Gran parte del estudio de la economía abarca el tema de la competencia dentro de los mercados. Los productores o empresas compiten por ganar consumidores y, así, incrementar sus beneficios y su poder de mercado. Sin embargo, en su afán por ganar, realizan prácticas anticompetitivas con el fin de desplazar a los competidores. Lo mismo sucede con la vida, y con las relaciones laborales o sentimentales. En esta situación, no todos los actores juegan de forma justa, limpia o “legal”, ya que nunca falta el que hace trampa para ganar el juego a costa de sus contrincantes. Por ejemplo, cuando una persona busca perjudicar la imagen del otro con tal de conseguir ventaja sobre ella, en lugar de demostrar sus fortalezas. 

Para entender las prácticas anticompetitivas, primero, es necesario definir algunos conceptos: poder de mercado y mercado perfectamente competitivo. Este último consiste en un mercado con muchos productores que compiten entre sí y un supuesto clave: todas las firmas producen exactamente lo mismo (bien homogéneo). El poder de mercado es aquella facilidad que tiene el productor para determinar precios. Por ello, en un mercado con un alto número de productores y un bien homogéneo, existe un menor poder de mercado. Al consumidor solo le importa obtener el bien que quiere al menor precio posible. Dado que el bien es homogéneo, si una firma sube el precio, el consumidor irá a otra empresa que tenga un precio más bajo.

En cambio, si solo existiese un único productor, este tendría todo el poder de mercado para subir sus precios, dado que los consumidores no podrían elegir a otro. Aquí entra a tallar la práctica anticompetitiva porque, para ganar poder de mercado, el productor buscará la forma de eliminar a sus competidores: bajando precios por debajo del costo marginal o subiendo el costo marginal del mercado (aumentar el costo de producción para todos). La eliminación de competidores es un juego de tiempo donde gana el que más resiste. Al bajar el precio del bien o al subir el costo marginal del mercado, se busca que los competidores pierdan dinero y que las proyecciones a largo plazo sean tan malas que se vean obligados a declararse en bancarrota.

La eliminación de competidores se puede dar en el trabajo como en las relaciones sentimentales #VACasosDeLaVidaReal. Por ejemplo, A y B se encuentran en la carrera por un ascenso. Ante los ojos de los evaluadores, ambos son lo mismo: dos personas con capacidades similares y con altas expectativas para el nuevo equipo. Los competidores deberían demostrar lo mejor de sí mismos; sin embargo, hay veces en las que la mala imagen determina el ascenso. Supongamos que A decide hablar mal de B con los evaluadores y, de estar forma, estaría elevando el costo marginal de B. Al hacerlo quedar mal, los evaluadores pueden comenzar a considerar que B es muy “costoso” para el puesto (entendido como que su rendimiento no justificaría su salario). B puede intentar mil y un formas de seguir en carrera; pero si la mala imagen está muy arraigada en la mente de los evaluadores, los costos de seguir en carrera son mayores e insostenibles para el esfuerzo de B. ¿Qué es lo que A consigue? Eliminar a B de la carrera y ganar el ascenso de una forma no leal.

Otro caso puede ser cuando dos personas se encuentran interesadas en la misma persona. Queda claro que la competencia ha comenzado (algo así como los “Juegos del hambre”, solo que, en vez de evitar la muerte, se evita la Friendzone). La persona que está siendo conquistada tiene la misma imagen sobre los interesados: amables, inteligentes (?) y otros adjetivos bonitos. Los interesados deben demostrar que son la mejor opción; sin embargo, algunas personas, luego de varios intentos fallidos por demostrar sus cualidades, optan por hacer quedar mal al competidor (como dice el escritor Charles Bukowski: “en el amor y en la guerra todo se vale”). Al resaltar sus defectos, se vuelve más costoso conquistar a la persona en cuestión y, de esta forma, el otro competidor tiene el camino libre. Claro está que esto tiene sus excepciones, como cuando uno sabe que esa persona no es la adecuada, pero ahí va uno de menso encariñándose con la piedra en el camino. En este caso, la competencia se alarga y se entra en una guerra de precios o de dignidad…

Entonces, ¿qué hay que hacer para evitar las prácticas anticompetitivas? Hacerse bolita. No, mentira. Lo ideal es diferenciarse, para que, de esa forma, uno ya no se encuentre en un mercado perfectamente competitivo porque se rompe el supuesto clave. Lo mejor es tener un valor agregado y no ser fácilmente sustituible. En el caso laboral, se debería identificar las oportunidades de mejora y trabajar en ellas para generar valor en la empresa. De esa forma, uno se vuelve indispensable por el aporte en las actividades. En el caso sentimental, lo mejor es salir del mercado. Si la otra persona no ve el valor, hacer que lo note será muy costoso (y perder la dignidad no debería ser una opción). Si se decide sí o sí a intentarlo, hay que resaltar las virtudes para que el “costo disminuya” y, como valor agregado, mantener la esencia porque es propia y ahí no se puede competir #SíganmeParaMásConsejos. Finalmente, hay que recordar que:

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