Una mirada retrospectiva ahora que estamos en la cuenta regresiva

Ayer, la edición del suplemento Domingo de La República estuvo dedicada casi por entero a eso que nos quita el sueño desde el pasado 15 de noviembre. En la sección #TrendingTopic, página 2, destaca una de las frases hacia el final de la primera reflexión: “El Mundial también debe servir para evaluar nuestras prioridades, nuestros complejos”. La edición no se limita a lanzar la propuesta, sino que toma la iniciativa al presentar algunos reportajes que se detienen en otros ángulos de la fiebre mundialista peruana. Aquí, un intento de tomar la posta.

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La página 16 se centra en lo que el artículo llama “el racismo estupidiza” y es una especie de recuento sobre algunos de los incidentes recientes en nuestro medio local, finalizando con una explicación de las medidas antidiscriminatorias que se tomarán en Rusia. Antes que nada, habría que tomar con pinzas una de las opiniones recogidas en el artículo, en referencia a la foto de Renato Tapia en Instagram comparando a Christian Ramos con un maniquí.

Lamentar la “inconsciencia” del primero y hasta de algún modo criticar su irresponsabilidad puede ser un ejemplo de cómo lo “políticamente correcto”, una de las grandes premisas del multiculturalismo capitalista de la sociedad actual, puede acercarse algunas veces al absurdo. Recordando lo que una vez dijo Zizek, la paradoja de esta modalidad “siempre correcta” es que nos mantiene en un nivel demasiado superficial, aséptico, en nuestras relaciones con los demás, mientras que es a través de la obscenidad (esos chistes que rozan lo agresivo) que se llega a un contacto real. En consecuencia, cualquier intento de cambiar estas relaciones también será real. Sin desmerecer la buena intención y el compromiso social de la opinión, no todo tono de burla que emerja dentro del tema racial tendrá necesariamente una carga negativa. Muchas veces, al contrario, puede tener cierto efecto liberador y hasta disruptor frente al estatus quo; concretamente, el de la ideología racial siempre impuesta desde arriba.

Sin embargo, ahondar en estos complejos es admirable y necesario, sobre todo en una sociedad que, tomando en cuenta los crímenes recientes, parece que es cada día más machista. La mención del caso del cirujano haciendo retoques virtuales a los seleccionados peruanos en el magacín de América Televisión trae al recuerdo lo que había pasado apenas unos días antes en el canal hermano. Tal vez más escandaloso pues, si de programas como el primero ya nada sorprende, este segundo caso se dio en un noticiero, aparentemente de contenido serio. Todo esto se derrumba cuando se hace viral cómo dedicaron -con la mejor de las intenciones- una sección que aconsejaba a esas “mamitas en casa” cómo evitarse problemas y no fastidiar al marido mientras ve sus partidos. Es difícil decir qué era lo más terrible en este acto machista: la reafirmación de la sumisión femenina en el hogar o la validación del estereotipo del hombre animalizado, del que hay que cuidarse si se molesta.

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Sí pues, esa carga de 36 años finalmente liberada saca no solo lo mejor, sino también lo peor de nosotros. Las prioridades más obvias siempre serán las relacionadas al fútbol: preocuparse más por las canteras, reformas sistemáticas tanto en materias de la Federación como de la organización y el control de los clubes peruanos, entre otras. Sin embargo, si el fútbol toca ante todo fibras sensibles, las prioridades deben ir más allá de lo material: no solo despierta pasiones, también despierta y visibiliza los antagonismos más profundos de la sociedad peruana. Si, como dice el Zambo Cavero, cosechando nuestros mares y sembrando nuestras tierras, queremos más a nuestra patria, la querremos más (aunque incomode) si comenzamos a desmantelar esos complejos que La República menciona y, en consecuencia, virar la mirada a prioridades que, aunque no parezca, están profundamente entrelazadas a esas pasiones futboleras.