Después de la toma de mando de Trump (?) parece bastante pertinente comenzar a pensar en distopías de nuevo. Para algunos, quizás un mundo con leyes y mandatos que parecen ir en contra de aquello que conocemos como “bueno” no esté tan lejos. Bradbury, en su novela Fahrenheit 451, imaginó un mundo en el cual los bomberos se dedicaban a quemar libros por orden del gobierno. Pero narra la historia de uno en especial, Montag, un bombero que termina por rebelarse contra el sistema y su estilo de vida tras cuestionar su propia felicidad.

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Tras leer la historia de este bombero, uno se queda con un sentimiento de satisfacción tras ver todo cómo y por qué se rebeló. Toda la novela se centra en su proceso de autodescubrimiento y su lucha por escapar del conjunto de leyes que gobernaban su sociedad. Pero me gustaría evaluar qué tan legítima fue la rebelión de Montag ante este sistema opresor y violento en el que vivía. Porque, después de todo, por más que parezca que fue lo correcto ¿una rebelión implica romper las reglas, no?

Según Tomás de Aquino, teólogo y filósofo católico del siglo XIII, las leyes son ordenanzas racionales orientadas al bien común y deben ser promulgadas por una autoridad competente. En este sentido, para analizar la legitimidad de una ley (sin importar su naturaleza) es necesario verificar que cumpla con estas características. Además, en la Suma Teológica, Aquino esboza la arquitectura de la ley según qué tan distante está del saber del supremo creador. Así, llama a la ley bajo la cual Dios creó el universo, la Ley Eterna; dependiendo de dónde se refleje esta ley, considera la Ley Divina (y su contraparte, la Ley del Pecado) como la Ley Eterna reflejada en la palabra rebelada, y la Ley Natural como el reflejo de la Ley Eterna en la razón de los hombres. Esta última está grabada en nuestros corazones, nos da preceptos morales (primarios y secundarios) y, según cómo se aplique en la vida social, da origen a los dos tipos de Leyes Humanas. Si se deriva por deducción, resulta en la Ley de las Naciones (universal en términos de los derechos de las personas) y si se deriva por determinación de generalidades, resulta en la Ley Civil (más orientada a la organización de la sociedad como tal).

En la sociedad de Fahrenheit 451, los bomberos, en vez de apagar incendios, tienen la labor de generarlos con el propósito de quemar libros y a sus dueños con ellos. En general, toda la cultura que describe Bradbury está orientada a evitar que las personas tengan un pensamiento independiente y que se hagan preguntas verdaderamente relevantes, como ¿Por qué estamos aquí? ¿Somos realmente felices? ¿Lo que hacemos es lo correcto? Etc.

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¿Cuál es el libro que te hizo despertar?

Según las características de las leyes de Aquino, las leyes de esta distopía efectivamente estaban promulgadas por una autoridad competente. Sin embargo, no eran preceptos racionales ni estaban orientados al bien común. De hecho, creo que los principios contra los que atentaban son suficiente argumento para decir que estas leyes eran una corrupción de las Leyes de las Naciones. Para comenzar, las Leyes de las Naciones como consecuencias directas de los preceptos primarios de la Ley Natural, deben ser “especialmente” racionales y tener un alto grado de auto evidencia. Es decir, deben ser bastante claras e intuitivas.

Sin embargo, las leyes y toda la configuración de la sociedad de Fahrenheit 451 estaban orientadas a permitir la violencia indiscriminada. Quemar libros y a sus dueños contribuye con la ignorancia y obstaculiza el contacto de las personas con elementos que los pueden ayudar a llevar vidas más virtuosas, y por lo tanto, a llegar a su bien supremo, la felicidad. Esto claramente atenta contra la noción de “hacer el bien y evitar el mal”, el precepto primario de la Ley Natural, motivo suficiente para que sea legítimo desobedecer esta ley, según Aquino.

Un libro en manos de un vecino es como un arma cargada.” – Ray Bradbury

En este sentido, existe evidencia suficiente para afirmar que la Ley Humana que regía la sociedad de Montag en realidad atentaba contra el bien último del hombre y, por lo tanto, fue legítima su rebelión. Parece que después de todo, y no por simple intuición, tiene sentido que uno se rebele ante leyes que nos alejen del “bien” y, por el contrario, nos hagan daño. Gran lección que deberíamos tener presente en estos tiempos cuasi distópicos para muchos.

Aun así, volviendo a Montag, creo que queda una pregunta por resolver ¿qué hace que sólo él y unos cuantos puedan salir de esta ceguera moral de su época? En general, hoy ¿por qué no todos nos damos cuenta de que aún existen leyes que permiten que, de una u otra forma, nos hagamos daño?