Hizo falta (solo) un Pedro Castillo para que los fujimoristas se vistieran de peruanos, y asaltaran los sagrados colores de la blanquirroja para lo último de su campaña política. Y es que a algún asesor trasnochado se le ocurrió la gran (y por momentos, buena) idea de esgrimir “al Perú por delante” antes que el infame naranja “chillón” del partido político. Y pareciera ser que aquel color naranja, a pesar de ser desplegado, hubiera logrado su cometido: ser asociado directamente a lo que fue el fujimorismo. Pero cuando a uno le mencionan la palabra “fujimorismo”, ¿qué es lo primero que se le viene a la mente?

No, lo primero que se le viene a la mente a uno, no son los millonarios ingresos anónimos del fujimorismo por cuentas anónimas. Ya sea de la lideresa, o de algún postulante a congresista que se pone a la altura de los altos mandos del partido naranja. Fue el mismo Jorge Barata quien declaró sobre aportes para la campaña del 2011 del fujimorismo. Estos millonarios aportes hubieran servido para el renacimiento del fujimorismo, revestidos en los famosos cocteles, con el módico ticket de entrada a solo 250 dólares.

En aquella elección de 2011, Keiko y sus amigos no solo recibirían poco más de 3 millones de votos en la primera vuelta, sino que perdería por poco más de 400 mil votos en la segunda vuelta (de 15,428,351 votos válidos). En estas elecciones se reportaría un total de 3 millones de votos nulos o en blanco entre la primera y segunda vuelta. Posteriormente en 2016, por se posicionó en primer lugar con 6 millones de votos, mientras que PPK perdería con 3 millones de votos; para luego revertirse la situación y el fujimorismo perder los comicios por 40 mil votos. En esa oportunidad, los votos en blanco o nulos aumentarían a 4 millones 500 mil entre la primera y segunda vuelta.

Tampoco se te viene a la cabeza la primera parte de este quinquenio. Aquella cavernaria mayoría fujimorista que se iría desintegrando tal cual bancada izquierdista. La misma banKada que expectoró a 2 presidentes, y se esmeró en sacar y asignar nuevos ministros que les fueran útiles. Aquel fujimorismo con presuntos nexos a los “cuellos blancos” y “hermanitos” del desparecido Consejo Nacional de la Magistratura, y que desembocaría en la crisis política que se vivió en toda la mitad del quinquenio (que no tiene cuando acabar). Al respecto, “la chica” hizo un mea culpa a medias, desde que se engendró esta mayoría parasitaria, pues pareciera ser que, para ella, no era lo ideal ser tan feroz contra “el lagarto” Vizcarra, y debió tratar de buscar puentes. “Les pido a ustedes y a todos los peruanos, una oportunidad para poder reivindicarme con el lenguaje de los hechos, porque esa es la única manera de reparar los errores cometidos”, declaró recientemente.

Si nada de lo anterior es lo primero que se nos viene a la mente, por temporalidad quizá lo primero que se nos viene a la mente son estas elecciones. Esta campaña electoral donde las prácticas antidemocráticas del libro fujimorista fueron utilizadas para “defender la democracia”. Los carteles luminosos, el racismo capitalino y la violencia derechista de los satélites fujimoristas fueron el epítome de esta campaña política, plagada de falsos poetas. La intervención de varios medios de comunicación, sin siquiera haber acabado el conteo de los votos, no presagiaba un porvenir muy democrático.

Intersección entre Javier Prado Este Cuadra 16 con cuadra 1 de la avenida El Aire. Fotos: Gianella Aguirre/URPI-LR

Quizá este momento sea un parteaguas en la historia democrática del Perú, dónde aprendemos a mirar atrás para seguir adelante. Quizá nos es difícil no recordar todo lo sucedido con relación al fujimorismo de los últimos 10 años. Lamentablemente, el fujimorismo no solo representa un hilo de corrupción sin fin, sino también los estándares de un sistema hecho para algunos en esta sociedad.

Aquel sector de la sociedad peruana que reprochó con fervencia las decisiones ajenas, avaló al fujimorismo. Porque marcar la K no solo representaba (según la teoría fujimorista) un voto por la democracia, sino también avalar la dictadura del primer Fujimori, pues el primer acto de aquella “democracia” sería el indulto, y con ello el aval al montesinismo (más vivo que nunca) y todo lo que conlleva. Votar por la K era avalar las coimas, la viveza y esta realidad citadina tóxica que trata de imponerse a la voluntad del interior del país. Del fujimorismo quedará lo que nos ofreció, nada; o un recuerdo, eso que se te viene a la mente cuando alguien lo invoca: corrupción.

Editado por: Daniela Cáceres