Mi padre falleció un día de enero. No sé quién lo llevó al hospital ni quién estuvo con él durante esa noche, pero no pudo evitar su final. No había hablado con él desde hace una década, por eso es que la noticia me tomó por sorpresa. No, no me refiero a la de su deceso, sino de la señal de vida que me había enviado después de mucho tiempo. Es irónico que ese primer indicio que recibí haya sido acerca de su muerte.

Su fallecimiento no fue debido a una enfermedad hereditaria. Eso me calmó unos minutos, pues ya tenía suficiente con la calvicie que vendría en mis próximos cumpleaños. En realidad, lo que me trajo la ansiedad fue que, al ser uno de los hijos, debía ofrecer algunas palabras durante el funeral. Me pidieron que escribiera una elegía, pero no soy bueno con los versos (y escribiendo). Nunca le escribí un poema a nadie y este no parecía un buen momento para ponerme a ensayar. Así que escribí esto. Además, esta iba a ser la primera vez después de muchos años que mi padre y yo estaríamos en un mismo lugar.



La mitad de mi edad me la he pasado viendo películas. Entre tantas, recuerdo una donde estas eran comparadas con la vida misma. Que vivimos mucho más desde que el hombre las inventó, pues siempre nos han permitido experimentar emociones y vivencias. Probablemente experiencias que nunca nos hubiéramos imaginado, y que, por eso, a todos nos encantaban. Me gusta compartir esa idea. De hecho, por ejemplo, la muerte no ha sido un tema recurrente en mi vida y, sin embargo, sé cómo se siente. Existen muchísimas series y películas que nos hablan acerca de ese tema y cómo debemos afrontarlo: Six Feet Under, The Seventh Seal, The Lion King, Marley & Me o BoJack Horseman.

BoJack Horseman trata sobre un caballo –del mismo nombre– depresivo, melancólico y parlante que intenta odiarse cada vez menos después de cometer alguna estupidez en cada temporada. Además, sus amigos no la pasan muy bien que digamos estando junto a él y sus padres lo odiaron desde niño. Sé que se observa como una serie edgy (y, oye, yo no te diré que no), pero es un poco más que eso. Sí, probablemente sea también aburrida, tonta y deprimente a propósito, pero también es aterradora. No menciono esto porque contenga escenas donde animales y humanos tienen sexo entre sí, sino por lo sencillo que uno puede ser identificado con los diversos personajes. Relacionarse con los miedos, problemas y traumas de estos seres antropomórficos.



Recuerdo algunos capítulos malos, muchos buenos, otros excelentes, y uno que siempre será mi favorito y que me gustaría recordar: Free Churro. Durante un poco menos de media hora, Bojack (y aquí empiezan los spoilers) entrega un elogio en el funeral de su madre, Beatrice Horseman. Lo vemos bromear acerca de ella, actuar desinteresadamente e insultarla por todo lo que le había hecho. Son momentos conmovedores y crudos. No obstante, el punto de catarsis máxima llega cuando entiende que ella nunca mostró importancia hacia él. Nunca le mostró un ápice de afecto durante toda su funesta vida. Su voz se quiebra durante el enojo y el reproche hacia su madre y se convierte en el momento más triste de todo el episodio.

Él nunca pudo ver lo que su madre veía. Ninguno podía saber lo que veía el otro. Solo vemos lo que está al frente y no lo de atrás. BoJack nunca pudo saber por qué el trato tan duro que tuvo con  madre con él. En realidad, Beatrice Horseman tuvo problemas desde su infancia. Su hermano mayor murió en la guerra y su madre nunca pudo superar su muerte. Aún le quedaba su hija, pero eso no le importó. La solución de su esposo para su tristeza fue la lobotomización. En su último momento de lucidez, su madre le recomendó nunca encariñarse con alguien y ella la cumplió durante sus últimos días. BoJack fue un error. Siempre le creyó una molestia en su vida y nunca se preocupó por mostrarle al menos el porqué de sus actos. Murió llevándoselo.

Existen diversas formas de enfrentar el duelo, curiosamente, de forma opuesta, por parte de ambos. La sinceridad, primando lo catártico, de BoJack o el encubrimiento, sin una muestra de empatía, de Beatrice.



Dentro del largo monóologo del caballo, existen diversas frases que hay que remarcar. Al ser un capítulo basado en puro diáalogo, era demasiado importante que se enfocaran en el guion. Entre todas ellas, quisiera remarcar una que resume cualquiera mala relación que uno puede tener a lo largo de su vida respecto con otra persona: “Mi padre está muerto y todo es peor ahora”.  Cuando eres niño, muchas veces no tienes influencia o, en otras palabras, tienes pocas probabilidades de escoger la relación que tienes con tus padres. Sin embargo, cuando creces, tienes la opción de mejorarla, pero no lo haces. Sientes que siempre estará ahí esa opción hasta que un día comprendes que esa posibilidad se esfumó. Sabes que pudo ser mejor y ahora nunca lo iba a ser. Estás triste, pero de alguna forma también te encuentras en paz. Quizá, en el fondo, no me importaba mucho y creo que él también pensaba lo mismo sobre mí. Así que es bueno… es bueno que mi padre esté muerto.

No obstante, la costumbre es siempre hablar bien del fallecido y, a pesar de todo lo anterior, eso es lo que haré. Mi padre nació en el 1958 y murió en el 2020. No dejó testamento alguno, así que es un buen momento para contactar a un abogado.

Editado por: Kelly M. Pérez