¿Has escuchado alguna vez que debes vaciar tu mochila y dejar de cargar todo su peso sobre tus hombros? Con este artículo busco que hagas todo lo contrario.

Un mes atrás, mi hermana y yo tomamos la decisión de coger la mochila y salir a ver el mundo (o al menos una parte de él). Con un itinerario aún impreciso y sin la más mínima idea de cómo, al menos en mi caso, iba a cargar un monstruo más grande que yo por cuatro semanas. Emprendimos un viaje que nos sacó de la rutina y nuestra zona de confort. Ahora, ya en casa, podemos aseverar que, en definitiva, no nos arrepentimos de nada.

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Más allá del tamaño de tu presupuesto, mochilear es algo que no puedes dejar de intentar por lo menos una vez en tu vida. No es una experiencia exclusiva para personas aventureras. Yo no me considero una de ellas y creo que los que me conocen corroborarían esta versión. Mochilear, en mi experiencia, es una travesía para personas que necesitan desconectarse de su mundo, inclusive si es por un par de días, y saborear una pizca de esa aventura que usualmente a algunos puede incomodar, para empezar a ver lo que les rodea con otros ojos.

Sí, hay cosas que se deben tomar en cuenta. Por ejemplo, tienes que estar preparado psicológica y emocionalmente (?) para dejar tu consola en casa, así como la secadora de cabello. Sé consciente de que vas a cargar con ese peso durante todo el trayecto y que estos objetos sinceramente no son imprescindibles. Además, tienes que dedicarle un tiempo a conocer tu mochila y absolutamente todos sus bolsillos (recuerda que, al final, hasta el más mínimo espacio te será útil). A su vez, tienes que estar listo para no degustar la sazón de tu mamá, o para correr el riesgo de no disfrutar de una ducha de agua caliente todos los días. En resumen, tienes que estar listo para dejar pedir un taxi y emprender la caminata a unos días diferentes.

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La verdad es que, con el tiempo, te acostumbras se va el dolor de espalda, descubres nuevas modalidades de preparar tallarines con atún, cuidas mucho mejor la llave de tu cuarto y, sobretodo, aprendes a apreciar la simplicidad de la vida sin todas las comodidades que usualmente te rodean. Son por estas razones por las que el estilo con el que decidas viajar es tan importante como tu destino. Porque con la mochila sobre tus hombros, las personas que conozcas en el camino, el paisaje y tus fotos, serán distintas.

Y este estilo, además, es lo que volverá de tu viaje una anécdota digna de gritar a los cuatro vientos. Porque estoy segura de que mi primer día en Paris hubiera sido distinto si no hubiese caminado en círculos desde las seis de la mañana esperando que abriera la Ópera Garnier, para después pelearme con el guardia de seguridad por no querer dejarme entrar con la mochila y, al salir, participar en un Free Walking Tour de tres horas por gran parte de la capital. Sobre todo, estoy segura de que, en un contexto “normal”, en ese punto del día y parada frente a la catedral de Notre Dame, me hubiera quejado hasta el cansancio del calor, el hambre y la sed que tenía. Sin embargo, esta vez, lo único que pasaba por mi cabeza era lo orgullosa que estaba de mí misma por haber llegado viva al escenario de uno de mis libros favoritos.

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Tips para decidir qué llevar y qué no, así como los consejos sobre las rutas, destinos o cómo perderle el miedo a pedirle a un turista que te tome una foto, abundan en internet. Con este artículo no lo vas a saber todo, principalmente si tomas en cuenta que la autora tampoco lo sabe. Lo que es innegable, es que hoy quiero animarte a que decidas cargar tu mochila. Esa que vas a tener que llenar cuidadosamente y a la que le agradecerás por no romperse. Esa que, en algunos momentos, será tu única compañía, tu botiquín de primeros auxilios y tu reserva de alimentos. Esa que, cuando sientas que ha llegado el momento, regresará contigo a casa mucho más grande de como partió y repleta de recuerdos e historias para contar.