Sabemos que, en un futuro no muy lejano, estaremos totalmente interconectados. Los avances científicos relacionados al campo de la tecnología se están fusionando con la química, medicina, matemáticas y casi todas las materias para brindar rapidez y efectividad. De esta forma, incluso la tecnología, a través de los algoritmos, está inmersa en el campo de la psicología que se encarga de estudiar los procesos mentales de las personas.

Pero, ¿qué son los algoritmos? y ¿cómo interactuamos con ellos?

Según Oxford Languages, un algoritmo es el conjunto ordenado de operaciones sistemáticas que permiten hacer un cálculo y hallar la solución de un problema. En la práctica, los algoritmos son más comunes de lo que imaginamos y son cada vez más partícipes de la toma de decisiones de cada individuo, de forma consciente o inconsciente.

Principalmente, las personas establecen la toma de decisiones sobre la base de los sentimientos. A través del libre albedrío, estas pueden decidir lo que crean conveniente, siempre y cuando no vaya en contra de los derechos de otras personas. Sin embargo, esta forma de tomar las decisiones ha ido migrando silenciosamente hacia los algoritmos. “¿Cómo puede ser esto posible?” es una pregunta común; la realidad es que, al tomar una decisión o postura hacia algo en específico, primero generamos un sentimiento hacia eso. Este sentimiento no es aleatorio, sino que surge de diversos procesos internos. Estos son generados en milésimas de segundos y no podemos materializarlos, por ello muchas veces nos cuestionamos el motivo por el cual hicimos lo que hicimos. Sin embargo, la inmersión de la tecnología en la psicología nos ha permitido comprender el funcionamiento de estos procesos que ocurren tan rápido en la mente humana, y crear algoritmos basados en toda esta data para ayudarnos a tomar mejores decisiones.

Lo que plantea la tecnología es que, si bien estos procesos internos previos a la toma de decisiones no se dan en el espectro consciente, esto no significa que la tecnología no los pueda desagregar, cuantificar y convertir en forma de algoritmo.

A partir de lo comentado anteriormente, ya podemos dar ciertos pronósticos de cómo será el futuro de la toma de decisiones sobre la base de los algoritmos. Actualmente, ya utilizamos algoritmos, por ejemplo, con la lista de recomendaciones de Netflix ya no tienes que perder tiempo leyendo largas reseñas de películas para saber cuál encaja con tu perfil. Es tan fácil como dar un clic y listo. Lo increíble de la llegada de los algoritmos es que ya ni siquiera te cuestionas si Netflix te va hacer perder 2:30 h de tu tiempo viendo una película seleccionada por un algoritmo que no te conoce, simplemente se ha vuelto algo inconsciente. A partir de esto nace el drama de la toma de decisiones; cada vez las personas confiarán más en los macrodatos que en sí mismos, sin embargo, estos algoritmos no son perfectos.

No todo es color de rosa

En realidad, la tecnología está muy avanzada. Es increíble cómo en estos últimos 20 años, la revolución tecnológica ha dado un giro de 180 grados. A partir de esto también nacen nuevas preocupaciones, ya que como podemos constatar el ser humano no ha evolucionado a la misma velocidad de la tecnología. Podríamos decir que el humano promedio sigue teniendo la misma capacidad, misma velocidad y misma comprensión que 20 años atrás. A partir de esto nace la pregunta: ¿el hombre está, en realidad, preparado para vivir esta revolución digital?

Un ejemplo de cómo la tecnología puede hacernos tomar decisiones que no deseamos lo vemos en las compras a través de redes sociales. Sociedades con mayor acceso a internet y tecnología tienden a desarrollar tendencias más consumistas. El marketing digital, junto con el uso de algoritmos de las redes sociales, ha llevado la publicidad al siguiente nivel. Básicamente, el uso de algoritmos en Facebook ayuda a posicionar anuncios de marcas frente a los usuarios más propensos a comprarlos. Estos están diseñados para predecir tu comportamiento y aumentar tu tiempo en pantalla, y con ello, aumentar la probabilidad de compra en internet a través de publicidad paga. Así es como Facebook o Instagram monetiza los datos, por ello, muchas veces las personas terminan comprando cosas que en realidad no necesitan.

Todo esto se da a través de los datos, los likes, el tiempo en pantalla y la publicidad pagada en redes sociales. Toda interacción en redes se cuantifica y monetiza. Están los algoritmos detrás de la pantalla decidiendo qué es lo que necesitas, lo que quieres para ser feliz. Sin embargo, no debemos olvidar que estos algoritmos no son perfectos.

Como mencionamos anteriormente, la tecnología está tan desarrollada que puede comprender aspectos muy complejos del ser humano; por ello, es capaz de saber quiénes somos y qué queremos, inclusive, mejor que nosotros mismos. Que sea beneficiosa para nosotros depende de cómo esté diseñada y el uso responsable que le demos.

Edición: Paolo Pró