No todo es fiestas, glamour y alfombras rojas. Los festivales de cine son aquellos espacios dedicados al séptimo arte donde nuevas voces se dan a conocer, cineastas se consolidan y veteranos son homenajeados. Son ventanas donde se presentan y evalúan proyectos, además de construirse redes de contacto. Son la oportunidad de ver películas de distintos géneros, países, estilos y puntos de vista. Por ello y muchas cosas más, cabe preguntarse cómo se han adaptado a la pandemia sin perder su esencia.

Woody Allen presentando su última película Rifkin’s Festival en la reciente edición del Festival de San Sebastián. Fuente: Ander Gillenea / AFP

Hace unos días, el presidente Martín Vizcarra anunció el inicio de la fase 4 de la reactivación económica, aclarando que bares, discotecas y cines todavía no podrán funcionar. Ya en un anterior artículo mencionaba la nostalgia de acudir a estos espacios; sin embargo, teniendo en cuenta que la mayoría de las salas pertenecen a grandes cadenas, hacía falta darle atención a la situación de los circuitos de exhibición alternativos. Y es que la ruta de festivales, importante para varios trabajadores del sector audiovisual, se ha visto interrumpida y obligada a adaptarse al contexto actual.

Un primer golpe fue la cancelación del Festival de Cannes, considerado como uno de los “tres grandes” junto con el de Berlín y Venecia. Tras la celebración de la Berlinale a finales de febrero, la edición número 73 del festival francés, prevista del 12 al 23 de mayo, tuvo que suspender sus actividades debido al progresivo avance del coronavirus. Ante esta situación, muchos optaron por continuar a través de formatos virtuales, alternativa que parece ir de acorde con los cambios en la industria y la expansión de las plataformas de streaming. Ejemplo de ello fue “We Are One: A Global Film Festival” que reunió a veinte de los festivales más importantes del mundo en un único evento gratuito y digital.

Una mujer con mascarilla caminando en frente del Palacio de Festivales y Congresos de Cannes, edificio que alberga las instalaciones del festival. Fuente: AP Photo / Daniel Cole

Pese al panorama de incertidumbre, no todos los festivales dieron marcha atrás. En septiembre, bajo estrictas medidas de seguridad, se inauguró la Mostra de Venecia con el objetivo de respaldar la golpeada industria cinematográfica. Con alfombra roja, mascarillas y distanciamiento social incluido, el certamen otorgó el León de Oro a la esperada Nomadland de Chloé Zhao. Otro festival que abrió sus puertas el mismo mes fue el de San Sebastián. Siguiendo protocolos de bioseguridad, la ceremonia rindió homenaje a Cannes y al resto de citas canceladas, proyectando películas pertenecientes a su selección oficial. Beginning, ópera prima de Dea Kulumbegashvili, arrasó con las premiaciones y se alzó con la Concha de Oro.

Con respecto al Perú, el Festival de Cine de Lima, organizado por la PUCP y el de mayor de repercusión, celebró su vigésimo cuarta edición de forma online. Con una programación más reducida en comparación a años anteriores, alrededor de 12 mil espectadores tuvieron la posibilidad de ver alguna de las 28 películas latinoamericanas en competencia, además de una pequeña muestra de la filmografía del invitado especial, Olivier Assayas. Asimismo, más de 170 mil personas pudieron asistir a los 18 diálogos con cineastas transmitidos vía Facebook Live. Un caso adicional fue el de Lima Alterna, festival que estrenó su primera edición a través de la plataforma Cineaparte donde se exhibieron 127 filmes de 50 países de todos los continentes. El mes de octubre inició con el noveno Festival de Cine Al Este y para mediados de noviembre ya está confirmada una edición especial de la Semana del Cine de la Universidad de Lima.

Estas iniciativas reflejan el ánimo por continuar difundiendo la cultura cinematográfica, a pesar de las circunstancias. Los formatos virtuales han abierto nuevas oportunidades, rompiendo a la vez barreras espaciotemporales que dificultaban la asistencia a las funciones y actividades. Además, aparte de ser espacios de difusión y construcción de nuevos proyectos, existe un motivo especial por el que son importantes para el sector audiovisual peruano. La cartelera local se caracteriza por estar invadida de producciones hollywoodenses casi todas las semanas. No es ningún secreto que son pocas las producciones nacionales independientes que llegan a estrenarse en las salas comerciales. Por ello, los festivales se convierten en esas ventanas que les permiten a cineastas noveles dar sus primeros pasos junto a múltiples voces en una industria difícil y no tan desarrollada como la peruana.