“Hay que hacer al planeta grandioso de nuevo”, señalaba Emmanuel Macron hace algunos días en respuesta al anuncio de Donald Trump de salirse del Acuerdo de Paris para contrarrestar el cambio climático. El discurso del francés sigue ganándose los aplausos de la prensa internacional, y ya hay hasta algunos que lo identifican como el presidente “anti-Trump”. Ahora, si bien el discurso fue positivo en cuanto a la lucha que se tendrá que hacerle a los desastres climáticos, hacer al planeta grande de nuevo involucra muchas más cosas que ni la UE parece entender todavía. Para hacerlo, Europa primero debería dejar de hacerse el de la vista gorda hacia el gran continente que tiene debajo: África. Hacer el planeta grande de nuevo empieza por intentar mejorar las condiciones de vida de estas personas. No solo sería un acto de altruismo (que no suele ocurrir en la política internacional), sino también porque esta situación es insostenible para los mismos europeos.

Niño de 13 años trabajando las tierras, en Sudán del Sur

Niño de 13 años trabajando las tierras, en Sudán del Sur

Como es costumbre, los países del África subsahariana siguen viviendo un caos total. El pasar hambre es cosa de todos los días, la corrupción ya no sorprende y las guerras civiles no hacen más que empeorar las cosas. Un caso representativo es el de Sudán del Sur. Ahora mismo, se encuentran en el medio de un conflicto armado, motivado por disputas étnicas y en el que las grandes autoridades militares no hacen más que lucrar con el comercio de la guerra. No hay solución a corto plazo y las entidades internacionales solo intervienen ligeramente para dar apoyo a ciertas familias víctimas de la guerra. La agricultura y el pastoreo son las principales actividades económicas de la región, las cuales se ven seriamente afectadas por los enfrentamientos actuales. Pensar que la situación se arreglará sola es una ilusión; este tipo de países están sumergidos en una severa trampa de pobreza de la cual sería casi imposible salirse a mediano plazo, sin apoyo de entidades externas.

Con respecto a esto último, no sugiero una intervención militar (o mejor dicho, invasión) de países como EE.UU, Rusia o la OTAN, que solo alargan los conflictos, ni que la UE done miles de millones de euros a los gobiernos africanos para frenar las hambrunas. No. Lo que intento defender es que la UE debería pensar mejor sus políticas internacionales dirigidas a sus vecinos del sur. Por ejemplo, la política migratoria es un desastre. De hecho, las vallas de púas y centros de detención en las fronteras de España con Marruecos parecen sacadas de película. Algunos los describen como un infierno, pues los que no se atreven a saltar las barreras fronterizas (y tal vez morir en el intento), tienen que esperar en centros parecidos a cárceles por largos meses, viviendo dentro de cuatro muros. Asimismo, el acuerdo que hizo la UE con Turquía para frenar a los migrantes venidos del oriente ha sido otra falla colosal. Varios miles de millones son invertidos en un mecanismo que no es nada efectivo y que, encima, empeora el descontento de los migrantes. Refleja lo poco que le importa a Europa conservar la buena gracia de los gobiernos africanos.

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Desesperanza en las vallas fronterizas al sur de España

Pero esto no debe ser así. El apoyo de Europa a África no debe ser vista como un signo de altruismo, sería muy iluso pensar eso. Nunca ha funcionado así, ni nadie pretende que a los gobernantes europeos, repentinamente, se les presente la Rosa de Guadalupe. Más bien, deberían llevar a cabo estas medidas para proteger a sus propios votantes. El descontento desde el Oriente Próximo no hace más que agrandarse, lo cual reflejan los cada vez más frecuentes atentados; y se debería buscar que este descontento no se prolifere un poco más al este, donde millones de africanos se encuentran cada día con el abandono de los países desarrollados, a los que ven como aprovechadores, que les quitan sus recursos y contaminan sus medios de subsistencia. En todo caso, debería destinarse parte del presupuesto asignado al fortalecimiento de controles migratorios hacia proyectos de inversión en el continente. Deben plantearse reformas estructurales para hacer que las inversiones en los países africanos sean menos riesgosas; de lo contrario, la situación dejará de ser sostenible y explotará, porque créanme, aún no explota.

Para terminar, un ejemplo perfecto de cómo se pueden tomar medidas en este asunto es el empleado por China hace algunos días, habiendo invertido grandes sumas de dinero en la construcción de un ferrocarril que comunica Nairobi con Mombasa, en Kenia. Esta sería la obra de infraestructura más importante dentro de este país desde su independencia hace más de 50 años, y forma parte de la estrategia de Kenia para convertirse en el punto comercial principal en la costa este del continente. En esta transacción, no solo ganan los keniatas y no solo gana África, sino que también ganan los capitalistas chinos, que, para este caso, tendrían derecho a las ganancias del proyecto por los primeros diez años, lo cual ya es bastante (como el caso de Telefónica en el Perú). Con esto, China obtiene rutas comerciales y le demuestra a Europa los potenciales de crecimiento en la región que antes se creían nulos y que serán fundamentales para atacar el problema de la migración masiva: desde la raíz.

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Inauguración del nuevo tren en Mombasa, Kenia

En este sentido, tanto los incentivos económicos como la necesidad de frenar el creciente descontento deberían ser suficientes razones para que no solo la UE, sino también las demás potencias económicas, se animen por fin en darle una oportunidad al olvidado continente africano. Ante la amenaza de Trump, recae en China y Europa liderar el cambio. Es una pérdida de dinero invertir en muros, vallas y centros de reclusión para los migrantes cuando el verdadero problema está allí afuera, y gran parte de la culpa de que esto siga así recae en las mismas potencias. Como afirmaba el historiador polaco Ryszard Kapuscinski, Occidente no solo tiene la culpa de la larga historia de esclavitud africana, sino también de los fracasos institucionales que arrastra el continente hasta el día de hoy. Seguir haciéndose de la vista gorda solo aumentará la cantidad de personas que buscarán migrar a la UE. Si se quiere eliminar el problema, las vallas no son la solución.