Descontroladas medidas de última hora para contrarrestar nuestra falta de acción preventiva contra el cambio climático.

Seamos un poco más específicos con este título bienintencionadamente amarillista: no hablamos de “evitar el fin del mundo” a secas, sino de evitar el fin del mundo que conocemos. Porque hay pocas probabilidades de que desaparezca el planeta entero, o deje de ser un “mundo” al corto plazo, claro—antes de que se lo coma Galactus; temas sobre los cuales ya se ha escrito con sobrecogedor optimismo en Univerzoom. Sin embargo, una sexta extinción masiva está en proceso, y  a pesar de que hay pocas probabilidades de que desaparezca toda la vida sobre la superficie terrestre, pone en peligro la permanencia de los sistemas que sostienen nuestra existencia en la biósfera. Por esta razón, la desaparición de la civilización y la extinción de la especie humana dentro de los próximos cien años son eventos posibles. Las probabilidades de que ocurra estos eventos son suficientemente altas como para iniciar discusiones entre climatólogos especialistas en decaimiento ártico, científicos expertos en Salud Planetaria (como Stephen Luby), e incluso periodistas ganadores del premio Pulitzer (como Elizabeth Kolbert).

Descripción gráfica del tiempo globalmente desperdiciado

Descripción gráfica del tiempo globalmente desperdiciado por la baja adopción de las medidas ambientalmente necesarias.

¿Por qué nos extinguiríamos? Coexisten hipótesis diversas, pero todas coinciden en que el ritmo de decaimiento de la biósfera que llevamos hoy en día nos llevará indefectiblemente al fin del mundo del fin (futurología: versión del fin del mundo 1, vfm 2, vfm 3, vfm 4). Para entender las causas, debemos afianzar nuestra comprensión de dos conceptos clave mediante los cuales podemos resumir factores más complejos: la inacción sociopolítica, y el lobby petrolero-extractivista. Estos dos fenómenos vastamente interconectados son los archienemigos de cualquier iniciativa ecológica o ambientalista.

La inacción sociopolítica representa la inercia que nos lleva a todos a mantener nuestros hábitos con el menor desvío posible, porque aceptar el desastre climático es incómodo y reclamar un cambio demanda mucha energía. La inacción sociopolítica es la condición crónica de una comunidad que ve la protesta con malos ojos y piensa que el debate o la discusión son un mal rato innecesario. Es la mordaza que detiene a aquellos que saben que algo marcha mal, pero no alzan la voz para revertirlo por el temor de chocar con la forma de vida de una enorme masa de personas. Muy pocos promueven el cambio a pequeña escala—entre sus amigos, la familia o sus vecinos; y aun menos son quienes buscan convertir sus buenas intenciones en políticas privadas o  públicas.

El lobby petrolero-extractivista es el mejor ejemplo de colusión entre grandes intereses económicos y la gestión pública. La industria internacional de los combustibles fósiles genera millonarios ingresos a partir del gigantesco consumo diario de carbón, petróleo y gas natural; y la industria de la extracción mineral produce enormes ganancias a partir de yacimientos como los que abundan en nuestro querido Perú. Ambas son una gran fuente de ingresos para la economía global, y tienen el poder sobre recursos críticos para el desarrollo muchos países. Ese poder les permite crear presión sobre las políticas públicas y los acuerdos globales para evitar que interfieran con formas insostenibles de generar ganancias.

Groenlandia

Lo que queda de Groenlandia, en un vaso.

Estos dos fenómenos son el principal bloqueo entre los estudios científicos que demandan acción inmediata y las políticas públicas con cambios significativos. La medida más evidente para detener el avance del cambio climático es la disminución de gases de efecto invernadero emitidos, pero eso implicaría reducir nuestro consumo de energía de origen fósil, por lo que la oposición del lobby petrolero-extractivista es predecible. Por esta razón, las iniciativas para regular la emisión de gases encuentran una fuerte resistencia que reduce el impacto positivo que podrían tener en nuestra sociedad.

En este escenario, crece el protagonismo otorgado a medidas que no detienen nuestro consumo de combustibles fósiles, pero sí contrarrestan el impacto aparente que estos tienen sobre el ambiente. Alternativas que “mantienen a todos felices” porque no detienen las ganancias producidas por el petróleo, el carbón u otras industrias con alto impacto ecológico. Soluciones sintomáticas de último minuto que en vez de atacar la raíz del problema nos compran más tiempo para mantener un sistema económico a punto de colapsar. El abaratamiento de la tecnología permite que manipulemos el clima para contrarrestar a duras penas nuestro impacto, y por supuesto que hay instituciones con mucho dinero dispuestas a solventar los gastos que conlleve llevarlo a cabo.

Ese es el nicho cubierto por la geoingeniería, el manejo tecnológico de las precipitaciones, la concentración de los gases del aire, la radiación solar que ingresa al planeta y otras variables meteorológicas. Las escasas veces que ha sido empleada a pequeña escala—por ejempo en el intento de producir lluvias en tiempos de sequía—ha creado conflictos por su potencial destructor, por lo que ha sido incluso utilizada como arma de guerra. Pero el debate más importante creado por la geoingeniería empezó la década pasada. La discusión, que continúa hoy en día, se centra en la factibilidad de contrarrestar el cambio climático con medidas como el bloqueo de la radiación solar con una capa de partículas suspendidas en el aire estratosférico (por encima de las nubes a 3 metros sobre el cielo 10km sobre el suelo), la succión del dióxido de carbono atmosférico, o la suplementación del océano con hierro para crear una gran biomasa de algas que absorba el dióxido de carbono en su proceso de fotosíntesis.  Sin embargo, se ha previsto que su impacto global puede ser el opuesto al esperado si las medidas son aplicadas con imprudencia, por lo que es nuestro deber evaluar todas las posibilidades antes de emprender a ciegas un camino que puede resultar irreversible.

El Programa Ambiental de la ONU (UNEP), como el principal organismo internacional en regulación ambiental, condujo a mediados de marzo la discusión para regular la investigación y aplicación de la geoingeniería, con el fin de evitar que el abaratamiento de la tecnología empuje a algunos países a tomar medidas apresuradas de forma individual. La delegación suiza en conjunto con otros 12 países propuso un plan de escrutinio profundo de los riesgos de la geoingeniería. Sin embargo, este plan fue bloqueado por Estados Unidos y Arabia Saudita, cuyos intereses en el asunto no sorprenden a nadie. Quitando de su camino las obstrucciones contra la geoingeniería, Estados Unidos, Arabia Saudita y otros países que amamantan al mundo con petróleo, pueden manipular el medio ambiente y la opinión pública para asegurarse que la era de los recursos fósiles no acabe pronto.

Otra victoria para el petróleo.