Pantera Negra, Coco, Locamente Millonarios, y Llámame por tu nombre son algunos ejemplos de exitosas películas de este año con un elemento común: cuentan historias de grupos minoritarios poco representados en la ficción. Desde la literatura antigua hasta las series de televisión modernas, en la ficción popular han predominado historias de personajes masculinos, caucásicos, heterosexuales y cisgénero. Por ejemplo, si pensamos en superhéroes, ¿cuántas mujeres se nos vienen a la cabeza? ¿Cuántos personajes con un color oscuro de piel? A la luz de todo esto, muchas minorías reclaman una mejor representación en la ficción; pero, ¿esta demanda es un simple capricho o tiene una razón de fondo? Y, ¿cuál es su importancia?

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Para comenzar, la ficción genera empatía. Varios estudios de la Universidad de Toronto han demostrado que las personas que leen ficción, al ver el mundo desde la perspectiva de otros – los personajes –, entienden mejor a los demás y son más empáticos. Esto no es muy difícil de creer, al ver una película o leer una novela, vemos la vida de alguien completamente distinto a nosotros desde sus ojos y poniéndonos en sus zapatos, ya sea de un astronauta perdido en marte, de un niño mago en Hogwarts o de un profesor de química que prepara metanfetamina. Imaginémonos entonces el nivel de empatía que tendríamos viendo una película sobre cómo la minería afecta a una comunidad indígena, o sobre cómo el conflicto de Gaza afecta a una familia palestina. La ficción nos puede llevar a cualquier confín del mundo y hacernos entrar hasta los ámbitos más privados de la vida del protagonista, a conocer sus mayores secretos y así, sin darnos cuenta, a comprender mejor los problemas de su grupo.

Ahora bien, ¿es suficiente contar historias de grupos minoritarios, o importa el tipo de historia que contamos? ¿Califica como “diversidad” que aparezcan árabes en películas de Hollywood, pero siempre como terroristas? ¿Que aparezcan personajes LGBT+, pero siempre hipersexualizados? La ficción moldea la percepción que tenemos sobre el grupo cuya historia se está contando, y la que sus miembros tienen de sí mismos. Ver a una persona similar a nosotros en los medios nos hace sentirnos incluidos en nuestra sociedad y refuerza una perspectiva positiva hacia nuestro grupo y lo que podemos lograr. El Príncipe de Bel Air, por ejemplo, trata de una familia afroamericana y rica estadounidense: esta es una gran forma de normalizar dicha percepción de este grupo y anular estereotipos racistas o clasistas sobre este. Del mismo modo, la ficción puede ayudar a romper muchísimos estereotipos más. Por ejemplo, ¿por qué no crear un personaje LGBT+ con una trama que no gire en torno a su orientación sexual, sino que esta sea solo una característica suya? Este es el caso de la reina Daenerys Targaryen en la saga Canción de hielo y fuego, cuya trama gira en torno a su búsqueda por el Trono de Hierro, y que, además, es bisexual. Sin embargo, que se haya eliminado esta última característica en su adaptación para la televisión alza muchas preguntas.

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Sin embargo, no podemos dejar de lado al Perú en esta discusión, donde la mayoría de publicidades, películas, series u obras de teatro tienen actores caucásicos, especialmente para papeles protagónicos. Más aún, los caucásicos son los adinerados, los más oscuros de distritos más pobres, los de la selva son hipersexuales, entre otros. Todos estos estereotipos moldean nuestra forma de ver a estos grupos y de cómo ellos se ven a sí mismos. Entonces, atrevámonos a contar nuevas historias, o contar las mismas con actores físicamente distintos; de lo contrario, seguimos perpetuando estereotipos dañinos hacia otros.

Además, con la ficción podemos humanizar a los miembros de un grupo, es decir, reconocerlos como nuestros semejantes y como iguales. Sin embargo, he aquí el peligro: una mala o nula representación los puede deshumanizar, es decir, reducirles su valor hasta que los vemos como menos que personas. Esto, a fin de cuentas, puede llegar a justificar violencia y maltrato hacia ellos. Es por esto que los activistas feministas piden dejar de mostrar a la mujer como un “objeto sexual”: al verlas como menos que una persona, se justifica la violencia hacia ellas. Más aún, en las ciencias sociales, se utiliza el término “aniquilación simbólica” cuando no se representa a un grupo en los medios. Les restamos importancia, les damos a entender que no vale la pena contar sus historias; pero sí la valen: las ciencias sociales y las taquillas nos lo han demostrado.

No solo en el Perú, pero alrededor del mundo, necesitamos más empatía con los que son diferentes a nosotros. Contar historias es una forma de lograrla. La ficción es poderosa, no subestimemos el impacto que puede tener alguien diferente en la pantalla.

Fuentes:

ANNIE MURPHY PAUL. (2012). The Neuroscience of Your Brain On Fiction. 14/11/18, de The New York Times Sitio web: https://www.nytimes.com/2012/03/18/opinion/sunday/the-neuroscience-of-your-brain-on-fiction.html

Clay, Zanna & Iacoboni, Marco (2011). Mirroring Fictional Others. In The Aesthetic Mind, Philosophy and Psychology. Schellekens, Elisabeth & Goldie, Peter Oxford University Press.

Deborah Dixon. (2018). Representation in Literature: Why It’s Important & How To Handle It. 14/11/2018, de Writers Helping Writers Sitio web: https://writershelpingwriters.net/2018/10/representation-in-literature-why-its-important-and-how-to-handle-it/t