En estos tiempos de incertidumbre política y con una pandemia sin un final a la vista, es posible que muchos despreciemos el presente en favor de un pasado idílico o la promesa de un futuro utópico. Sin embargo, cuando la nostalgia no es suficiente, nos vemos obligados a persistir en el día a día con optimismo para enfrentar el momento. Entre las filosofías para esto se halla la popular “vivir en el presente”, que hoy busco analizar a fondo para entender sus implicancias.

¿Qué significa vivir en el presente? En principio, implica vivir cada día como si fuese el último, lo cual suena a la justificación para la imprudencia. La noción de ser inmune a las repercusiones del futuro al despojarse de todo excepto el presente es una ilusión. A pesar de ello, existe una lectura del mantra presentada por Aristóteles que ofrece mayores reflexiones.

En el día a día, uno realiza diferentes actividades que ocupan el espacio del presente; Aristóteles se propone a explicar qué relación tienen estas actividades en el tiempo con nosotros. La lingüística identifica dos tipologías de actividades: télicas y atélicas (del griego telos que significa “propósito”). Las actividades télicas son aquellas que apuntan a ser completadas, como cocinar o manejar, y una vez que culminan, se alcanza una meta. Por otro lado, las actividades atélicas no apuntan a estados finales, por ende, no tienen un punto final definido, como pasar tiempo con la familia o dedicarse a un hobby (Pérez, 2017).

Aristóteles realizó una distinción similar entre las acciones de kínesis y energeia. La kínesis es télica, ya que es incompleta y apunta a un estado final; es más, la satisfacción está siempre circunscrita al futuro y, una vez alcanzada, se va, como organizar una fiesta. Por ello, solemos tener una relación extraña con estas actividades, ya que por un lado queremos completarlas para alcanzar esa satisfacción futura, pero a la vez queremos darlas por acabadas. De otro modo, las actividades atélicas, que Aristóteles asemeja a la energeia, no tienen un final delimitado y, por ende, no pueden terminar incompletas; cumplen su meta en el presente mismo. Si estoy reflexionando sobre mi vida, Aristóteles diría que “estoy pensando y he pensado” (A., 2020).

Entonces, vivir en el presente aristotélico es apreciar las actividades atélicas, cuyo valor es inmediato y no programado. No hay que malentender esto como un desprecio por las actividades télicas, ya que la comunidad humana y las familias se benefician mucho de los logros individuales y tampoco podemos escaparlas en la cotidianeidad; en vez, no dedicarnos a tantas actividades télicas si es que no apreciamos el proceso y tan solo el resultado.

¿Y qué es el presente sin el pasado o el futuro? Usualmente las ansiedades del futuro se presentan como “preocupaciones” y, las del pasado, como “arrepentimientos”. Con un mal balance, pueden agobiarnos por completo e impedir nuestro funcionamiento con el presente. Quizás es Marco Aurelio, el filósofo y emperador romano, quien esclareció más esta disyuntiva al decir: “No dejes que los asuntos del futuro te disturben, ya que vendrán a ti, si fuese necesario, y llevaras contigo la misma razón que ahora usas para los asuntos del presente.”, que coloquialmente puede traducirse a “deja que los problemas del futuro vengan a ti primero”. Esta filosofía llevó a Marco Aurelio a ser muy exitoso como líder y emulado por emperadores por décadas; nos recuerda que esa angustia, sin ningún propósito utilitario, puede provenir de otro tiempo, pero solo ocurre en el presente (Aurelius, 2021).

Finalmente, quiero remitirme a una analogía propuesta por el filósofo inglés Alan Watts, muy influenciado por las enseñanzas orientales del budismo y el zen. Nos relata la comparación entre un bote con el curso del tiempo, donde el bote deja una ola que resuena y nos dice dónde ha estado. Al igual, nuestro pasado nos dice qué hemos hecho, pero si buscamos regresar, habrá un momento donde ya no hallaremos rastros de la ola. Watts nos invita a reconsiderar que quien conduce el bote no es la ola, por lo que regresar a los rastros para explicar la ruta del bote es una ilusión. Si un niño se comporta mal, podría culpar a sus padres por su conducta, quienes podrían culpar a los abuelos; pero finalmente la conducta sucedió en el presente y no hay la necesidad de recurrir al pasado para explicarla. Si se insiste en tomar al pasado, incluso nuestro pasado, como hoja de ruta para entender el presente, tan solo se está construyendo una narrativa aparentemente consecuente que está siempre fundamentada por los eventos del pasado.

Este sentido al que remite Watts es lo que las religiones indo-descendientes se refieren con la liberación del karma. Como explica Watts, el karma acumulado es la totalidad de acciones en el tiempo, positivas o negativas, que uno utiliza para generar una noción de si mismo. La liberación del karma a la que aspiran los creyentes implica una alquimia mental donde ya no se comprende el presente desde todo ese karma acumulado del pasado, sino que el yo presente se explica exclusivamente desde lo que se vive en el momento.

Edición: Paolo Pró

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