Cuando te das cuenta que “terruquear” se ha vuelto una práctica tan normal, que hasta las ‘influencers’ la utilizan…

El caso de Eyvi es el último ejemplo que muestra las posibilidades casi infinitas de la “virtualidad de lo real” (Castells 2010). Es decir, si entendemos que el espacio virtual es un lugar real, pues en él se realizan acciones con efectos reales. Larguísimos posts que se vuelven virales en un instante, eventos de marchas o actividades pro-fondos, imágenes, nuevas denuncias… Si bien este espacio ha permitido el surgimiento de un fenómeno tan nocivo como la posverdad (ahora toda información puede ser válida), es obvio que también ha permitido que el ciudadano común exija lo que cree pendiente por parte del Estado, de sus autoridades en general y, por qué no, de sus ídolos. En consecuencia, el caso de Eyvi no solo es otro ejemplo de las posibilidades ‘democráticas’ actuales, sino también es otro ejemplo de una constante que parece existir en las respuestas de nuestros demandados.

La lucha contra la violencia de género está empezando a calar cada vez más en un público joven (posiblemente por la fuerza de esta lucha en el terreno ´virtual´). Prueba de ello fueron las demandas que algunas chicas hicieron a las influencers (creo que es inncesario explicar su definición) peruanas más importantes en la actualidadal día siguiente de darse a conocer el terrible crimen realizado en un bus en Miraflores. En Facebook, dos acciones se hicieron virales: la propuesta de un evento pro-fondos para demandar el pronunciamiento de estas famosas y, poco después, el post de una chica mostrando los mensajes que intercambió con dos de ellas vía Instagram. Más allá de entrar en la polémica de si estas influencers debían haberse pronunciado sobre el caso de Eyvi o si debían seguir tranquilas y concentradas en promocionar el LIF Week, es interesante analizar dos conceptos clave en las defensas de dos de ellas: “poner tu granito de arena” y “terrorismo activista”.

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En la actualidad, ya casi ni asombra escuchar a los congresistas fujimoristas llamar “terruco” a cada persona que no esté de acuerdo con sus ideas o medidas, o ver en la televisión a Magaly Medina utilizar el mismo término cada vez que opina sobre los estudiantes de San Marcos. Cómo olvidar que esta es también la palabra comodín preferida de Philip Butters. Sí pues, ya hasta ni asombra porque, por un lado, hay que tomarlo de quien viene y, por otro, es obvio que intereses políticos e ideológicos siempre están de por medio. Son opiniones profundamente determinadas por motivaciones particulares, como en la mayoría de polémicas que involucran cuestiones de Estado o de conflicto social. Sin embargo, se hace realmente alarmante comprobar cómo estas mismas estrategias son usadas en contextos tan diferentes y por personas completamente lejanas a este tipo de intereses. Leer este tipo de respuestas por parte de chicas – quienes tienen casi el status de ídolo para muchas niñas y jóvenes- permite comprobar lo arraigado que está este tipo de respuestas en el espacio social peruano.

Desde hace algún tiempo se habla que el racismo racial ha sido reemplazado por el racismo cultural: como nos encontramos en una era en la que diferenciarnos según la raza es oficialmente incorrecto, hemos encontrado nuevas formas de oponer un “Otros” a un “Nosotros”: a los protestantes de Bagua se los critica por salvajes, más que por sus rasgos amazónicos. Al campesino u obrero ya no se lo tilda de “cholo” o “serrano”, sino de “rojo” o “comunista”. Al final, es más de lo mismo.

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No, no estoy calificando de racistas a estas influencers. La alusión a este nuevo racismo es para explicar cómo han surgido nuevas prácticas para deslegitimar demandas que sentimos que atacan lo que entendemos por normal. Esta chica, al igual que los fujimoristas, que Magaly Medina y Philip Butters, se defiende con el comodín “terrorismo” para referirse a todo lo que considera que se opone a lo que ella considera lógico y obvio. En este caso, continuar grabando videos y tomando fotos de sus nuevos oufits en paz y tranquilidad, alejada de temas tan problemáticos e incómodos como el caso de Eyvi.

Y esto se conecta con esa labor prácticamente equiparable a misiones cristianas que ellas denominan “granito de arena”. Definir a un(a) influencer como producto de los fenómenos consumistas de la actualidad no es exagerado u ofensivo, pues una de las chicas aludidas califica a sus redes sociales como su “oficina” en la respuesta a la joven que le reclama su pronunciamiento. En ese sentido, ella se auto-asume como el producto que esta oficina (sus cuentas en Facebook, Youtube e Instagram) ofrece a miles de millenials peruanas. En ese sentido, un producto que debe cuidar su imagen y, en consecuencia, evitar temar que puedan “incomodar” o “perturbar” a sus clientes. Ser políticamente correcto es pues necesario para ser influencer hoy en día, aunque, paradójicamente, esto también implique utilizar los mismos argumentos de contextos sociopolíticos problemáticos de los que estos casi ídolos juveniles luchan por estar alejados.

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Hace unos días, Alessandra Denegri intervino uno de los outfits que utilizó para el LIF Week con la frase “Nos están matando”. Su acción se hizó viral y fue aplaudida en muchos medios de comunicación y en comentarios de muchos usuarios en redes sociales. Tal vez sea el momento de entender que hablar de temas sociales y políticos no tiene por qué ser una práctica prohibida de contextos más “light” como los fashion blogs o las pasarelas. En Hollywood ya ha empezado a hacerse este cambio. No dejemos que actitudes políticamente “correctas” predominen en la virtualidad real de la sociedad peruana. Los cambios reales también pueden comenzar con un simple Story.