La crisis climática, la extinción masiva y acelerada de especies. El apocalipsis que el cine hollywoodense ha estado esperando. Básicamente, la meta final para evitar que el mundo que conocemos cambie para siempre es que la temperatura del planeta no suba más de 1.5°C de la que se tenía en la época preindustrial. Ya llegamos a 1°C por encima de ella. En otras palabras, tenemos poco tiempo.

Proyección de la costa verde a unos 20 años.

Proyección de la costa verde a unos 20 años.

Como individuos hemos progresado hacia un mundo más sostenible en los últimos años al promover el uso de bicicletas, reducir el uso de plásticos de un solo uso y concientizar a la humanidad de la situación. Sin embargo, los cambios más grandes y significativos se realizan desde los espacios de mayor poder sobre el territorio y la gente: los gobiernos. Los gobiernos tienen la gran responsabilidad de velar por la seguridad de su pueblo (o al menos se supone), lo cual implica implícitamente ayudar a salvar al planeta para no hundirnos todos en el mismo bote. Existen medidas que puede adoptar un gobierno para hacer a un país más “verde”, entre ellas la transición hacia energías verdes, la disminución del uso de combustibles fósiles, la promoción del uso de transporte eléctrico, entre otras. Lastimosamente, varias de estas medidas implican un cambio significativo en la inversión económica, cuestión que pone los pelos de punta a varias personas, porque siempre hay otros sectores que necesitan de atención y presupuesto inmediato.

Aun así, hay una medida rápida y de poco impacto para resguardar la biodiversidad y la conservación de hábitats, lo cual amortigua y puede mitigar los efectos del cambio climático: las Áreas Protegidas. Supuestamente, debemos tener 30% del territorio del planeta bajo protección para el año 2030 para tener un impacto significativo. Ahora este número resulta insuficiente. Esto no se debe a que hubo un error en el cálculo, sino que las áreas protegidas no están, valga la redundancia, bien protegidas. A estas áreas protegidas se les suele llamar paper parks (“parques de papel”), ya que solo es un territorio designado a la protección por un papel firmado, pero sin medidas suficientes de protección y monitoreo. Proteger un territorio de gran tamaño, sobre todo si es una región de alta vegetación o con varios accidentes geográficos, no es una tarea fácil. No es un patio el cual puedas vigilar tranquilamente tu jardín con un par de cámaras de seguridad. Es un área enorme que no puede vigilarse por cámaras de seguridad y es cuidada por guardaparques, valientes soldados que custodian, manejan y protegen la biodiversidad. Personas admirables que suelen sufrir las peores consecuencias de defender estos espacios, como mencioné en mi artículo anterior. ¿De qué tienen que defenderlas? Pues, de todas las personas e industrias que pueden explotar los recursos dentro del área: taladores informales, minería ilegal, traficantes de especies endémicas, entre otras. Un ejemplo de estas amenazas es la expansión del cultivo ilegal de coca hacia dos grandes áreas naturales protegidas en el Perú: el Parque Nacional Bahuaja-Sonene, de 1 091 416 hectáreas, y la Reserva Nacional Tambopata, de 274 690 ha. Se tala buena parte de los bosques para hacer un gran monocultivo de coca, lo cual puede dejar el suelo tan degradado que el bosque nativo no sea recuperable.

No todo está perdido, la eficiencia para conservar estas enormes áreas puede mejorar, por ejemplo, con el uso de imágenes satelitales para cuidar el territorio desde una perspectiva más macro y aumentar el número de guardaparques. Esto último puede servir también como alternativa laboral para las personas que se dedicarían a industrias ilegales. Sin embargo, esto tiene un costo, por lo cual debe ser acompañado de un mayor aporte por parte del Estado y por parte de nosotros, los visitantes. El Perú es un país rico en biodiversidad, paisajes y culturas, vale la pena aprovechar esta riqueza y vivirla mediante viajes y experiencias.

Recuerda que podemos apoyar la conservación de áreas protegidas al visitarlas, cuidarlas, disfrutarlas y comprar productos fabricados con sus recursos de manera sostenible. Evitemos comprar productos obtenidos de manera ilegal —no compres mascotas exóticas, suave con los productos con aceite de palma y mira el origen del oro del anillo que vas a comprar. De esta manera, las áreas protegidas adoptan un valor agregado. Ya no es un pedazo de terreno reservado solo para conservarse. Es un espacio de aprendizaje, de convivencia con la naturaleza, una fuente sostenible de recursos y una medida de mitigación para el cambio climático. Disfrutémoslas.

Edición: Daniela Cáceres