La única rivalidad más grande en este mundo que la existente entre capitalistas y comunistas es la de Alianza Lima vs Universitario los amantes de perros contra los de gatos. Y si bien ambos grupos intentan humanizar a sus peludos favoritos, está científicamente demostrado (mediante una breve inspección de cuentas de instagram) que son los dueños de perros quienes más cometen este pecado.

Ahora, ¿que importancia científica tiene este artículo? ¿cómo afectará al mundo la publicación de estas líneas de texto? pues tanto ustedes como nosotros sabemos la respuesta a esto, sin embargo, con la oscura nube de finales cerniéndose sobre nosotros, consideramos que es un adecuado momento para tomarnos un descanso con respecto a los importantísimos temas concernientes a nuestra realidad nacional, como el mundial de Rusia 2018, y relajarnos con unos párrafos dedicados a esos seres que nos esperan en casa a diario con el fin de intentar responder la pregunta. ¿Son mejores los perros o los gatos?

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El Canis Familiaris más conocido como doggo perro es uno de los animales más conocidos y estudiados por el ser humano debido a su inigualable compañerismo y lealtad, aun así, una pregunta que muchos niños hacen pero pocos padres logran responder es: ¿Como un animal descendiente del lobo pudo llegar a ser tan diverso entre una raza y otra?; si le dijéramos a un extraterrestre que un chihuahua y un pastor alemán son seres de una misma especie difícilmente nos creería. La gran diversidad de razas (actualmente 170 aceptadas oficialmente por el Kennel Club Americano) es gracias a que existe un efecto conocido como “Cuello de Botella genético”. Al igual que en el cuello de botella frente al Jockey Plaza donde solo unos pocos autos pueden atravesar el cuello, solo los genes que logran atravesarlo durante la reproducción consiguen codificar para las proteínas encargadas de designar el tamaño, tipo de pelaje y acariciabilidad de las distintas razas logrando que cada carácter sea determinado por un gen; sin este cuello de botella la diversidad canina se reduciría pues sus características serían determinadas (al igual que en humanos y gatos) por la suma de varios genes distintos causando así que los rasgos no varíen demasiado de un individuo a otro.

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Teniendo un mayor conocimiento de la genética canina, es necesario acotar también que la intervención humana no solo ha afectado físicamente a estos animales (como ejemplo de las consecuencias negativas de esto tenemos a los pobres pugs) sino también su comportamiento. Durante el proceso inicial de domesticación de los lobos, los humanos elegían para la reproducción a aquellos individuos que demostraran una mayor predisposición a ser sociables con humanos y a acatar órdenes, cualidades heredables que con el tiempo se hicieron pilares de la personalidad de los perros. Esto se ha demostrado mediante el “Experimento de la granja de zorros”, un proyecto ruso que buscó, mediante crianza selectiva, volver dócil a la descendencia de un grupo de zorros silvestres; este experimento duró 40 años y en todo este tiempo sólo se permitió la reproducción de aquellos zorros que mostraran una mayor docilidad y actualmente las crías son tan pasivas como un cachorro de labrador.

A diferencia de los perros y de la mayoría de los animales domésticos se considera que los gatos domésticos, Felis Catus, experimentó un proceso de autodomesticación sin influencia directa del ser humano para variar puesto que los antepasados de nuestros felinos descubrieron que el convivir con humanos y “aprovecharse” de ellos para recibir comida  y cuidados era una estrategia de supervivencia con un mayor índice de éxito que el ser salvajes y vivir de la caza. Se estima que esta especie parte de dos linajes distintos apareciendo el primero en el sudeste de Asia hace aproximadamente 6.4 mil años y la segunda (más cercana al gato que conocemos ahora) en Egipto hace 3 mil años. Como resultado del proceso de autodomesticación tenemos una especie que si bien es casera y ha perdido ligeramente sus habilidades depredadoras no depende de los seres humanos al nivel de los canes y esto se evidencia en sus rasgos físicos, los cuales carecen de la típica infantilización de rostro, decrecimiento del tamaño de los dientes y garras y pérdida de fuerza en las patas traseras que sí experimentan los animales domesticados artificialmente.

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Son estos factores los que llevaron a un grupo de científicos en Japón a realizar un estudio el cual demostró que el grado de afecto que siente un dueño por su mascota (enfocándose en dueños de perros y de gatos) se relaciona con la cantidad de emociones que estos le atribuyen a sus compañeros en base a su comportamiento. Los resultados de este estudio no sólo revelaron que la emoción más atribuida a las mascotas son las de alegría y sorpresa, sino que  las emociones de felicidad y tristeza (2 de las emociones más fuertes según el lineamiento utilizado por este estudio) son más frecuentemente atribuidas a perros que a gatos y que las mujeres son más propensas a atribuir emociones de ira, felicidad y miedo a sus mascotas que los hombres. Tomando en cuenta lo anterior, el estudio determinó que los dueños de perros tienden a tener un mayor nivel de unión con sus mascotas que los dueños de gatos y que las mujeres también se conectan a un nivel mayor con sus compañeros que los hombres.

Pese a que este estudio es bastante completo en cuanto a los parámetros y métodos utilizados para obtener sus resultados, requiere ser replicado en otras partes del mundo puesto que definitivamente la cultura y la forma de ver al mundo de cada grupo humano es distinto y esto se refleja tanto en su trato con otros seres humanos como con sus mascotas. Pero por el bien de este artículo y para dar una conclusión adecuada, permitámonos decir que es más fácil amar a un perro que a un gato.

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