Una lucha teñida de violencia. El pasado viernes 16 de agosto se realizó en la ciudad de México- y en otras partes del mundo- la marcha contra la violencia de género y por el reciente destape de acusaciones de menores de edad a policías que abusaron de ellas durante sus horas de servicio cuando debían estar protegiéndolas.

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Si bien la marcha comenzó pacíficamente, en el transcurso de las horas un grupo de las manifestantes pintaron estatuas, el monumento a la Independencia y el suelo de la plaza en la que se encontraban. Después, rompieron los vidrios, las máquinas expendedoras y los carteles publicitarios de una estación de buses. Asimismo, un periodista fue golpeado en la cara por un ciudadano que se encontraba en la manifestación. Finalmente, otro grupo se dirigió a una estación de policía abandonada, donde hicieron una hoguera e impidieron el paso de los bomberos: como resultado hubo distintas pérdidas materiales, más de 10 heridos y varias mujeres detenidas. La jefa de gobierno mexicana, Claudia Sheinbaum, después de reunirse con 40 representantes de agrupaciones y colectivos feministas, ha manifestado que si bien se seguirá con la investigación de los agraviados, no se criminalizará la protesta social.

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Me gustaría plantear hipotéticamente una situación: si no hubiesen ocurrido estos actos durante la marcha, ¿la lucha de las mexicanas hubiese resonado tanto? Sí, es cierto que la forma en la que los medios de comunicación han reportado la marcha es mediante la criminalización. Sin embargo, por medio de las redes sociales se ha podido propagar y visibilizar de diversas formas la gravedad de la situación de riesgo –y la indiferencia a esta- en la que viven estas mujeres.

Esta fue una marcha teñida de violencia, pero no principalmente por parte de las manifestantes, sino por parte de los miles de agresores físicos, sexuales y psicológicos con las que estas mujeres se cruzan día a día en la calle. En México, de acorde a cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, solo de enero a junio de 2019 se registraron 470 casos de feminicidios. Asimismo, de 100 mujeres entrevistadas tras su detención por Amnistía Internacional, 33 denunciaron haber sido violadas durante el arresto, principalmente por parte de la Marina, Policía Municipal y policías estatales.

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Nunca he estado a favor de la violencia, pero los actos que se cometieron – los cuales serán debidamente juzgados- no deben eclipsar lo importante de la lucha: las mujeres estamos marchando porque nos están matando. No solamente pasa en México, pasa en nuestro país, pasa en todo el mundo. Estamos inmersas en una sociedad donde, por lo menos, tenemos que compartirle nuestra ubicación a un amigo para que pueda asegurarse de que estamos llegando bien a casa.

Esto no es un ojo por ojo, lo que ha pasado en México es la muestra de la necesidad de una alerta de género: la situación ha desembocado en tal nivel de impotencia, enojo y frustración, que estos son los resultados. No es una justificación, no es una excusa, tampoco es una amenaza. Es una señal tangible de que una vida con miedo es insostenible y que las autoridades deben tomar medidas urgentes y eficaces para acabar con la impunidad de quienes nos agreden y con la minimización de nuestras protestas. No solamente las autoridades, sino cada uno de nosotros debería ser una pieza fundamental que construya de forma pacífica una sociedad igualitaria: esta no es ni debería ser una lucha de mujeres contra hombres, sino de seres humanos contra la injusticia, la inequidad de género y el abuso de poder.

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En un panorama como en el que vivimos ahora seguiremos marchando hasta que la lucha reluzca mucho más que diamantina rosa y se logre un cambio sustancial. Vamos a seguir marchando con miras a que la violencia- por cada una de las partes- acabe y podamos habitar en un mundo donde no tengamos que caminar con una llave bien apretada en nuestra mano, con la esperanza de que nos pueda salvar de un futuro tan cruel como el que tuvieron las mujeres que ya no pueden marchar a nuestro lado.

Edición: Daniela Cáceres