Los conflictos territoriales a nivel internacional abundan en las noticias, desde India y Pakistán hasta el mar del sur de China. Los países desean acceso a recursos naturales y posiciones geoestratégicas; hay áreas que han sido el objeto de batallas desde tiempos ancestrales. Y aún así, hay un conflicto que resulta completamente absurdo en la región de Nagorno Karabakh. Esta región es reconocida internacionalmente como territorio azerí (de Azerbaiyán), pero controlado de facto por la República de Armenia a través de un proxy denominado República de Artsakh, país que ni siquiera es reconocido por Armenia, pero claramente es una parte funcional de este Estado. A diferencia de otros Estados con reconocimiento limitado, Artsakh sólo se halla reconocido por algunos estados de los Estados Unidos y otras entidades subnacionales, además de Abjasia y Osetia del Sur. Si te estás preguntando cuáles son estos países, son países tan irrelevantes que el 2014, Tuvalu se dio el lujo de retirar su reconocimiento. Sí, esa es la escala de irrelevancia de la que estamos hablando.

Cuando digo que este es un conflicto absurdo es porque las motivaciones de las partes son completamente mezquinas. No es un tema de recursos económicos, y tampoco es un territorio con un valor religioso-cultural importante como lo tiene Jerusalén. El único factor en juego ha sido la identidad cultural de la población, la cual siempre fue mayoritariamente armenia. Tras la Revolución Rusa, los intereses pantúrquicos llevaron al apoyo del Imperio Otomano hacia la población azerí en la región (sin mencionar que iban a atacar armenios, un pasatiempo favorito por aquella época).

A pesar del apoyo inicial de las autoridades soviéticas a Armenia, el régimen estalinista se decidió por cederle la región a la República Socialista Soviética de Azerbaiyán, pues se estaba buscando fortalecer los vínculos con Turquía para convertir a esta al comunismo. Y así es como se encendió la chispa del resentimiento entre los pueblos azerí y armenio gracias a una configuración territorial tan insensata como la marcada en el Tratado de Sykes-Picot (el tratado secreto entre Gran Bretaña, Francia y la antigua Rusia soviética para repartirse el territorio otomano). Diplomáticos post Gran Guerra: ¿Eran o se hacían?

Nuestro objetivo es la completa eliminación de los armenios. Ustedes, con los nazis, ya eliminaron a los judíos en los 30s y 40s, ¿verdad? Deberían poder entendernos.

Hajibala Abutalybov, alcalde de Baku – Arzebaiyán

A pesar de que la Unión Soviética logró controlar la violencia interétnica, la caída del bloque comunista llevó al resurgimiento de las tensiones entre ambas naciones, las cuales estallaron en la Guerra de Nagorno Karabakh, la cual concluyó en la situación actual, descrita al inicio de este artículo. Nuevamente, Azerbaiyán ha podido conseguir apoyo diplomático y militar de Turquía, debido a que con el desastre que es Irak y las relaciones que mantiene con Irán, el Cáucaso es la única forma de conectarse a la Nueva Ruta de la Seda (ruta comercial) y acceder al comercio con gigantes como China e India. Armenia, mientras tanto, ha mantenido sus relaciones con Rusia, país al que también le interesa el control del Cáucaso pues constituye su acceso al Medio Oriente (donde se encuentra Bashar al Assad, gran amigo de Putin).

En resumen, ya han pasado casi cien años y parece que seguimos como en el principio, con los mismos países apoyando a los mismos bandos. Debido a asuntos identitarios, una región que no cuenta con nada de extraordinario se ha convertido en un escenario de conflicto perpetuo de baja intensidad, del mismo modo que observamos entre Israel y Palestina. Cada cuanto se han dado unos cuantos exabruptos en cuanto a exabruptos de violencia y cada cuanto se han concluido conferencias de negociación sin aliviar la situación. Esta clase de situaciones puede parecer inevitable desde esta perspectiva, pero yo me sigo preguntando qué pasaría si Rusia o Turquía ocuparan el Cáucaso sur.

Edición: Daniela Cáceres