Cada mañana me cuesta un poco más levantarme. Suelo despertar a puertas del amanecer, pero no puedo evitar mantenerme cubierto por sábanas durante varios minutos. Muchas veces me gustaría no salir de ahí; sin embargo, todas las obligaciones del día me instan a moverme. Ir a la sala y que lo primero que me reciba sea un noticiero matutino me resulta extraño, tanto como desayunar un plato de cereal mientras observo las noticias. Asesinatos, vejaciones, indigencia: es difícil encontrar algo distinto en la televisión durante esas horas. Todo eso me recuerda a muchas de las cosas que he vivido allá afuera: estar en medio de una balacera a causa de un enfrentamiento entre policías y ladrones; presenciar robos y no ayudar porque mi madre me recomendó nunca interferir; observar la sangre brotar de una chica que era violentada y forcejeada por su novio. Honestamente, algunas veces, da la impresión de que el mundo está cada vez peor.

La capital ha arrastrado problemas durante mucho tiempo y estos últimos años se han incrementado: la fuerte inmigración extranjera, el incremento de los asaltos y el tenso clima político que hemos vivido en estos meses. Todo ello ha conllevado a consecuencias donde se demuestra la violencia (quizá todavía latente en su mayor magnitud) de la ciudad limeña. Pintadas xenófobas en diversos lugares, la fascinación existente sobre los linchamientos hacia los delincuentes y grescas violentas por simples discrepancias políticas. La polarización de ideales ha acarreado en un ambiente áspero. 

Al comprender lo normalizado de estas experiencias en las calles de Lima, no es extraño recordar y evocar al protagonista de una de las primeras películas de Martin Scorsese, Taxi Driver. Travis Bickle ha dejado atrás la Guerra de Vietnam y ahora vive en los suburbios de Nueva York. Asolado por el insomnio, fruto de los horrores que le tocó vivir en el conflicto bélico, buscará un empleo como taxista nocturno. Va donde desea, sin importarle los lugares peligrosos y, muy en el fondo, su vida. Le dedica gran parte de sus horas a su trabajo; su poco tiempo libre lo utiliza en visitas a un cine donde su mayor estreno siempre fue una película pornográfica. Así es él, un hombre solitario. Fue sumergido en una sociedad que no entiende y utiliza el aislamiento como una forma de defensa. Aun así, intentará encontrar varias soluciones a su autoexilio; no obstante, es rechazado por su idealizada mujer durante la primera cita y, posteriormente, se topará con personas con un peor estado mental que él. “Ojalá una lluvia cayera sobre esta ciudad y limpiara toda esta escoria”, pensó Travis. Así, lo que empezó como un pensamiento para él, pronto dará indicios de que lo llevará a la acción.

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Un taxi atraviesa una nube de vapor que asciende desde una alcantarilla. Así es cómo se presenta la ciudad de Nueva York en los años 70: un infierno de colores de neón provenientes de los letreros luminosos de los anuncios de Coca-Cola, restaurantes y hostales. Calles atestadas de afroamericanos, latinos y meretrices: son las que Travis observará desde su vehículo con la intención de asesinarlos a todos. Sin embargo, él no es la única persona que tiene pensamientos similares. En realidad, en los barrios se distingue un ambiente de violencia: el dueño de una tienda de víveres golpeando sin cesar el cuerpo inerte de un ladrón -en un acto de desquite por todas las veces que ha sido asaltado en estos últimos meses.

“Un hombre que hizo frente a los pordioseros, a las prostitutas, a la suciedad, a la basura. Aquí tienen a alguien que les hizo frente (…)”, exclama Travis mirándose al espejo junto con un arma luego de tomar la decisión de matar a todo aquel que considera la podredumbre de la sociedad. Algunos lo podrán tomar como un héroe; otros, como un asesino desalmado y despiadado. En realidad, él es solo un humano, un individuo alienado y con una visión radicalizada del bien y el mal. Ya no entiende más el mundo. Ahora está inmerso en pensamientos violentos y destructivos; presenta la idea de una verdad absoluta: él decide quién merece vivir y quién debe morir. Si alguna vez estuvo a punto de formar parte de la sociedad, en este momento está lejos de ella. No la tolera, desea cambiarla antes que comprenderla. Es así como, guiado por sus principios y convicciones, asesinará a todas las personas que secuestraron y obligaron a prostituirse a Iris, una chica de 13 años. Aunque él cree que obra bien, en realidad actúa en forma contraria a lo que deseaba ella. Intenta ayudarla; sin embargo, le vuela la cabeza a un hombre en frente suyo. Si, después de todo lo vivido, a Iris aún le quedaba un ápice de inocencia, Travis -en ese instante- también lo asesinó.

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Han pasado más de 40 años desde el estreno de Taxi Driver y aún siguen vigente los diversos mensajes de la película. Travis Bicker es un hombre que ha llevado más allá de sus límites el tema de la soledad y la violencia. Irónicamente, después de que realizara el tiroteo para salvar a Iris, las noticias y los periódicos lo premiarán con la distinción de héroe. La sociedad, que tanto odiaba, le volvió a abrir las puertas. Aparentemente, se volvió una insignia de la ciudad, pero la última escena nos deja evidencia que él todavía seguirá con los mismos problemas, con el estrés postraumático propio de su participación en la guerra y con la poca ayuda que se le prestó en su integración a la vida rutinaria.

No pienso que sea justo comparar la Nueva York de Travis y la Lima de la actualidad, ya que esta última es incluso más caótica que la ciudad estadounidense. Las personas han perdido en demasía la fe en su sistema y desean practicar la justicia con sus propias manos. No obstante, ¿quiénes no merecen vivir? ¿los ladrones? ¿los corruptos? ¿el que actúa mal contra otra persona? Ya no impresiona escuchar o leer opiniones en las redes sociales sobre la idea de asesinar a los que la sociedad considera malos. Al fin y al cabo, en el fondo, todos tenemos un Travis Bickle. Y, mientras todo siga así, yo continuaré llegando tarde a mis clases de la mañana.

Editado por: Kelly Mirella Pérez Valenzuela.