Hoy en día, Instagram y Youtube, entre otras redes sociales, están llenas de una nueva especie humana llamada influencers. Son personas hermosas, llenas de lujos y con vidas perfectas que ganan dinero y reciben regalos por mostrarse en su día a día. Todos deseamos ser ellos y llegamos a seguirlos hasta para ir al baño, porque nos ofrecen una alternativa a nuestra monótona existencia. Ellos parecen estar contentos todo el tiempo y no tener mayor problema. Obviamente, todos sabemos que esa no es su vida real ya que solo nos están mostrando aquellos buenos momentos de esta, y no esos donde están despeinados y sin maquillaje o de malhumor porque se les quemó la tostada del desayuno. Esto se debe también en parte a nosotros, los simples mortales el público, que pedimos determinado contenido. No queremos ver a una persona molesta en el tráfico porque para eso nos vemos en el espejo; queremos ver a una chica linda cantando en su camioneta nueva y de camino a un roadtrip con todos sus amigos.

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A partir de esta cultura, ha surgido el término forced positivity que hace referencia a ese intento constante por mantenerse en un estado de ánimo positivo, mostrándose siempre contento por la vida por más que uno no lo esté. Si bien es parte de la publicidad y del trabajo del influencer mostrar su mejor versión, es también importante que, haciendo honor a su nombre, estos influencien a las personas hacia estilos de vida buenos y saludables. La cultura del forced positivity, no cumple con estos requisitos al buscar que neguemos ciertos aspectos de nuestra rutina afectiva y nos lleguemos a sentir culpables al estar pasando por un mal momento;  nos inundan sentimientos de impotencia y desvalía por no sentirnos tan “perfectos” como nuestros modelos a seguir.

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Para evitar una constante insatisfacción por la vida producto de esta dinámica, es necesario rescatar la importancia de las emociones negativas dentro de nuestras propias rutinas. Se ha comprobado que ante un estado de humor negativo, las personas producen argumentos persuasivos de mejor calidad y tienen una mayor capacidad de retención de la información que cuando se encuentran en uno positivo. Ello nos lleva a rescatar su importancia dentro del manejo de dificultades ya que nos permite  pensar en todo lo que puede ir mal en una determinada situación y llegar a la mejor solución para el problema. Así, aunque suene contradictorio, una actitud negativa puede permitirnos procesar nuestra ansiedad, lo que nos llevaría a una mayor sensación de bienestar.

Por el contrario, la negación de las emociones o la dificultad para reconocerlas, puede contribuir a que la persona tenga una mayor cantidad de malestares físicos y mentales y comportamientos que vayan en contra de su salud como una mala alimentación o el abuso de sustancias. Por ello, si bien forzarse a ser positivo puede ser bueno para empujarnos en determinadas circunstancias, es esencial permitirnos antes sentir esas emociones negativas. Es mejor tomarnos un tiempo para procesar lo que nos sucede y luego empujarnos a ver lo positivo de la situación.

OJO: Tampoco se trata de andar de malhumor por la vida y de usar esto como excusa para comportamientos riesgosos o perjudiciales para los demás. Se trata de reconocer que cuando algo nos fastidia o entristece es porque detrás de ello se encuentra algo importante para nosotros y negar estos sentimientos o tratar de cubrirlos solo nos aleja de nuestro ser auténtico y de nuestra capacidad de encontrar el bienestar. Se trata también de saber que no todo siempre va a estar bien, que no tenemos el control de muchas de las cosas que nos suceden y que es normal sentirse abrumado, siempre y cuando sea una emoción que se procese y se observe para darle sentido.

De repente, al leer todo esto querrán buscar una manera eficaz y rápida de “procesar las emociones” porque ¿a quién le gusta estar triste cuando puede ser feliz? Pues entonces, no entendieron nada. La mejor manera es aprender a ver la felicidad como un by product, es decir, un producto derivado, y no una meta en sí. Si uno se la pasa agotando toda su energía en fingir estar bien hasta lograrlo, lo más probable es que termine desgastado emocionalmente y ni cerca de alcanzar ninguna satisfacción. Lo importante es invertir esa energía en lo que nos guste, lo que sentimos que nos hace bien y, por más que suene cursi, lo que sentimos que necesitamos. Eso implica que si un día te provoque llorar, llores, si te provoca salir a bailar, lo hagas y si te provoca pegarle a alguien, te contengas y aprendas a controlar tus impulsos porque eso no está bien.