“Hoy comienza, para los apristas, un nuevo capítulo de la historia del Partido. Las páginas de gloria o vergüenza las escribiremos nosotros con sangre o con lodo (…) Yo estaré en mi puesto hasta el fin. Espero que cada uno de los apristas no abandone el suyo.”

Haya de la Torre, 8 de diciembre de 1931

¿Será que, con este mensaje, Haya de la Torre anticipaba la sombra que hoy sucumbe a su partido? Tras años de “glorias” y desazones, el APRA se ha visto debilitado. En estas elecciones, el partido decidió no presentar a un candidato presidencial y no tiene representación parlamentaria ni gobernadores. Su capacidad de presentar candidatos a nivel provincial pasó del 94% en el 2002 al 22% en el 2018. Aún con estos resultados, el APRA cuenta con más de 200 mil militantes inscritos que siguen esa mística partidaria que lo caracteriza, esa identidad heredada que lo hizo sobrevivir por años ¿Pudo haber sido que su historia lo condenó a esa suerte?

Una traición anunciada

Un partido que vivía en el exilio desde 1923, se funda en Lima el 20 de septiembre de 1930. Con una idea de formar una agrupación internacional, el Partido Aprista Peruano (PAP) ahora es un partido únicamente peruano. En su artículo “What is the APRA?” el fundador, Victor Raúl Haya de la Torre, relata las cinco bases que caracterizarían al partido: la unidad política en América Latina, la lucha antimperialista, la nacionalización de tierras e industrias, internacionalización del Canal de Panamá y la solidaridad con los pueblos y clases oprimidas del mundo.

En un principio, el partido adopta una ideología de centro izquierda. Sin embargo, su postura otrora revolucionaria, insurrecta, antiimperialista y antioligárquica se transformó en todo lo que el APRA decía confrontar. Con el tiempo, el partido apostó por posturas proimperialistas, anticomunistas, prooligárquicas y hasta neoliberales en el segundo gobierno de Alan. Autores como Nelson Manrique, historiador y sociólogo peruano, ofrece ese retrato: dirigentes que defienden vaivenes políticos y doctrinarios.

¿Esta inconsistencia no habría significado ya la muerte del aprismo? Esa compleja relación partido-partidario, esa terca lealtad ha sido explicada por una fe o “fanatismo ciego”, la “divinización del líder” o el hecho de vivir la militancia como una religión.

Cuando le pedí a Erasmo Reyna definir al APRA, al principio no hizo ninguna mención a la ideología o políticas. “El aprismo es sentimiento,” me dijo. “Es hermandad entre nosotros. El aprismo es sentirse parte de una gran familia.” Le señalé que sonaba como si estuviera hablando de la barra de un equipo de fútbol. Él negó con la cabeza. “No somos un club. No somos una hinchada. Somos más que eso.”

Daniel Alarcón en “The New Yorker”

La travesía que construyó una bandera

Para el APRA (y los apristas), es difícil desligarse de una narrativa que se funda en el heroísmo. Tras persecuciones, el aprista, visto como un agitador comunista, vivió en la clandestinidad por varios años. Su principal enemigo fue Sanchez-Cerro, con quien la rivalidad se tradujo en revueltas, protestas, asesinatos y masacres. El partido fue declarado ilegal en los periodos de Benavides (1933), Prado y Ugarteche (1940-1945) y en la dictadura de Odría.

“Fusilamientos de Chan Chan” óleo pintado por Felipe Cossío del Pomar.
En el se retrata el fusilamiento a apristas en 1932

Después de la muerte de su fundador en 1979, el partido vivió una crisis. Como lo describe el politólogo Martín Tanaka, con la muerte de Haya de la Torre se iniciaba una lucha por la sucesión que percibía la existencia de una gerontocracia[1]. Alan García se convertiría en esa nueva imagen, logrando en las elecciones de 1985 lo que Haya nunca pudo: alcanzar la presidencia.

El legado: sueños que se convirtieron en pesadillas

Cuando se habla de ese gobierno, es inevitable mencionar la crisis que se vivió. Si bien en los dos primeros años, su retórica antiimperialista marcaba un éxito con la recuperación de la actividad económica, su gobierno se tradujo, luego, en una inflación del 2178%, interminables colas, paquetazos y escasez de productos de primera necesidad. Para 1987, las reservas internacionales ya estaban desapareciendo y, cuando se necesitaba enfriar la economía, García propuso estatizar las bancas. Para 1990, alrededor del 65% de peruanos vivía en la pobreza. Asimismo, la respuesta para contener la amenaza terrorista comprendió violaciones a los derechos humanos.

Largas colas en las calles en busca de alimento. Fuente: Gestión

Al aprender la lección, en su segundo gobierno, promueve la inversión y mantiene la política de integración comercial. Empero, se olvidó de ese discurso que proponía medidas distributivas y enfrentó conflictos socio ambientales: el enfrentamiento de Bagua significó 33 muertos y más de 200 heridos. Su partido, además, sería manchado por escándalos de corrupción que llevarían a su muerte.

“El APRA nunca muere”

Los coqueteos con su ideología y los resultados de sus gobiernos han podido desilusionar a sus partidarios, a quienes se les podría atribuir como seres irracionales por emitir votos irracionales. Los apristas serían un buen ejemplo de esto, y no solo ellos, sino los que eligieron a García en una segunda vuelta.

Estas próximas elecciones traerán al debate la irracionalidad de un voto. Como se cuestiona el politólogo Alberto Vergara, ¿Será que exista un Descartes (pienso luego existo) de las urnas que llega con un voto inmaculado? No, pues “la naturaleza del deseo no elimina la racionalidad de la elección”. Es decir, nadie se vuelve irracional votando por un componente emotivo. El voto, muchas veces, se hará con las emociones, que pueden ser influenciadas por la historia.

Ahora los apristas tienen la ardua tarea de reconstruir la imagen de un partido, para que dejen ese rótulo de ser un “aporte a la institucionalidad moralmente incorrecto”. Esperemos que el futuro les demuestre que el APRA nunca muere, si es que acaso no ha muerto ya.


[1]  Gobierno de ancianos, del griego geron, viejo y kratos fuerza.

Editado por Camila Villalobos