En La Pampa, en La Rinconada, en Sarhua, en las Bambas, en Gamarra, cada humano cuenta. El mundo avanza rápido y el Perú trata de seguir el ritmo. ¿Qué pasa con los olvidados?

Durante la segunda mitad del siglo XX e inicios del siglo XXI, la humanidad experimentó una gran mejora, la cual se refleja en la disminución de la pobreza en más de 30 puntos porcentuales y el aumento de la esperanza de vida en alrededor de 60%. Sin embargo, las próximas décadas plantean desafíos muy distintos para los cuales debemos pensar en nuevas estrategias. Hemos aprovechado al modelo actual, pero el mismo tiene debilidades que son cada vez más evidentes: económicas (desigualdades que alimentan resentimientos), políticas (extremismos y nuevos nacionalismos), sociales (pérdida de sentido de comunidad) y ambientales (la destrucción del planeta).

¿Cómo transitar a un nuevo sistema inclusivo y no “matarnos” en el intento? Propongo 3 puntos clave para reflexionar. Priorizo la variable económica porque ha sido la dominante los últimos 50 años.

1. Porque cada humano cuenta… tenemos que ver más allá del crecimiento económico

El pastel puede seguir creciendo, pero de nada sirve si algunos no comen nada y otros se indigestan por gula. El crecimiento ha ayudado; no obstante, tenemos que pensar más allá. Crecer no está asociado con la felicidad, aunque parece ser nuestra única motivación y solución (por ejemplo, nuestros amigos de Confiep evalúan propuestas políticas en base solo al crecimiento). ¿Tan poco creativos somos? Pongámonos también otros objetivos.

Kate Raworth, reconocida académica de Oxford, propone un modelo innovador para evaluar nuestra prosperidad: la “economía del donut”. En vez de ver la economía como una línea que crece infinitamente (¿destruyendo todo a su paso?), propone graficar la economía como un donut.donut

El equilibrio se encuentra en el anillo del donut, es decir, la zona verde. No podemos caer en el centro (hueco) del donut porque ello implica tener deficiencias en algún indicador y no se garantizan condiciones mínimas de vida para toda la población: el fundamento social. Pero tampoco podemos caer en la parte externa del donut, porque se cometen excesos que ponen en riesgo nuestra supervivencia: el techo ecológico. Debemos buscar el equilibrio en el área verde, ni poco ni mucho.

Para el Perú alcanzar este equilibrio es fundamental. Todavía tenemos indicadores preocupantes en fundamentos sociales: pobreza que no baja del 20%, entre 7 y 8 millones de peruanos sin agua potable,  menos del 20% de estudiantes con resultados satisfactorios en las evaluaciones censales escolares en secundaria, entre otros. Al mismo tiempo tenemos que velar por el techo ecológico: 6 millones de hectáreas de selva virgen perdidas en parte por la tala y la minería ilegal, más de 5,000 muertes al año por contaminación del aire, población rural y de la selva desplazada.  No nos olvidemos de nadie. Todos cuentan.

2. Porque cada humano cuenta… la desigualdad y la democracia importan más de lo que creemos

A la desigualdad no se le otorga relevancia desde un punto de vista puramente económico, pero es crucial para la sociedad y la política. Al respecto, las investigaciones de Piketty han marcado un hito importante. Si bien su metodología y hallazgos son fuente de crítica, no se discute su argumento sobre las implicancias de la desigualdad en la democracia.

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Dar el salto no es tan fácil

Populismos o dictaduras se alimentan de la desigualdad, ya sean de izquierda al estilo de Maduro (Venezuela era de los países más desiguales de América Latina a finales del Siglo XX), o de derecha al estilo de Le Pen o Vox. La desigualdad no es juego. La respuesta política ya se siente, con una polarización creciente en el mundo entre movimientos extremos de derecha e izquierda. El Perú no es ajeno.

Por eso, es importante insistir en la igualdad de oportunidades: es una condición básica para la paz. En el Perú habría que sumarle la lucha contra la discriminación y el racismo, que son el reflejo de relaciones desiguales y que generan tensión en nuestra frágil democracia: ¿de verdad valemos todos lo mismo? Existen privilegios que niegan derechos a otros, aunque no nos demos cuenta. Pensemos en la suerte que tenemos de haber nacido en determinado lugar o haber recibido una educación de calidad. Las personas que no tuvieron esa suerte también cuentan.

3. Porque cada humano cuenta… prioricemos la ética antes que la economía

Un argumento indiscutible de lo igualmente valiosos que somos los humanos es que somos seres biológicos de una misma especie. Sin embargo… ¿Qué pasaría si “logramos”, a través de la biotecnología, que unos humanos sean biológicamente superiores a otros? ¿Cuáles serían las consecuencias éticas y económicas?

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¿La ciencia ficción podrá volverse realidad?

Harari, autor de “Sapiens” y “Homo Deus (los libros de ciencias sociales más vendidos de los últimos 3 años), explora esta posibilidad. Los avances tecnológicos permitirían que se mejore biológicamente la vida humana -la cual finalmente es un algoritmo por descifrar- y se creen humanos superiores. El problema es que esto beneficiaría únicamente a las personas que puedan pagar la tecnología, acrecentando así la brecha, ahora sustentada en una diferencia biológica.  Los que se queden atrás corren el riesgo de desaparecer.

Desde un punto de vista estrictamente económico (y muy insensible de paso), surge la pregunta: ¿Por qué el Gobierno debería invertir en toda la población, si para garantizar el crecimiento se necesita ahora a una élite muy capacitada y tecnológica, en vez de una masa grande de trabajadores? En el siglo XX, los países necesitaban masas grandes de personas para la guerra o la industria, y esto garantizaba la rentabilidad económica de promover sistemas universales de educación y salud. No obstante, en el siglo XXI tal vez ya no se necesite a todos.

Si seguimos inmersos en un sistema que mide el progreso únicamente en término de costos y beneficios económicos, tal vez en el futuro los humanos seamos intercambiables o desechables. Por eso es importante hablar más de una nueva ética, la cual tiene que ser superior a la economía.

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Como vemos, el siglo XXI plantea nuevos desafíos que serán difícilmente superados con las mismas ideas del siglo XX. Debemos adelantarnos al futuro, con sus posibles dilemas éticos, e ir pensando en alternativas viables. El primer paso es convencernos de que ningún sistema o modelo es perfecto. Aceptar las críticas nos lleva a pensar en maneras creativas para fortalecer nuestras estructuras económicas y sociales, las cuales garanticen que toda vida humana cuente por igual.

Edición: Isabela García