Durante décadas se ha hablado de la caída del muro de Berlín como una victoria indiscutible de la libertad, igualdad y los derechos humanos. La historia que se cuenta siempre es la de los vencedores y usualmente tiene un final feliz; sin embargo, la realidad tiene más matices. Hace 30 años, un 9 de noviembre de 1989, debido a un error en el discurso de Guenter Schabowski, portavoz del gobierno de la República Demócrata Alemana (RDA), se derrumbaba el muro de Berlín. Miles acudían al lugar tratando de ayudar de cualquier forma: querían ser libres; querían ser parte del otro sistema, aquel que prometía calidad de vida y oportunidades para todos.

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En primera instancia el 50% de los trabajadores que vivían en el este de Alemania (antigua parte comunista) perdió su empleo pues las empresas que operaban en esta parte no eran competitivas en el mercado; no estaban listas para una economía abierta, por lo que quebraron. La movilización de este a oeste ya no era una elección; era una necesidad. Es así como inicia el espectro del capítulo oscuro que aparentemente fue cerrado hace treinta años.
Un ejercicio para entender la situación de los alemanes del este es imaginar que de un día para otro toda tu vida cambia: tu trabajo ya no existe y tus habilidades ya no son necesarias. Repentinamente los valores de siempre son diferentes. Tus amigos se van de donde viven porque ya no hay trabajo. Tu red social se desintegra.memes-llorando2
En la actualidad, la barrera invisible continúa vigente y las diferencias económicas, sociales, políticas y culturales, también. Por su parte, el gobierno alemán ha hecho esfuerzos por acortar las brechas: hasta ahora ha gastado 1,6 billones de euros en ayuda estatal para el este. Sin embargo, aún hoy en día los habitantes de esa zona declaran sentirse ciudadanos de segunda clase.
La brecha económica es evidente. En el oeste el ingreso medio mensual es 3,330 euros; mientras que en el este, 2 690 euros. Más aún, la tasa de desempleo es menor en el oeste (4.8%) que en el este (6.9%). Además, el PBI per cápita en el oeste es 43,000 euros y en el este, 32,100 euros (una diferencia de más de 10,000 euros). Siguiendo la misma línea, es pertinente mencionar que de las 50 empresas más importantes en Alemania, 47 están ubicadas en la parte oeste y solo 3 en la parte este.

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En cuanto a política, la Unión Democrática Cristiana, dirigida por Angela Merkel, tiene sus mayores éxitos en el oeste. Dicho partido tiene una tendencia liberal, conservadora, y se definen de centro en el espectro político. Por otro lado, el este demanda otro tipo de preferencias. La tendencia en ese sector es más nacionalista y está vinculada a partidos como Alternativa para Alemania.
Acerca de educación, los resultados en el este suelen ser notablemente mejores que en el oeste. Esto debido al exigente sistema implantado por el régimen comunista, que incluso ha dado lugar a un nuevo grupo social: los jóvenes alemanes del este que migraron al oeste y se destacaron profesionalmente allí. En dicho grupo podría incluirse a la actual canciller Angela Merkel, formada íntegramente en el sistema educativo de la parte comunista. Sin embargo, la tasa de deserción escolar es más alta en los cinco ex estados comunistas, donde alcanza valores entre el 8 y el 10% de la población estudiantil.

Evidentemente los rezagos de la última guerra aún no se han solucionado y la desigualdad tiene lugar incluso en países como Alemania. Para América Latina este tema es historia conocida y en estos últimos meses la población ha alzado su voz y ha empezado una lucha más visible. Las soluciones aplicadas no deben ser de una sola índole y tendrán que ser constantes. El camino será largo, pero eliminar esta enfermedad social lo vale.

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Edición: María Gracia García