Hoy escuchamos de alguien siendo “cancelado”, usualmente en redes sociales, aunque a veces también en persona. La filosofía de lo que coloquialmente llamamos “cultura de la cancelación” postula que el pensamiento no es solo una herramienta para medir y diagnosticar la realidad, sino que forja su dirección. Al reconocer este rol, existe un esfuerzo colectivo por suprimir discursos contrarios a ideologías populares en el espacio público. Este panorama presenta dos cuestiones: ¿qué discursos merecen ser cancelados? y ¿quién decide esto? #ElTabúNoEsUnArgumento

Antes, quiero recordar que este no es un nuevo fenómeno. La censura existe desde las primeras civilizaciones, cuando muchos de los esfuerzos políticos se dirigían a retener el poder y la estabilidad de una zona, por lo que el pueblo debía contar con una narrativa que no motivara la revolución. Esto se acrecentó cuando nacen instituciones religiosas como la Iglesia, que aportaban una moral común y un sentido de identidad, pero no permitían disensión del canon. 

Justo porque nadie puede advocar por quién es el que decide qué es “cancelado” sin caer en solipsismo, es decir, comprender el mundo solo desde la mente propia. Todos tenemos un sistema de creencias morales; pero hay quienes creen que sus valores son universales y objetivos, y la única manera de mejorar el mundo es destruir los valores contrarios. La noción de “evangelización”, por ejemplo, sustentó la colonización del Nuevo Mundo como un proceso para salvar las almas de los paganos colonizados. Sin la noción de una relatividad moral o tolerancia democrática, no es sorpresa que aquellos que valoran la libertad se opongan a aquellos que valoran la tradición en nombre de la moral (Fisher, 2013).

“Goebbels estaba a favor de la libre expresión por ideas con que simpatizaba. Al igual que Stalin. Si realmente estás a favor del libre discurso, entonces estás a favor de la libertad de expresión de las ideas que detestas. De lo contrario, no estás a favor de la libertad de expresión.” – Noam Chomsky

La filosofía ha desarrollado posturas sobre la censura que resultan relevantes para entender la problemática de la cultura de la cancelación. A diferencia de John Locke (1632-1704), quien identifica al libre discurso como un derecho natural, John Stuart Mill (1806-1873) era utilitarista. Esto significa que su razonamiento aboga por “maximizar la mayor cantidad de bien a la mayor cantidad de personas”. Para ello encontró cinco premisas que lo ayudaron a concluir que el silenciamiento de una postura (ya sea de una mayoría o de una minoría) es perjudicial para una sociedad.

  1. Si la opinión suprimida resulta ser cierta, todos perdimos la oportunidad de verdad.
  2. Si la opinión suprimida resulta ser falsa, la humanidad pierde la clara percepción de la verdad, que solo se produce cuando está en colisión con el error.
  3. Si la verdad se encuentra entre la opinión suprimida y la recibida, todos perdemos la porción necesaria para alcanzar la verdad completa.
  4. Ante la ausencia de un libre debate, cualquier postura se ve debilitada.
  5. Si no se nos permite arribar a nuestras propias conclusiones naturales, las mentes no podrán alcanzar el desarrollo mental que son capaces.

Asumimos que la motivación para “cancelar” a un sujeto es suprimir ideas contraproducentes, pero obviamos reconocer el efecto que tiene en aquellos que cancelan. En “Vigilar y castigar”, Michel Foucault (1926-1984) nos habla de una catarsis que las sociedades alcanzan al “apedrear” un chivo expiatorio. Esta catarsis es tal que no importa si la persona que está siendo castigada es realmente culpable o no; solo se trata de la efervescencia colectiva que la multitud recibe por creer que se hizo justicia. Pero, al igual que la guillotina, puede tornarse en un sádico espectáculo, una droga para los sedientos por justicia (Foucault, Camino, 2009).

Especialmente porque nos encontramos ante un proceso de elecciones que sucede casi completamente de manera digital, necesitamos volver a aprender que el pensamiento es plástico y susceptible. Ante una fácil reacción emocional, detengámonos a considerar el panorama y formar nuestras propias opiniones en vez de decidir quiénes las forman. Razonemos nuestras posturas en vez de elegirlas.

Argumentos en contra de la cultura de la cancelación: (Shermer, 2020)

  • ¿Quién decide cuál discurso es aceptable? Por algo el control del discurso es el primer indicador de una autocracia. No queda sino resistir la ansiedad por controlar lo que otros piensan y opinan.
  • ¿Qué criterio usaríamos para censurar el discurso? ¿Lo que la mayoría decida? Sería otra forma de tiranía, la tiranía de la mayoría.
  • Al cancelar un discurso, no solo se vulnera el derecho de expresión del hablante, sino el derecho de escuchar esa opinión de los oyentes.
  • Incluso si pensamos tener la razón, podemos aprender algo nuevo.
  • Ya que en realidad no hay un “correcto” e “incorrecto”, al escuchar especialmente posturas contrarias podemos refinar nuestras propias creencias.
  • Podemos cambiar de parecer y darnos cuenta de que nuestra opinión es distinta ahora. Nadie es infalible y solo con nueva información nos pulimos.
  • Al escuchar las opiniones de otros tenemos la oportunidad de construir argumentos más fuertes para nuestras propias posturas.
  • Mi libertad de expresión está directamente atada a la de todos los demás. ¿Si yo te cancelo, por qué no me cancelarías tú a mí?

Edición: Paolo Pró

REFERENCIAS: