Si los “representantes” de los sectores más conservadores y herméticos de nuestra sociedad empiezan a alzar la voz, es porque estamos haciendo las cosas bien. ¿Qué sigue haciendo falta para la cultura de memoria que merecemos?

El congresista Edwin Donayre jugando a ser James Bond es quizá el incidente más patético y lamentable con que nos ha decantado la crema y nata de la política peruana recientemente. En lo que parecía casi una competencia con su colega Mamami, quien ya se había autoimpuesto en sus hombros la “heroica” misión de espionaje hace algunos meses, el padre de la patria se colocó decididamente gorra y lentes y grabó lo que consideró la prueba contundente de que en el Lugar de la Memoria (LUM) se estaba cometiendo apología al terrorismo.

Su legitimidad para lanzar tal acusación, como ya muchos saben, le duró muy poco. No tanto por los pobres argumentos que usó (¿qué relación tendría la orientación sexual de una persona?), o por la cobardía del acto en sí mismo (calumniar a una joven de 28 años que ni siquiera era guía); ni por lo indignante que supuso la difusión de un antiguo video en donde confesaba, entre risas, haber recibido financiamiento de un “comandante” amigo para candidatear a gobernador regional de Ayacucho. No, la validez de su acusación duró muy poco porque, simplemente, promover una cultura de memoria no es apología al terrorismo. La prueba más evidente fue que a los pocos días de conocerse todas las aristas del caso, el LUM difundiera un comunicado en donde, como agradecimiento a la gran acogida de la semana anterior, abriría sus puertas también y excepcionalmente el día lunes.

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Lo más particular del incidente es que días antes había ocurrido algo muy similar. La controversial Karina Calmet había escrito un tweet en el que, alarmada, advertía no ir a ver la reciente estrenada ‘Casa Rosada’, película del fallecido Palito Ortega que retrataba uno de los tantos casos de desaparición y tortura que parecían cosa cotidiana en ese devastado Ayacucho de la década del 80. La reacción del público peruano hizo que los cines tomaran medidas muy parecidas a las del LUM: la película peruana fue sorprendentemente llevada a más salas y se le dio más horarios. A pesar de las fuertes escenas, la acogida fue admirable.

Si bien el efecto “rebote” de estos casi risibles incidentes debe alegrarnos, más aún por lo que dice sobre el avance de una cultura de memoria, eso no quita que permitamos situaciones como la que pasó días atrás en el Congreso, durante el interrogatorio a Patricia Balbuena, la actual ministra de Cultura, por parte de las comisiones de Educación y Cultura. No fue sorprendente oír, una vez más, temerarias, infundadas y calumniosas acusaciones por parte de los parlamentarios (como siempre, de mayoría fujimorista), en su conocido intento de borrar los crímenes de Estado cometidos en los 80s y 90s. Lo que sí fue sorpresivamente alarmante fue escuchar a una ministra que respondía de una manera en la que parecía darles razón. No solo no defendió a quienes era necesario hacerlo, sino que prácticamente aceptó que estaba mal que José Carlos Agüero sea parte importante de la difusión de esta cultura de memoria por ser hijo de terroristas.

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La protesta de personajes como Donayre y Calmet da nuevas luces de lo que se está logrando por una verdadera cultura de memoria, una que recuerde a todas las víctimas y, por consiguiente, a todos los agresores. Negar atrocidades ocurridas es negar errores pasados que probablemente solo ocasionen que estos pronto vuelvan a cometerse. Por lo pronto, nos queda utilizar estos vanos intentos para comenzar a entender lo que estamos logrando, pero también todo lo que nos falta avanzar.