Durante los últimos meses, casi todos los medios han presentado historias sobre la pandemia del coronavirus: los programas de radio y televisión tienen cobertura ininterrumpida sobre las últimas cifras de muertes y las plataformas de redes sociales están llenas de estadísticas, infografías, consejos prácticos o humor negro.

Este bombardeo constante de información puede provocar una mayor ansiedad, con efectos inmediatos en nuestra salud mental. Sin embargo, la sensación de constante amenaza puede surtir otros efectos mucho más profundos y quizás menos “evidentes” en nuestra psicología, como el refuerzo de los prejuicios, el aumento de la desconfianza en los demás y una tendencia al conservadurismo.

La actitud frente a las normas culturales

Debemos considerar que, al evolucionar, desarrollamos respuestas psicológicas inconscientes centradas en la supervivencia, las cuales aún siguen presentes en nuestras mentes. El psicólogo Mark Schaller denominó al conjunto de estas respuestas como el “sistema inmunológico conductual”, el cual actúa como una primera línea de defensa para reducir nuestro contacto con potenciales peligros.

La respuesta de disgusto es uno de los componentes más obvios de este sistema. Instintivamente intentamos evitar un posible “peligro”, como por ejemplo cuando evitamos las cosas que huelen mal; sin embargo, esto puede llevarnos al conformismo o al error.

En ese sentido, varios experimentos han demostrado que nos volvemos más conformistas y respetuosos de las convenciones sociales cuando sentimos la amenaza de una enfermedad. Uno de ellos fue llevado a cabo por Schaller y concluía que una mayor sensibilidad a la enfermedad llevaba a los participantes a seguir a la mayoría; así los participantes eran influenciados por la popularidad en lugar de ir contra la corriente con su propia opinión.

Fuente: Sebastián Castañeda / Reuters

Y esto también se relacionaba con el tipo de personas que les gustaban, los participantes que estaban preocupados por la enfermedad prefirieron a las personas “convencionales” o “tradicionales”, y tenían menos probabilidades de sentir afinidad con las personas “creativas” o “artísticas”. Aparentemente, cualquier signo de pensamiento libre se valora menos cuando existe el riesgo de contagio. Esto podría deberse a que “romper las normas sociales puede tener consecuencias nocivas e involuntarias”.

Vigilancia moral

¿Por qué el sistema inmunológico de conducta cambiaría nuestro pensamiento de esta manera?

Schaller argumenta que muchas de nuestras reglas sociales tácitas, como las formas en que podemos preparar alimentos o la cantidad de contacto social aceptable, pueden ayudar a reducir el riesgo de infección.

“Las personas que se ajustan a esas normas prestan servicios de salud pública, y las personas que violan esas normas no solo se pusieron en riesgo, sino que también afectaron a otros”. Como resultado, es beneficioso ser más respetuoso con lo establecido como “correcto” ante un brote contagioso.

La misma lógica puede explicar por qué nos volvemos más vigilantes moralmente en un brote.

Si con faltas no relacionadas al distanciamiento somos estrictos, con las relacionadas lo somos aún más

Los estudios demostraron que cuando tememos al contagio, tendemos a ser más severos cuando juzgamos un incumplimiento de lealtad (como un empleado que habla mal de su empresa) o cuando vemos a alguien que no respeta a una autoridad (como un policía).

Claro que esos incidentes particulares no harían nada para propagar la enfermedad, pero al ignorar la convención, han dado la señal de que pueden romper otras reglas más relevantes que existen para mantener a la enfermedad lejos.

Incluso los recordatorios extremadamente sutiles sobre la enfermedad pueden dar forma a nuestros comportamientos y actitudes. Por ejemplo, pedirle a la gente que use los desinfectantes de manos provocó que los participantes de un estudio expresaran actitudes más conservadoras asociadas con un mayor respeto a lo establecido.

Miedo a los extraños

Además de convertirnos en jueces más estrictos entre las personas dentro de nuestro grupo social, la amenaza de enfermedad también puede hacernos desconfiar más de los extraños. Tanto en los perfiles de internet como en las reuniones cara a cara, Natsumi Sawada, psicóloga de la Universidad McGill en Canadá, descubrió que formamos peores primeras impresiones de otras personas si nos sentimos vulnerables a una enfermedad.

Otras investigaciones demostraron que las personas convencionalmente menos atractivas son juzgadas negativamente, tal vez porque confundimos sus características con un signo de mala salud. Un desafío más para los feos.

Nuestra mayor desconfianza y sospecha también dará forma a nuestras respuestas a personas de diferentes orígenes culturales lo cual puede provocar prejuicios y xenofobia.

No afecta a todos por igual

La influencia del sistema inmunológico de conducta varía de un individuo a otro. No todos se verán afectados en el mismo grado.

“Algunas personas tienen un sistema inmune conductual particularmente sensible que les hace reaccionar con demasiada intensidad a las cosas que interpretan como un posible riesgo de infección”, indica la psicóloga política de la Universidad de Aarhus Lene Aarøe.

Eso podría explicar el sentir de las personas que se manifiestan en contra de las marchas (?)

Asimismo, Aarøe señala que esas personas ya eran más respetuosas de las normas sociales y más desconfiadas de los extraños que la persona promedio, y una mayor amenaza de una enfermedad simplemente endurece sus posiciones.

En conclusión, ya sea que expresemos una opinión, juzguemos el comportamiento de otro o intentemos comprender el valor de las medidas sanitarias, podríamos preguntarnos si nuestros pensamientos son realmente el resultado de un razonamiento racional u obedecen a una respuesta psicológica heredada de nuestros ancestros que el coronovirus puso en evidencia (?) .