El Estado es su propiedad, han invertido, lo han ganado,
y por derecho pueden hacer lo que quieren.
– Cecilia Blondet, historiadora peruana.

 

Hace 19 años, el 28 de julio del 2000, un opositor político con considerable popularidad llamado Alejandro Toledo lideraba la marcha de los 4 suyos en Lima. Junto a 20,000 protestantes, Toledo exigía que el entonces presidente Fujimori no fuese electo por tercera vez, acusándolo de corrupción.

Hoy, 19 años después, Toledo está detenido en California, esperando a ser deportado por graves delitos de corrupción en agravio del Estado Peruano. Ese presidente que fue elogiado por Barak Obama por “disminuir la desigualdad” en el Perú. Ese presidente que en el 2014 publicó el libro “Crecer para incluir 2001-2006. Cinco años en los que se sembró el futuro”, explicando cómo su gobierno supuestamente trabajó por el crecimiento económico e inclusión social. Ahora sabemos que lo que realmente creció fue su patrimonio, a punta de pura coima. La historia del Perú, como la vida, puede ser muy irónica.

Toledo

La corrupción es una descarada poesía que se escribe entre dos. Es el coqueteo prohibido entre lo más oscuro del sector público y del sector privado. Con Toledo, ya son nada menos que cinco expresidentes peruanos que están siendo buscados, investigados y/o encarcelados por sofisticados e ingeniosos delitos de corrupción. La sociedad no es omnipotente como para evitar que Elian Karp nos huaquee hasta la Mascaipacha se den coimas a cambio de favores. Pero ¿de dónde proviene esta tendencia a tener puro presidente corrupto? ¿Es una herencia histórica? ¿Hay forma de romper el circulo vicioso? ¿La ciudadanía tiene pañuelo en el sucio baile de la coima e impunidad?

Por un lado, tenemos una tradición institucional que ha propiciado la corrupción. Distintos historiadores que estudian la corrupción peruana, incluso desde la independencia, convergen en lo siguiente: el Estado de Derecho peruano nunca fue fuerte. Nuestras normas no están alineadas con las necesidades del Estado, nuestras instituciones no generan confianza (ni respeto) en la ciudadanía, los sistemas de control nunca han sido eficaces, y las élites dirigentes nunca han operado bajo planes que representen intereses de la población, solo intereses particulares.

Viñeta de 1907 sobre las irregularidades del ministro de Hacienda Augusto B. Leguía.

Viñeta de 1907 sobre las irregularidades del ministro de Hacienda Augusto B. Leguía.

Pero no todo queda en el Estado y la política. El factor cultural quizás sea más determinante y explique mejor el porqué de nuestra situación. PROÉTICA ilustra con dos contundentes datos cómo la cultura peruana empersona la cultura de la corrupción e impunidad. Por un lado, solo el 15% de funcionarios públicos declara que le solicitaron una coima, y de ese 15%, solo 8% denunció. Y lo segundo, aún más preocupante: el 85% de los peruanos consideran que sus compatriotas no respetan la ley. Exigimos valores que ni nosotros mismos creemos tener.

Así es como llegamos a construir un país donde la corrupción es parte del funcionamiento político nacional. Desde el pasado hasta el hoy. Con un Estado de Derecho débil, una república fallida y una crisis de valores morales civiles perpetuada durante toda nuestra historia. Como dijo Carlos Carlín a través de la obra teatral: El Perú, ja,ja.

En "El Perú ja, ja" se relata resumida y muy humorísticamente la historia del Perú de inicio a fin.

En “El Perú ja, ja” se relata resumida y muy humorísticamente la historia del Perú de inicio a fin.

Odebrecht y las investigaciones por coimas han sido la oportunidad perfecta para hacer públicos los niveles de corrupción e impunidad del país. Es claro que tenemos que hacer algo para revertir el rumbo de esta República y salvarnos de llegar a ser un Estado fallido. Pero ¿cómo?

De acuerdo a Sarah Chayes, miembro senior del think thank Carnegie Endowment for International Peace (CEIP), no hay una fórmula estándar para desarrollar políticas anticorrupción. Más bien, el cambio en la regulación y en las estrategias para evitar actos de este tipo depende de un estudio a profundidad sobre cómo se da la corrupción en un país en específico. Chayes sostiene que la corrupción moderna tiene el modus operandi similar a las organizaciones criminales ya, mejor digan el aprofujimorismo: es estructurada y tiene redes sofisticadas. Por eso, es necesario estudiarlas antes de hacer “la receta”. Gracias Ministerio Público e IDL-Reporteros.

crimenorg

Luego de comprender cómo funciona la corrupción en un país, es necesario apoyarse en la tecnología para mitigar el riesgo de que ocurra. De acuerdo con William Burns, ex subsecretario de Estado norteamericano y presidente del CEIP, la innovación tecnológica empodera a los ciudadanos para denunciar, mejora la transparencia y presiona positivamente al gobierno para que asuma su responsabilidad fiscalizadora.

Este humilde repaso sobre de dónde venimos y hacia dónde deberíamos ir no deja de ser romántico e ideal. La realidad es que estamos viviendo meses (o ya años) en los que el telón del “auge económico y desarrollo” se cayó, y la fantasía del “milagro económico del Perú” se apaga. Somos un país corrupto, altamente corrupto. Lo hemos sido desde nuestros inicios como República independiente. Y tenemos dos caminos: o aprender a ser más honestos, o fracasar como Estado, país y sociedad. El tiempo corre.

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Editado por: Isabela García.