Probablemente, al igual que yo, te habrás quedado impaktado sorprendido por los diferentes hechos ocurridos durante las últimas semanas alrededor del mundo. Y es que, al parecer, este 2020, a diferencia de otros años, llegó con fuerza para sorprendernos (¿o será que la cuarentena hace que caigamos en cuenta de lo que pasa alrededor nuestro?) #2020Sorpréndeme #NoMeReferíaAEsto.

Una de las noticias que, sin duda, desató indignación y reflexión alrededor del mundo, fue la reciente muerte de George Floyd ocurrida en Minessota, Estados Unidos. Esta, resultado de niveles extremos de racismo ejercido por la policía estadounidense, ha generado un conjunto de protestas en todo el mundo en contra de problemas sociales aún persistentes en la sociedad como el racismo, la xenofobia y, en general, problemas de discriminación. Y es que, a pesar de que esta última es castigada desde hace varios años, este problema continúa hasta la actualidad. Frente a ello, la economía del comportamiento tiene una posible explicación.

Protesta cerca a la Casa Blanca

Para comenzar, es necesario explicar los efectos que tiene la discriminación, sea el motivo por el que se dé, en la economía. Acerca de ello, muchas investigaciones se han realizado. Empezando por los aportes del economista estadounidense Gary Becker en 1950 y, tal y como vemos en “Eco1” o “Eco2” (?), ya no recuerdo, podemos concluir que la discriminación, cuando se genera en el ámbito laboral, tiene la característica de no ser una opción óptima para la firma, lo que genera una pérdida de eficiencia. Esto se da porque los recursos, en este caso, trabajo, no se utilizan eficientemente, ya que no se escoge a aquellos trabajadores que mayor productividad marginal brinden, sino a los que encajan con las preferencias de los empleadores. Esto llega a ser una productividad menor a la óptima.

Es posible plantearnos un ejemplo de la discriminación en el mercado laboral. Imaginemos una economía con solo dos tipos de trabajadores: rojos y azules. Ambos tienen las mismas habilidades, experiencia y ética laboral. Su única diferencia es el tipo al que pertenecen. Ahora, en esta economía, debido a la discriminación, los empleadores prefieren contratar a los trabajadores rojos, lo que genera que la demanda del tipo azul sea menor a la que debería ser. En consecuencia, estos últimos percibirán menores salarios que los rojos. Este resultado claramente no le conviene al empleador, dado que, debido a la igualdad de habilidades, este podría producir lo mismo pagando menores salarios si es que contratara a los azules. Así, el hecho de no obtener un resultado óptimo gracias a discriminar hace que las firmas y los empleadores tengan incentivos a no hacerlo.

La razón por la que en la vida cotidiana se da este tipo de elecciones es causada por la discriminación estadística. Dado que, en los mercados laborales, existe asimetría de información, las empresas, al intentar buscar al trabajador más eficiente, terminan utilizando características como el color de la piel como indicador de productividad. Esto se da por la existencia de un trato estadísticamente más común en dicho grupo. A pesar de que se supone que este tipo de discriminación podría incrementar los beneficios del empleador, esta genera sesgos en la elección de los trabajadores y; en consecuencia, que no se terminen eligiendo a los trabajadores más productivos.

Sin embargo, lamentablemente, las cosas no son tan sencillas #TodoEraTanBonito, lo cierto es que, a pesar de que se ha intentado “desinstitucionalizar” la discriminación, la exclusión social debido a características éticas, religiosas, de opción sexual, entre otras, sigue presente. Según Hoff y Walsh (2018), las instituciones crean conceptos, categorías e identidades sociales que persisten mucho después de que son abolidas. Estas influencian en las aspiraciones de cada una de las personas, dado que afectan la manera en que nos vemos. Así, el hecho de que un grupo social permanezca en la parte inferior de la escala social, mucho después de que la igualdad de oportunidades se haya establecido, implica que este grupo tiene características fijas o existen externalidades alrededor del grupo social que impidan su ascenso.

En este sentido, los grupos que han sido excluidos por mucho tiempo presentan sesgos implícitos, los cuales afectan la autoconcepción de sí mismos y su desempeño. Esto no implica que no presenten las mismas habilidades que los miembros de otros grupos sociales, sino que la autocensura de ellas ha sido tan arraigada que sigue presente en ellos como una institución. Y esto, ¿cómo afecta a la economía? En primer lugar, debido a la autocensura que genera, los trabajadores de los grupos sociales excluidos estarán menos incentivados a invertir en educación, lo que afectará su acumulación de capital humano o cantidad de recursos productivos obtenidos por medio de la educación. Dado que el capital humano es un factor que determina el crecimiento del PBI, este también se verá afectado negativamente, ya que la capacidad productiva de los individuos socialmente excluidos no crecerá a lo largo del tiempo.

Así, podemos concluir que mucho más allá de que la discriminación tenga la característica de generar resultados poco eficientes en el mercado laboral y en la economía, esta puede afectar el autoconcepto de los grupos sociales marginados. Esto último hace que las habilidades de estos grupos no sean explotadas óptimamente, dado que existen consecuencias de la discriminación que censuran su explotación. Esta autocensura genera a la larga un menor crecimiento económico del que debería darse, por lo que la discriminación tiene un efecto totalmente negativo en la economía.

Edición: Claudia Barraza