Este año, me propuse firmemente independizarme. Más que por una cuestión de solvencia económica, fue para encontrar una parte latente de mí. Establecerme así no se convirtió en un sinónimo de perder los valores practicados en casa, ni entregarme a experimentar vivencias desenfrenadamente. Se trató, en realidad, de desarrollar responsabilidades de manera autónoma: manejar mi presupuesto mensual, pensar en mis comidas del día a día, velar porque mi ropa para el trabajo esté lista para el día siguiente, separar mis horas de estudio, lectura y de cavilaciones.

Desde que terminé mi carrera comencé a sentir una angustia frecuente sobre el mañana y las decisiones que debía tomar, como trabajar en tal o cual lugar, los proyectos económicos a considerar y el desarrollo de algunas pasiones juveniles. En fin, ¡tantas ideas!, que me quitaban un par de minutos al sueño cada noche. Todo necesitaba ser ordenado en algo lógico, con sus procesos, tiempos designados y posibilidades de concretarse.

Con el pasar de los meses, a pesar de que trabajando y viviendo en mi casa me era cómodo, sentí aún esa necesidad de estar solo para ordenarme y madurar. Esa fue la razón por la que seguí con el plan de dirigirme hacia mi soledad, hacia mi refugio abstraído, y así terminé redactando este artículo en mi escritorio con un par de libros al lado, unos lapiceros, hojas en blanco y algunas comodidades básicas.

3

Mantener la mínima cantidad de vínculos posibles, solo los más importantes, era parte también, de mi nueva forma de existencia. Ser bastante social, para mí, desembocó en diferentes emociones en el pasado, algunas intensas otras leves, pero finalmente efímeras, las cuales siempre alteraban mi equilibrio. Con tantas influencias terminaba perdido y confundido, con el rumbo extraviado y buscando el sentido. Mi personalidad, según creo, se veía alterada por tantas vivencias compulsivas. No podía enfocarme por más de un par de semanas en mis proyectos.

Reflexivamente veo cómo con el pasar de los años fui perdiendo y olvidándome de mis amistades. Cada vez las divisaba más lejanas, más irreconocibles en cada faceta de mi vida. Nunca entendí la frase de mi madre: «Los verdaderos amigos son los del colegio», porque hasta ahora me cuestiono: ¿qué es eso de verdaderos amigos, sólo el juntarse para la parrilla de Fiestas Patrias o tomar cervezas para el partido de la selección peruana? Comencé a detestar ciertos comportamientos de la gente, que nunca saludaban cálidamente, que no llamaban, más que para pedir algo; y así, me fui poniendo a la defensiva con mis círculos sociales. Resolví que cada quien lucha por sus intereses, dentro de una órbita superficial e inauténtica, comportándose de determinada manera para parecerse a un patrón. Se suben ciertas cosas por internet para encajar, adoptando estilos de vidas prefijados y adquiriendo conocimientos compartidos para luego asentir con la mayoría.

2

Emprendí este viaje para buscar autenticidad, desempolvarme un poco de mi yo, enterrar algunas ideas ineficaces y buscar nuevos planes de acción. Busqué mi independencia para dedicarme a elucubrar sobre mis posibilidades de ser en relación a la capacidad que creo tener. Quise, quizá, como el águila, buscar una renovación, soltar ciertos karmas, meditar un poco, darme el lujo de ser yo mismo y vivir feliz con ello.

A los que busquen independizarse, les digo: «Estarán solos, y tendrán que buscar su lugar y hacer frente a lo cotidiano, sin ayuda del papá o la mamá, sino con sus propios esfuerzos».