Hay una gran diversidad en la manera en que los más de 6,000 lenguajes del mundo están construidos. Hay idiomas que utilizan siempre el sujeto, como el inglés, y otros en los que no, como el español o japonés. Hay idiomas que asignan género a objetos inanimados. Más que simples curiosidades, estás distintas arquitecturas repercuten en la mente del hablante.

En las últimas décadas, ha surgido valiosa evidencia empírica de la influencia que el lenguaje tiene en nuestra forma de pensar y viceversa. Por ejemplo, los idiomas que le asignan género a objetos inanimados pueden influir la forma en la que pensamos sobre estos objetos. En un experimento con españoles y alemanes, los españoles les atribuían a objetos inanimados masculinos como ‘el puente’ propiedades “masculinas” como la fuerza, mientras que los alemanes, para quienes puente es una palabra femenina (‘die Brücke’), le atribuyen finura y elegancia al mismo objeto, y así ocurre con muchos otros ejemplos. Tenemos respuestas y asociaciones emocionales hacia objetos inanimados dependiendo de su género en nuestro idioma, algo que los ingleses no tienen, ya que el inglés no atribuye género a objetos.

Otro ejemplo es el de la comunidad de Pormpuraaw en Australia, donde la gente no dice “izquierda, derecha, adelante y atrás”, sino “norte, sur, este y oeste”. Por ejemplo, “el tenedor está a tu sureste”. Por ende, tienen un sentido de la orientación sumamente desarrollado y y le atribuyen más importancia al espacio que los demás.

Cuando nos sucede algo, interpretamos este evento externo, le otorgamos un significado y, por medio del lenguaje, nos decimos a nosotros mismos qué está pasando. Por ejemplo, en español, te golpeas y te dices a ti mismo “me golpeé”.

El español ofrece una distinción entre los verbos ser y estar. Si bien hay distintas condiciones para sus usos, la más común es que ‘ser’ indica permanencia y ‘estar’ transitoriedad. Con ‘ser’ nos referimos a la esencia del sujeto—soy peruana—mientras que ‘estar’ indica un estado, una característica momentánea—estoy adolorida. A veces, el uso incorrecto de ser y estar puede cambiar el significado de una frase: no es lo mismo decir ‘ella es buena’ que ‘ella está buena’, ni ‘soy listo’ que ‘estoy listo’.

Hace poco me di cuenta de lo enriquecedora que esta distinción puede ser en nuestro dialogo interno mientras leía sobre budismo. Una enseñanza central de esta filosofía es el desapego de las cosas transitorias: las posesiones materiales, los seres queridos, el estatus, etc. Desapegarse de ellas significa reconocer que no son una necesidad ni son permanentes. Pensar que lo son genera sufrimiento al perderlos.

Las emociones y los sentimientos son transitorios, por lo que el desapego de ellos es crucial en el budismo. Ninguna emoción ni sentimiento dura para siempre—ni los positivos, lamentablemente. Ellos repercuten en nuestra percepción y pensamiento, pero no son guías confiables de la realidad: tienen el propósito evolutivo de acercarnos a lo bueno y alejarnos de lo malo. Sin embargo, al ser juicios desarrollados hace cientos de miles de años, muchas veces yerran. Por tanto, es importante no apegarse ni identificarse a ellos.

Estaba leyendo un libro sobre budismo en inglés, escrito por un monje estadounidense. Él recomendaba que, cuando uno esté molesto, no se diga a sí mismo ‘I am sad’ (estoy/soy triste) sino ‘there is sadness in me’ (hay tristeza en mí). Si uno dice ‘I am sad’, se está identificando con la emoción. Que en inglés solo haya un verbo ‘to be’ (ser), conjugado en primera persona como un ‘am’, significa que la única opción del dialogo interno es decir ‘soy triste.’ En efecto, te estás identificando con la tristeza. En español, ‘soy triste’ significa que soy una persona que siempre está triste, es parte de mi personalidad, es una cualidad mía, es parte de mi esencia. Decirnos a nosotros mismos ‘estoy triste,’ o feliz, o molesto indica que somos conscientes de la transitoriedad de esta emoción. Gracias a nuestro lenguaje y la forma en la que los hispanos nos decimos a nosotros mismos lo que pasa en nuestro interior, podemos reconocer la transitoriedad de nuestros sentimientos.

Me pregunto hasta dónde puede llegar esta influencia del lenguaje en nuestra mente y modo de ser. Si tienen más ideas, no duden en comentarlas.

Edición: Paolo Pró