Según un estudio publicado por The American Physical Society, la soledad y el aislamiento social son dos veces más perjudiciales para la salud física y mental que la obesidad. Desde esta perspectiva, encontramos una fuerte discordancia entre nuestra naturaleza como seres sociales y el aislamiento social obligatorio que estamos viviendo. A través de la historia de la humanidad, las personas han vivido en grupos y la interacción les ha permitido evolucionar; entonces, al no tener eso, se crea un desequilibrio o vacío en nosotros.

Estos periodos de aislamiento pueden causar un aumento de ansiedad e incluso depresión, si bien los medios de comunicación juegan un rol determinante a través de la difusión de noticias (sad news) como:  el constante aumento del número de infectados, la escasez de recursos para combatir esta pandemia y el acertijo de quién tiene la culpa; finalmente no todas las afecciones psicológicas en tiempos de Karanavairuz pueden ser atribuidas a las malas noticias.

Existe otro devastador y silencioso enemigo que es la procrastinación o postergación constante. Como escuchaste y de seguro te preguntas, ¿esto qué tiene que ver con el contexto que estamos viviendo?, pues en realidad tiene mucha lógica. A causa de todas las medidas que ha tenido que tomar el Estado #AdiósDiscoteca, estamos obligados a pasar más tiempo (de lo deseado) en nuestras casas. Ahora el tiempo nos sobra y las posibilidades son infinitas. Por fin podemos hacer esa clase de yoga que estábamos posponiendo, aprender francés y terminar ese curso de Excel, sin embargo, vemos el término del aislamiento social tan lejano que asumimos al tiempo como un recurso inagotable. Mientras los días van pasando, nos damos cuenta de que ya vamos a retomar nuestras actividades habituales y no avanzamos nada de lo que nos planteamos al principio. Esto conlleva un sentimiento de insatisfacción con nosotros mismos combinada con la ansiedad acumulada durante todo el periodo de procrastinación.

Etimológicamente, procrastinación deriva del verbo latín procrastinare, pero también de la palabra griega akrasia, que significa hacer algo en contra de nuestro mejor juicio. Entonces no solo se trata de postergación, sino de oportunidades sin aprovechar y metas sin cumplir que conllevan un increíble desgaste mental. Si bien tomamos el camino de la postergación para evitar sentimientos negativos como realizar una tarea desagradable, también puede darse para reprimir sentimientos más profundos asociados a la tarea, como dudar de uno mismo, sentir inseguridad y baja autoestima. Sin embargo, si pesamos en una balanza la satisfacción efímera qué trae la postergación versus todo el desgate mental futuro que conlleva, llegaríamos a la conclusión de que no es un trade off justo para nosotros mismos.

Pero bien, ¿qué podemos hacer para combatir la procrastinación, cuando inclusive nosotros mismos no tenemos la certeza de llevar a cabo la tarea satisfactoriamente?. Por un lado, podemos disciplinarnos y llevar una rutina de no postergación, pero, por otro lado, podemos vivir de acuerdo a la filosofía del movimiento.
Definiremos a la filosofía de vida como aquellos principios e ideas fundamentales que rigen la vida de una persona; entonces, si digo que mi filosofía de vida es el movimiento, toda mi vida (acciones, pensamientos y otros) gira en torno a ese principio.
Hace unos meses escuché lo siguiente: a Microsoft se le ha criticado muchas veces por lanzar productos al mercado plagados por bugs o defectos de programación. Pero hay algo que no se le puede negar: por más de dos décadas, han estado en pleno movimiento y haciendo que las cosas sucedan.

Entonces, la filosofía de vida basada en el movimiento tiene dos ejes: primero, debes estar siempre en movimiento y, segundo, no importa que sea perfecto.
Si bien solemos entender el movimiento como cualquier desplazamiento de una cosa en el espacio, Aristóteles lo define como “el paso de la potencia al acto”. Bajo esta afirmación, todos tenemos el movimiento en potencia y todos podemos ser objetos del movimiento; mientras que si no hacemos nada, estaríamos en reposo e intuitivamente lo que nos saca del estado de reposo es llevar a cabo la acción que tenemos en potencia. Seguro que todos tenemos un gran potencial, pero sin movimiento no hay desarrollo.

El movimiento no solo está en nosotros, sino en la naturaleza y en todo lo que nos rodea. En el fragmento de la obra De la naturaleza, Heráclito afirma que “no es posible bañarse dos veces en el mismo rio” para que tomemos conciencia de que el movimiento está más allá de nuestro alcance y dominio. Antes de que el hombre existiese, la naturaleza ya estaba en movimiento. Lo que nos queda es adaptarnos a este.

Por otro lado, uno de los limitantes para la acción es el miedo a que el resultado no sea perfecto o como esperábamos, pero bajo la filosofía del movimiento, no importa que sea perfecto. La manera de perfeccionar algo es mejorando lo que ya está. Ahora, si ni siquiera hay algo ¿qué se puede mejorar? Primero debes tener algo para luego optimizarlo. Incluso con las acciones más pequeñas, se empiezan a construir los cimientos de algo grande.
En conclusión, la fórmula es simple: empieza con lo que ya tienes y, en el camino, irás aprendiendo y mejorando.

No tienes que hacerlo perfecto, solo tienes que ponerte en movimiento.

Edición: Paolo Pró