Estás caminando por la calle. Son las 11 pm. Se te hizo tarde, y no pediste un taxi porque vives a un par de cuadras. “Voy a caminar, es un ratito”, dices. Aparece un señor caminando lento, sientes que se te pega un poco. Tal vez está en tu mente, tal vez estás un poco hostil, fácil solo quiere pasar y adelantarte. No puedes evitar preguntarte, sin embargo, en dónde está tu celular. ¿Dije celular? Bueno, sí, un celular, si eres hombre. Pero si eres mujer, tu preocupación no está solo en tu celular. Te preocupa que te toquen, que venga alguien y se tome la libertad de hacer contigo lo que le plazca a su voluntad. ¿Muy radical, lector masculino? No he venido a atacarlo, ni meter a los hombres bienintencionados dentro del saco de la agresión. Pero hay otro saco del cual, probablemente estés harto de escuchar: el de la indiferencia.

“Uy. Ya empezó la feminazi”. Este término, por si no lo habías escuchado, compara a una mujer que tiene en sus sorpresivos (¿?) ideales que una mujer no debería ser asesinada, acosada o agredida (solo por ser mujer) y un miembro de un partido genocida fascista. Si alguien tuviera que ser etiquetado como parte de un movimiento violento, ¿no debería ser aquel que sí mata? En fin.

 ¿Sabías que un sujeto en Chorrillos quiso quemar viva a su ex pareja? No estoy hablando de Carlos Hualpa a Eyvi Ágreda, sino otro caso, de tentativa: Christian Gutiérrez a Bertha Margot Sifuentes. Como si fuese un movimiento cultural trending quemar a mujeres vivas. En pleno siglo XXI, en pleno uso de nuestra democracia. Y bueno, podría llenar este texto con nombres de víctimas y agresores, no solo por fuego. Podría poner a mi amiga, que su ex enamorado la empujó por las escaleras. Podría poner a otra amiga, que su ex pareja atentó tanto hacia su autoestima que pensó que nunca podría dejarlo. Podría poner hasta mi mismo nombre. Pero no vengo acá a dar testimonio. Vengo, lamentablemente, a distraerte una vez más del mundial. Y espero que no dejes de leer por esta última oración. Porque todos los goles del mundo, por más alegrías que nos traigan, no podrán devolverle la vida a quienes murieron por el ego y por los celos de estos hombres, no podrán brindarles ayuda psicológica a quienes vivieron para contarlo, no podrán asegurar la eficiencia del poder judicial, o convencer al congreso de votar para endurecer las penas a tentativa de feminicidio.

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No, no soy una “infeliz” o “inestable emocionalmente”, como diría cierto artista músico peruano al cual siempre le tuve mucho cariño, por no “tolerar” que los medios estén sobresaturados por fútbol. Estoy muy feliz por la selección. Grité con fuerzas los dos goles que metió nuestro capitán el domingo. Pero no voy a olvidar que una mujer de 22 años se subió a un bus, muy cerca de mi casa, y de pronto fue prendida en fuego. No voy a olvidarlo, ni aunque hayan pasado 36 años que no vamos a un mundial, porque han pasado más años de injusticias en este país contra las mujeres. Y, ¿cuántos más vendrán?

¿Te parece que estoy mezclando papas con camotes? ¿Que no tiene nada que ver uno con el otro? Oye, pero si las primeras planas de nuestros medios de comunicación los ponen uno al lado de otro.

Veo la cara de incomodidad de algunos hombres cuando escuchan casos de abuso, de violación. No porque ellos lo vayan a cometer, sino por exactamente lo contrario. “Oye, pero yo nunca haría eso”. Por supuesto, puede que no seas el acosador, o la víctima. Pero, quieras o no, eres parte de los espectadores, al igual que el resto de ciudadanos, autoridades y cualquier persona en el mundo que escriba en google “países con mayor índices de feminicidio”.

Pero ¿qué más podemos hacer? Me gustaría tener la respuesta. No tengo control del congreso, ni de la PNP, ni del sistema judicial, ni de la mente de cada hombre que abusa, ni del alma de cada víctima que busca ayuda. Tú tampoco. Pero la consciencia social sí es clave para el cambio. No tenemos que aceptar la cultura machista y disfrazarla siempre de insanidad mental.  Recordemos que Eyvi no solo es víctima. Es símbolo de resistencia, de lucha. Estuvo un mes bajo cuidados intensivos. Tuvo nuestras flores, nuestro apoyo, y literalmente, hasta nuestra sangre. Un terrible mes, pero también hubo más en su vida. Pudo haber tenido muchísimos años más de felicidad, tristeza, frustración. Eyvi pudo haberse bajado de ese bus a su casa, con su familia. Pero no lo hizo.

Nadie puede devolverle la vida, pero podemos velar por la vida de las mujeres que aún están aquí, y las que vendrán. Una vez que seamos libres, seámoslo siempre.