¿Qué está pasando en el Perú? ¿Por qué existe esa truculenta permisibilidad al daño al otro?

Con un sinsabor enorme, recuerdo algunos sucesos de las últimas semanas… en síntesis: sufrimiento causado por un tercero. Y más allá de las críticas que válidamente cuestionan aquellos acontecimientos, reconozco un común denominador que irónicamente, parece pasar por desapercibido: la violencia. En otras palabras, esta feminista te pide amablemente que no utilicemos la crítica a la desigualdad de género por un momento y que dediquemos este texto a la agresión per se.

El sábado 21 de abril, Carla Salcedo fue a visitar a su exenamorado a su casa en Chorrillos, quien la apuñaló hasta dejarla sin vida. Tres días después, el martes, un compañero de trabajo de Eyvi Ágreda abordó el micro que la llevaba a casa y, como no había correspondido a su interés por ella, decidió rociarla con gasolina y prenderla en llamas, quemando así el 60% de su cuerpo.

Me gustaría que cojamos las siguientes líneas con pinzas. Esta no es una cuestión de cuál caso fue menos o más importante en la realidad, sino, de crear un espacio que se pregunte cómo es que la opinión pública y los medios dieron la atención que dieron a las situaciones en mención.

Todo limeño, machito, feminista o indiferente, sabe lo que sucedió con Eyvi. Fue en Miraflores, a las siete de la noche, había más personas en el bus y prenderle fuego a alguien es algo que pocas veces hemos visto en la agenda. Todos muy indignados, hartos, furiosos; no es para menos. Pero la cuestión está en: ¿Cuántas personas saben de Carla? ¿A quiénes les suena el nombre de Olivia Arévalo?

Mi cuestionamiento se dirige a entender si es que al peruano le sorprende la particularidad del fuego más que el asesinato propiamente dicho. ¿Por qué ese atentado contra la vida es menos aceptado por los medios y la población en general?

Parece ser que hemos llegado a un punto en el que nuestro umbral de la violencia se ha tenido que amoldar, tristemente, a tanto odio, golpes y sangre, que un homicidio “ordinario” pasa a ser un número más. Ni si quiera causa tanta indignación como el factor sorpresa de un machista resentido y piromaniaco.

El problema, me atrevo a decir, es la permisibilidad a la violencia. En nuestro país, se está permitido ser cruel, ser pendejo, ser violento hasta los dientes. Meter el carro, pegarle a los niños, denigrar al cholo, callar a golpes al homosexual, a la mujer. Todas estas indignantes verdades tienen aquel mismo factor, en el que hasta cierto punto, “se vale” ser violento.

No desacredito de ninguna manera la lucha feminista, pero debo admitir que si bien esta debe criticar a una sociedad que te enseña a que el hombre vale más que mujer y que debe vivir sometida a las necesidades de este, también debería hacerlo con esa traba cultural que exige que nuestro umbral de la violencia avale eventos que de ninguna manera deberían ser normalizados o convertidos en tan solo una cifra.

Mientras existan victimarios, siempre habrá lugar para víctimas.