Hace 70 000 años, nuestros antepasados eran animales insignificantes. Sin embargo, hoy controlamos el planeta. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?  Por la ficción.

Para el historiador Yuval Harari, la principal diferencia del resto de animales es que los homos sapiens somos los únicos capaces de cooperar flexiblemente y en masa; esto debido a la ficción. Solo nosotros somos capaces de imaginarnos cosas que nunca hemos visto, tocado ni oído, y además convencer a muchas otras personas de que nuestras fantasías, por muy descabelladas que sean, son verdad. O sea, crear y creer historias de ficción.

Si todos creen en la misma fábula, entonces todos obedecen y siguen las mismas reglas, normas y valores. Pero, si la historia en la que creemos es una mentira, ¿Seguiríamos creyendo en esta aún a pesar de ser ficticia? ¿Qué tiene más poder entre verdad y ficción?

Uno creería que la verdad naturalmente tiene más poder que la ficción al basarse en la realidad; sin embargo, esta no es la mejor estrategia para hacerse del poder porque en la sociedad humana el poder significa dos cosas muy distintas según Harari.

Por un lado, tener poder se puede entender como la capacidad de manipular realidades objetivas, como curar enfermedades o construir bombas atómicas. Bajo este significado, el poder sí está estrechamente ligado a la verdad, porque si se cree en medicina o física falsa no se podrá hacer lo anterior.

Por otro lado, poder también significa tener la capacidad de manipular las creencias humanas, lo cual logra que muchas personas cooperen de manera efectiva. Ahora bien, esta cooperación a gran escala depende de creer en las mismas historias, más allá de que estos relatos sean ciertos o no, y es allí donde entra la ficción.

Es posible unir a millones de personas haciéndoles creer en historias completamente ficticias sobre Dios, la raza o la economía

Yuval Harari
Yuval Harari // Fuente: James Duncan Davidson

Porque cuando se trata de unir a las personas en torno a una misma historia, la ficción es más poderosa y útil que la verdad ya que goza de tres ventajas inherentes según Harari.

La primera es que, mientras la verdad es universal, las ficciones tienden a ser locales. En consecuencia, si queremos distinguir a nuestra tribu, una historia ficticia nos servirá mucho más como un marcador de identidad que una historia verdadera para que de esa forma el forastero no llegue fácilmente a la misma conclusión fuera de nuestra creencia.

La segunda ventaja de la ficción sobre la verdad tiene que ver con el principio de la desventaja, que establece que las señales confiables deben ser costosas para el emisor. De lo contrario, puede ser muy fácil de imitar. Por ejemplo, la lealtad en los líderes. Si la lealtad se mide a través de una creencia verídica, cualquiera puede fingir lealtad; pero creer historias ridículas o raras exige un costo mayor y, por ende, es una mejor prueba de lealtad. Lo que se ve en muchas sectas religiosas, por ejemplo.

Finalmente, la tercera ventaja y la más importante, es que la verdad suele ser dolorosa. De ahí que quien se apega a la realidad pura tiene pocos seguidores. Como decía T.S. Elliot: “la humanidad no puede soportar mucha realidad”.

Algunos pueden argumentar que los costos a largo plazo de creer en historias ficticias pesan más que las ventajas a corto plazo de la cohesión social; que una vez que la gente adquiere el hábito de creer en ficciones absurdas y falsedades convenientes, ese hábito se extiende a más áreas y, en consecuencia, la gente toma malas decisiones en todos los campos.

En ese sentido, Harari indica que ello no es una regla general, aunque pueda pasar ocasionalmente. Incluso los fanáticos más fervientes y extremos suelen ser capaces de fragmentar su irracionalidad de tal modo que creen disparates en algunos campos, mientras que siguen siendo sumamente racionales en otros. Por ejemplo, los nazis. Ellos eran muy crédulos para creer en la supremacía aria basada en pseudociencia, pero también lo suficientemente inteligentes como para diseñar campos de concentración o exitosas estrategias de batalla.

Incluso si hay que pagar algún precio por rechazarla, las ventajas de la mayor cohesión social suelen ser tan grandes que las historias ficticias suelen triunfar una y otra vez sobre la verdad en la historia de la humanidad. Las instituciones más poderosas son aquellas que optan por ellas e incluso estas mismas son, en última instancia, ficciones que nosotros mismos creamos y validamos. Solo la ficción manifestada en la creencia de un Dios, un destino común o un origen único puede unir a millones de desconocidos bajo un mismo sistema de reglas.

El dinero es la ficción más exitosa jamás inventada porque TODOS creen en él

La realidad imaginaria basada en entidades imaginarias como naciones, dinero, religiones o corporaciones se hizo más poderosa conforme pasó el tiempo pues la realidad objetiva como la tierra o los animales depende ahora de estas entidades imaginarias. Luego de esta reflexión, ¿Cómo no preferir la ficción, verdad? Pero si es así, deberíamos controlar en qué ficciones confiamos para no caer en la credulidad.

Editado por: Eva Azañedo