A temprana edad, escuché por primera vez el concepto “libre albedrío”. Al haber tenido una educación católica, con el fin de brindarme una cátedra sobre los conceptos de “pecado”, “moral” y “arrepentimiento”, me comentaron en alguna clase que un ser superior (en este caso Dios) me había otorgado a mí y al resto de humanos un derecho a actuar a voluntad propia. Por eso, Él no evitaba que se cometieran crímenes terribles en todo el mundo, como el asesinato. No debía intervenir en la manera de actuar incorrecta de la gente, dado que sería privarles el derecho a elegir. Por otro lado, también me habían enseñado que lo veía todo, y sabía el pasado, presente y futuro. Aquí encontré uno de mis primeros dilemas. ¿Si Dios ya sabe mi futuro, entonces tengo en realidad un libre albedrío? Si quiero hacer algo, ¿Él ya sabe qué camino voy a elegir?

No encontré respuesta alguna estando en el colegio, ni en la universidad ni en ningún otro lado. Alguna que otra vez debatí o conversé sobre el tema con amigos, a sabiendas de que era un tema de percepciones, que nunca iba a encontrar una respuesta definitiva. Este debate nihilista/existencial siempre ha sido común, pero se ha puesto sobre la mesa en los últimos días por haberse vuelto parte de lo mainstream y más “digerible” gracias a la nueva producción audiovisual de la serie de Netflix, Black Mirror: Bandersnatch.

Todos los años, a finales de diciembre, Black Mirror (serie planteada como antología, es decir con capítulos independientes y autoconclusivos) estrena entre tres y seis capítulos que, a través de diferentes ejemplos, llevan al espectador a la reflexión sobre el uso de la tecnología y qué tan lejos esta puede llegar. ¿Pueden los avances tecnológicos llegar a quitarnos humanidad o a satisfacer nuestros impulsos más primitivos? Este año, sin embargo, solo lanzó Bandersnatch. Digo “solo” porque al final y al cabo es un capítulo, pero este puede durar entre 15 a más de 300 minutos. Todo depende de cuánto tiempo quieras invertir. Está creada como un capítulo interactivo: cada cierto tiempo aparecen dos opciones en pantalla para elegir qué hace el personaje principal conforme avanza el capítulo. Cada elección conlleva a un camino y un final diferente. Es digerible porque te lo presenta como una pregunta dicotómica, sin embargo hay muchísimos caminos y opciones.

En la vida real, ciertamente resulta inútil preguntarse “¿qué habría pasado si hubiera hecho esto en vez de lo otro?”. Es imposible saberlo, ya que no se puede (que yo sepa) hacer saltos al pasado o mudarse a otra realidad paralela y vivir para contarlo. Igual, a veces es inevitable pensarlo, por más que no sea práctico. Por esta misma razón, este capítulo resulta seductor para aquella persona curiosa, ansiosa, y bueno, con tiempo. No todos los finales son igual de satisfactorios; hay finales tristes pero hermosos, lógicos pero predecibles, interesantes pero graciosos, y mindblowers que lograrán hacerte cuestionar el mismo poder que tiene uno sobre sí mismo.

El espectador prueba la sensación de ser un “ser superior” al controlar impulso que el personaje principal tiene al tomar decisiones, aunque sean sencillas como elegir el cereal. En el universo ficcional, ni bien empieza, él cree que las toma. Hace uso de su libre albedrío. Tiene la ilusión de usar su libre albedrío.

Después de haber visto por horas (literalmente) el capítulo y ahondarme en la trama, no pude disociar lo que acababa de ver con aquellas enseñanzas que mencioné al principio: el concepto de libre albedrío, sobre cómo podemos tomar decisiones pero que siempre hay un ser superior que lo sabe todo. Netflix nos dio a probar qué se siente ser el ser superior, dándonos poder, pero también dejándonos en ridículo, porque nos lleva a pensar que posiblemente nosotros mismos tampoco somos dueños enteramente de nuestras decisiones. Por más que pueda asustar, de cierta manera, el ser humano puede encontrar comodidad en ello. Gente habla de “inclinaciones” en acciones por la alineación de los astros. Otros, hablan del destino predeterminado cual héroes mitológicos para encontrar enseñanzas en tragedias, como el consuelo “es todo parte del plan”. Por otro lado, otros hablan de la omnipotencia de Dios para encontrar apoyo con la frase “El tiempo de Dios es perfecto”. Y tú, ¿qué crees? ¿Cosechas lo que siembras o todo pasa por algo? Cada quien es libre para elegir su propio camino para llegar a tener paz mental. ¿O no?