Es fin de año y el mundo ha sufrido grandes cambios. La nueva normalidad ha restringido mucho el contacto y las interacciones con otros, algo hasta polémico para algunos con las fiestas tan cercanas. Una de las preocupaciones no tan discutida, pero no por eso menos importante, que surgió por las restricciones, era cómo nos veríamos afectados a nivel personal por la “soledad”. Estos tiempos han sido más que adecuados para que la soledad tome una interpretación distinta, en primer lugar, porque seguro que a todos nos logró alcanzar más que nunca.

La soledad ha sido analizada de distintas formas y puede entenderse como un estado, una situación o una condición, ya sea física o mental. Popularmente tenemos interpretaciones simultaneas de lo que es la soledad, pero en ciertos casos sí somos más específicos. La soledad tiene varias facetas que la convierten en un fenómeno complejo que ha llamado la atención cada vez más. Según un estudio en EE. UU., “los millennials son la generación más solitaria”. Mucho se habla de los amigos, las interacciones, la formación de vínculos y cómo estos han sufrido cambios en los últimos años (por las redes sociales, por ejemplo); pero, aunque estos son elementos claves, la compañía no lo es todo. La soledad no es lo mismo que estar solo.

Dado que el afecto y la interacción son necesidades humanas básicas, es natural darle a la soledad connotaciones negativas. Desde la psicología, se le interpreta como el resultado de deficiencias en las relaciones sociales o directamente de la carencia afectiva. La soledad es una experiencia potencialmente estresante que evidencia la insatisfacción o la falta de interacciones con otros (Montero et al., 2001). En ese sentido la soledad es un fenómeno multidimensional y subjetivo, pues la satisfacción que puede tener cada uno respecto a sus interacciones sociales dependerá mucho de la crianza, la cultura, las expectativas y otras experiencias.  Uno podría estar solo por mucho tiempo, pero no sentir soledad y viceversa. Solemos compartir esta interpretación de la soledad casi universalmente, pero no está tan interiorizada. No muchos se animan a pensar sobre estos rasgos personales que definen si sienten o no soledad; algunos lo evitan o entran en negación. Después de todo, el miedo a la soledad es natural y preferimos pensar que todo está bien.

Pero hay que recordar que la soledad es más profunda. Desde distintas aproximaciones en la filosofía, la soledad es considerada un aspecto natural de la persona vinculado con la idea del “YO” y la propia conciencia (Montero et al., 2001). La soledad está siempre presente durante la reflexión y el pensamiento, pues se busca dejar de reaccionar a estímulos externos (distracciones, ruidos molestos, o hasta la misma compañía) para concentrarse en lo propio. “¿Llegaré a tiempo?, ¿habrá sido lo correcto?, ¿qué le digo?” son preguntas que nos hacemos únicamente a nosotros y solo se pueden responder en soledad. Por lo tanto, la soledad es un estado de autoconciencia necesario y útil para el fortalecimiento de varias habilidades (creatividad, deducción, análisis, etc.). Y, por supuesto, la soledad física puede complementarla al otorgar intimidad. A los “lobos solitarios”, se les suelen atribuir estos rasgos y es la base de varias corrientes (y modas) que valoran la soledad como sinónimo de independencia, individualidad o capacidad.

Durante la pandemia, todos hemos experimentado, en mayor o menor medida, ambas dimensiones de la soledad. La primera por la pérdida o interrupción en nuestras interacciones con redes completas como familiares y amigos; mientras que, la segunda, a través de todo el tiempo “ganado” por dejar de hacer otras actividades en el exterior (ejemplo: las horas en el tráfico ahorradas) y que muchos han aprovechado para invertirlas de diversas formas. Como se mencionó, la soledad es muy subjetiva y sus consecuencias o beneficios han sido distintos para cada uno. Habrá quienes necesitaban de una desconexión para encontrarse consigo mismos, y otros que no estaban preparados para tener tanto “tiempo a solas”. Y, aunque no sea perfecto, pudimos contar con muchas herramientas de comunicación que, con el uso adecuado, ayudan a mantenernos en contacto sin caer en la invasión de la privacidad.  ¿Las usaste bien?

Conocernos a nosotros mismos y a nuestro estilo de vida es la clave, pues depende de cada persona el cómo le pueda afectar la soledad en sus distintas facetas. Es un error creer que está mal querer estar solo, así como lo es querer desvirtuar toda compañía. Puede que sea fin de año, pero nunca es tarde para buscar ese balance.

Edición: Paolo Pró

Fuentes:

Montero M, López L, Sánchez -Sosa JJ. La soledad como fenómeno psicológico: un análisis conceptual . Salud Mental. 2001;24(1):19-27.

Comercial navideño EDEKA (2015): https://www.youtube.com/watch?v=V6-0kYhqoRo