¿Te han dicho que comes a deshoras? Probablemente te han regañado por levantarte muy tarde para desayunar o te dijeron que estás cenando a altas horas de la noche. Pues tu viejita tiene razón en regañarte. Tener ciertos desfases en nuestros horarios de alimentación puede traernos peores repercusiones de las que imaginamos.

Todos los humanos tenemos un reloj biológico interno. ¿Cómo que un reloj? No, no nos referimos a un reloj convencional, cuya unidad de medición son los minutos, sino a uno basado en los ritmos circadianos. Cada uno de ellos dura aproximadamente 24 horas. Su importancia radica en que le confieren al sistema nervioso central (SNC) la capacidad de sincronizar procesos fisiológicos antes de que estos ocurran. ¿Cómo lo hace? Este reloj biológico es estimulado principalmente por cambios a nuestro alrededor, como la transición luminosa entre el día y la noche. Nuestro cuerpo tiene previsto qué función va a cumplir y cuándo lo va a hacer, dependiendo de las circunstancias medioambientales, para así poder garantizar que se cumplan todas nuestras necesidades metabólicas de manera adecuada.

Rutinas diurnas y nocturnas

Existen diversos factores que pueden alterar estos ritmos. Por ejemplo, el jetlag, fenómeno que sucede comúnmente cuando se viaja a un sitio con una zona horaria distinta; el trabajo en diferentes horarios, personas que trabajan o estudian en las noches; la desorganización temporal y la falta de sueño. Todos estos factores desorganizan o cambian nuestros relojes biológicos, ya que cambian el patrón de luz-oscuridad al cual tenemos acostumbrado. 

Asimismo, otro factor de riesgo en la alteración de nuestro reloj biológico es tener un patrón irregular de alimentación. Esto es importante ya que existe una estrecha relación entre los diversos procesos metabólicos y los ritmos circadianos. Entre aquellos procesos se encuentran la sensación de apetito/hambre, la funcionalidad del tracto gastrointestinal, entre otros. Todos estos procesos se ven influenciados por la hora del día en la que comemos. 

Alteración en las horas de sueño

Un patrón de alimentación saludable significa ser organizados en la frecuencia, el tipo de comida que ingerimos (principales, colaciones, extras) y su composición (energía y nutrientes), la constancia (si se saltean comidas o no), y el contexto en donde ocurre la alimentación (en casa, en el trabajo, otros). El patrón de alimentación habitual de un humano es diurno y suele consistir de tres comidas principales (desayuno, almuerzo y cena); sin embargo, cuando hacemos cambios en este patrón, tales como saltarnos una comida, puede cambiar nuestro reloj biológico, alterando así todos los procesos metabólicos.

Un ejemplo de ello, y uno de los más comunes, es no tomar desayuno. Según un estudio, del 10-30% de jóvenes no desayuna a diario, una característica de lo que se conoce como un ritmo de vida acelerado. Como consecuencia, se tiene un mayor riesgo de desarrollar enfermedades como la obesidad o diabetes. Esto puede suceder porque al alterar nuestros patrones se empieza a consumir una mayor cantidad de calorías a altas horas de la noche, pues, como no comimos en la mañana, la sensación de hambre nos lleva a comer más o a comer alimentos con más azúcares o contenido de grasas no saludables. Asimismo, estas situaciones pueden generar un mayor apetito en otras horas del día, llevándonos a comer ese snack que no teníamos programado. Estas acciones, a largo plazo, pueden llevarnos a un incremento en el peso corporal.

Aumento de apetito a altas horas de la noche

Como conclusión, es necesario  promover y respetar un horario de alimentación fijo, evitar comer a deshoras o saltarnos comidas principales, regular las cantidades de alimentos por consumir en 24 horas y velar por consumir alimentos de calidad nutricional. Nuestro organismo es sabio, tiene su propio orden y tiempo para cada función, es por ello que es importante mantener una rutina ordenada, tanto en la alimentación como en las horas de sueño, con la finalidad de poder llevar un estilo de vida saludable y sin alteraciones en nuestro reloj biológico.

Editado por: Daniela Cáceres