Para este mes tenía planeado escribir acerca del barroco y de cómo es que se introdujo en la música del virreinato a través del mestizaje musical en el sincretismo religioso, pero no puedo. No puedo ser ajeno a lo que pasa en nuestro país. El ser artista en nuestra época toma una dimensión diferente. Hay un libro de José Carlos Mariátegui que me marcó, y sobre este quiero construir este breve artículo.

Para José Carlos Mariátegui, el artista de nuestros tiempos se ha puesto al servicio de la burguesía. Esta burguesía no es como la primera élite, la de los nobles, los grandes mecenas, quienes eran letrados y de gusto refinado y entrenados en las artes y las tertulias de elevada inspiración intelectual. Esta burguesía, más bien, quiere que se adule su gusto, ya que ellos son quienes tienen la llave a las masas a través de los medios. Es decir, la única salida que le ha quedado al artista es dejar de ser verdaderamente auténtico y pensar en función del mercado, verse a sí mismo como un producto. Aunque incluso el artista solo tenga el legítimo deseo de expresarse y realizarse, solo le queda venderse “o morirse de hambre”.

Quizás es una visión vargallosista (como lo explica Vargas Llosa en su libro “Cartas a un joven novelista) en el que explica la necesidad de la crítica, la misma que mantuvo ilustrada a esa primera élite. La crisis de la producción artística llega con el Renacimiento, pero se ve más acentuada con la Revolución Industrial, la que terminó por degenerar el arte, llevándola a la tosquedad y pobreza de la que somos testigos a través de los medios de comunicación.

“El artista que no siente las agitaciones, las inquietudes, las ansias de su pueblo y de su época, es un artista de sensibilidad mediocre, de comprensión anémica. Por eso, el grande artista no fue nunca apolítico, no fue nunca un ente vegetativo y conformista.”

José Carlos MARIÁTEGUI – 1925

Como artista, mi sensibilidad y mi comprensión no me permiten desligarme de la realidad. Porque como parte de la comunidad LGBT, de ascendencia quechua y aymara no puedo mantenerme insensible a lo que pasa en nuestro país. Como artista, me siento comprometido a que esta columna, a la que puedo considerar el arte de la palabra, no exprese una “comprensión anémica” ni mucho menos “una sensibilidad mediocre”.

En textos anteriores he hablado de la situación que atraviesa nuestro país, y de cómo el arte se ha vinculado con ella. Sin embargo, hoy quiero traer a colación lo que pasó hace un año veíamos por televisión cómo en Chile se sucedían movilizaciones de volumen histórico en donde las masas se movilizaron desde diversos frentes, pero con el mismo descontento con el sistema imperante. Ningún artista real podría ser ajeno e ignorar la situación. No por una estrategia de márketing –que bien a algunos les resultaría cómodo–, sino por una cuestión de principios, los cuales atraviesan toda su obra. Quiero hablar aquí de Alexander Anwadter.

Desde hace muchos años sigo al cantautor, abiertamente gay y con una preocupación y sensibilidad muy profundas por lo que pasa con las poblaciones vulnerables de su país. Luego de que todo el mundo fuera testigo de los abusos de Carabineros contra la población civil que se manifestaba pacíficamente. Anwandter residía en Nueva York desde hace varios años, pero la situación lo llevó de regreso a Santiago. Una vez allá, convocó a músicos, productores e instrumentistas para llevar a cabo su cometido: condenar estos abusos. 

Para Anwandter, no hay temor en decir las cosas como son: “paco vampiro, tienes sed de sangre. Hasta tu mamá te dice conchetum*dre”.

El caso de Anwandter con esta canción es que logra fusionar el pop, un género que podría decirse que deriva del gusto burgués, y lo utiliza como arma de crítica social. Se expresa frontalmente contra los que ejercen el acto violento de la opresión sobre el pueblo chileno, por lo que, siguiendo lo que dijo Mariátegui, ha expresado su personalidad, la volvió arte y logró un alcance masivo gracias a las plataformas digitales que posteriormente le valieron llegar a los medios tradicionales.

En el Perú, el artista del gran público sigue al servicio de la burguesía que denomina José Carlos Mariátegui, es la única forma de llegar a las masas. Esta vez, para ser más preciso, el arte no adula a la personalidad del burgués, sino a su gusto, bastante escaso ya que la burguesía se compone de gente usualmente poco entendida en la materia de las artes.

Yo no puedo aseverar con total certeza que el artista peruano del gran público peruano ignora totalmente lo que sucede en el país, aunque algunos se hayan denominado “apolíticos”, u otros que cambian sus posturas en función del mercado. Lo que sí puedo enunciar con total seguridad es que, el artista en su legítimo deseo de expresarse y alcanzar el bienestar, debe estar siempre en sintonía con su contexto, comprenderlo, conocerlo y ser partícipe de ello, cada uno en su propia forma de expresión.

Edición: Kelly Pérez Valenzuela