximos días. Fuente: Diario Gestión.

Como peruanos debemos proteger nuestra endeble democracia, más allá de que estemos (o no) de acuerdo con los resultados. En democracia a veces se gana, pero también se pierde. Pedro Castillo ganó legítimamente la segunda vuelta. Hoy por hoy, debemos enfocarnos en qué hará Castillo como presidente. ¿Quiénes serán sus ministros? ¿Cuál será su política económica? ¿Se alejará de Vladimir Cerrón? ¿Podrá lograr instalar una Asamblea Constituyente? Son estas las preguntas que debemos exigir a Pedro Castillo que responda. De cómo conteste depende el futuro del país.