Enseñar ética debe ser una prioridad en toda escuela. Desde la corrupción hasta la excesiva contaminación reflejan la ausencia de valores en nuestra sociedad. Sin un buen sistema de valores, ningún sistema legal solucionará estos problemas. Al fin y al cabo, solo puede haber un número limitado de policías en cada esquina, y hasta ellos se pueden corromper. Sin embargo, ¿qué tipo de ética debe ser esta? Los colegios religiosos enseñan el sistema de valores respectivo que su religión dicta, pero, ¿con eso basta?

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En su libro Más allá de la religión, el actual Dalai Lama, líder budista, defiende la necesidad de la enseñanza en todas las escuelas y hogares de una ética secular, sin rechazar los valores religiosos que cada uno pueda tener. Como todas las religiones se basan de valores comunes—compasión, generosidad, o paciencia—es difícil entrar en conflicto enseñándolos. Cada vez vivimos en un mundo más globalizado e interconectado, con gente de distintas culturas y creencias en una misma ciudad, por lo que es necesario que encontremos formas de cooperar con tolerancia y respeto que no estén centradas en creencias religiosas. Además, los no creyentes comprenden alrededor de mil millones de personas en el mundo, por lo que la ética enseñada debe ser inclusiva e imparcial hacia ellos también.

Él deja en claro que la religión no es indispensable para tener una vida espiritual o ética ya que las personas podemos vivir bien sin religión, mas no sin valores internos. Pero, ¿es posible poder vivir éticamente sin miedo como mecanismo de control—como el de irnos al infierno si pecamos? ¿No recaeremos siempre en nuestros instintos animales? Él argumenta que no, ya que no somos como los demás animales, quienes casi por completo responden a sus experiencias por instinto. Tenemos capacidad de empatía y de discernimiento: de diferenciar qué está bien y qué está mal. Al fin y al cabo, hay muchos ateos altruistas y “buenos” y muchos religiosos “malos”.

Todos preferimos amor sobre odio. Todos apreciamos en los demás la amabilidad, paciencia, tolerancia, perdón y generosidad—incluso los vemos como atributos heroicos o santos—mientras que vemos con desprecio la malicia, odio o codicia. Preferimos ver a otros sonriendo en vez de frunciendo el ceño. De no ser así, le haríamos daño a los demás cada vez que tuviéramos la oportunidad. Además, los buenos efectos para la salud que tienen la generosidad, el amor o la compasión (y los efectos dañinos que tienen el odio, el rencor o la ansiedad) nos prueban que incluso biológicamente estamos programados para vivir en armonía. Nuestra capacidad de empatía es innata, ya que nos necesitamos entre nosotros para sobrevivir, ¿o puede sobrevivir un bebé sin el amor o protección de su madre? Somos seres sociales. No es sorpresa que una de las maneras más inhumanas de tortura en las cárceles sea el aislamiento.

Por lo tanto, como la ética puede surgir natural y racionalmente, no debe consistir tanto en obedecer reglas sino en seguir principios para regular nuestra conducta y promover nuestro propio bienestar y el de los demás. Cuando se impone una disciplina por miedo, uno siente poco entusiasmo por seguirla y esta no suele traernos transformación interna, a diferencia de una regulación voluntaria como consecuencia de la reflexión y experimentación sobre la importancia y el beneficio de nuestras acciones. Así, internalizaremos mejor los valores y nuestra disciplina será más duradera.

Con esto en mente, el Dalai Lama basa esta ética universal en dos principios básicos: el reconocimiento de que todos somos humanos y que todos aspiramos a la felicidad y la comprensión de nuestra interdependencia—de que nos necesitamos los unos a los otros. Primero, debemos analizar nuestras motivaciones. ¿Qué tan “buenos” somos si ayudamos a los demás por una cuestión de imagen? Es por esto que él sostiene que la compasión—la preocupación por el bienestar de los demás—debe ser la base de nuestros valores y principios. Si bien perseguir nuestros propios intereses es necesario, hacerlo en exceso es negativo. Él distingue los egoístas sabios de egoístas tontos. Un egoísta tonto es quien sigue sus propios intereses con una visión miope y estrecha, sin tomar en cuenta las implicancias que tiene en los demás, mientras que un egoísta sabio es alguien compasivo: reconoce que nuestro interés individual a largo plazo depende del bienestar de todos a nuestro alrededor.

Además de una buena intención, es necesario utilizar nuestra facultad crítica y de discernimiento para evaluar racionalmente las consecuencias de nuestros actos, sus pros y contras. Muchas veces, tenemos motivaciones puras pero resultados terribles. Por ejemplo, si los políticos de un país entran a una guerra sin considerar las consecuencias, estas pueden ser fatales, aunque su motivación haya sido buena.
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Ahora bien, a veces nuestro comportamiento no concuerda con nuestros valores. Es fácil estar en contra de tratar mal a otros, pero una vez que estamos molestos, es difícil contenernos. Por lo tanto, evaluar solo nuestras acciones es como tratar los síntomas de una enfermedad en vez de su causa. Nuestro estado emocional y nuestro humor afecta muchísimo la forma en la que tratamos a los demás. Las emociones destructivas alteran nuestra percepción de la realidad, no nos dejan ver una situación en un contexto más grande, no podemos diferenciar el bien del mal. Por lo tanto, el Dalai Lama sugiere trabajar las emociones destructivas y cultivar nuestras cualidades positivas: compasión, perdón, paciencia, disciplina y generosidad. Esto se puede lograr con la meditación analítica, que consiste en evaluar un tema en particular—como nuestra ira—o la de relajación que nos ayuda a estar más calmados durante el día. Al tener una mente más neutral y libre de emociones que nublan el pensamiento, podremos tener un mayor control sobre nuestro comportamiento negativo y ser consecuentes con nuestras motivaciones y convicciones.

Finalmente, recomiendo este libro para quienes quieran ahondar más en este tema: encontrarán desde la importancia de esta ética universal hasta guías prácticas para cultivar estos valores.

Editado por: Renato Hurtado